San Alejandro El Acemeta (+430)
Nació en una isla del mar Egeo y murió en Gomán, Turquía. Hombre culto, se convirtió al cristianismo a los 30 años. Vivió en Siria primero como anacoreta y después como cenobita. En Mesopotamia fundó durante 20 años comunidades de monjes acemetas, llamados así porque se creía que no dormían. En efecto, día y noche se turnaban para cantar himnos y salmos de manera que la alabanza a Dios no se interrumpiera nunca.
San Mauro (+584)
San Benito, nombrado recientemente patrón de Europa, lo consideraba como el mejor de sus discípulos. Al morir San Benito, Mauro fue designado su sucesor como superior de la Orden Benedictina, la que llegó a tener una influencia inmensa en todos los monasterios europeos y de otros continentes.
San Pablo de Tebas (+345)
Llamado el “primer ermitaño”, nació en el Alto Egipto y murió en el desierto de Tebas, al cual huyó para huir de la persecución de Decio, pues no se sentía con fuerzas para soportar los tormentos. Pasó setenta años sin ver a nadie, hasta que lo fue a visitar San Antonio Abad, que se encontró con un anciano centenario que esperaba sonriente la muerte. Se dice que cuando no tenía que comer, un cuervo le traía una hogaza de pan, y que, cuando murió, dos leones ayudaron a San Antonio a enterrarlo.
San Remigio
Era galo de origen y fue obispo de Reims, Francia, durante setenta años. Bautizó a Clodoveo, rey de los francos, hecho éste que significó la instauración oficial del catolicismo en Francia. Según San Sidonio Apolinar, era “un hombre de gran virtud y elocuencia”.