Gracias, Cuarón
Por Roberto Girault *
El cineasta destaca el poder artístico de Roma al brindar profundas reflexiones
Un artista es maestro de su arte cuando, lo que quiere transmitir -el fondo- y cómo lo quiere transmitir -la técnica-, se funden en una sinergia exquisita donde todo hace sentido.
Abriendo así el espíritu del espectador a profundas reflexiones sobre su realidad. Reflexiones que, inevitablemente, provocarán un cambio en su fuero interno, afectando eventualmente su entorno, su propia existencia y la de los demás.
Ésa es la fuerza del arte, de las grandes obras, y ésa, en mi opinión, es la fuerza de Roma.
Cuarón no sólo domina el arte cinematográfico, sino que lo reta constantemente con su propia creatividad y su imperiosa necesidad de contar historias «a su modo».
Sonido, fotografía, diseño de producción, coreografía, actuación, guión, todo está perfectamente entrelazado, todo está… tejido a mano, con muy buen gusto y sutil genialidad.
«Toda película tiene en sí un mensaje político o una critica social o una reflexión humana», afirma el mismo Cuarón. Y Roma avala esta afirmación.
En Roma, Cuarón nos invita a reflexionar sobre nuestro compromiso con el prójimo, su dignidad y la de su trabajo, cualquier trabajo, mientras no sea amoral o ilegal.
Nos recuerda que la verdadera justicia social nace de una auténtica caridad personal, donde vemos al otro, realmente, como prójimo, descubriendo y exaltando su bondad intrínseca, ayudándolo a ser la mejor versión de su ser.
Y así como el silencio fuerte de Cleo es un grito estremecedor para quien sabe escuchar, así las escenas sutiles de Roma son un profundo análisis del ser humano y sus relaciones.
Tal es así, que con un coche y una cochera, Cuarón explica la vida conyugal y la génesis de un divorcio. Un Galaxie de lujo, que proyecta a su dueño como un hombre exitoso y triunfador -su ego- apenas cabe en la cochera de su casa -su realidad.
Es claro que este hombre quiere otra vida y su esposa no puede manejar ese «ego», no tiene por qué, chocándolo cada vez que lo estaciona.
Y Fermín, un sobreviviente que logra dominarse y hacer de su cuerpo una máquina perfecta, no responde por sus actos dejando a Cleo embarazada. Él, se va al baño para no regresar.
¿No es esta una realidad flagelante de nuestra sociedad, donde hay muchos machos, pero pocos valientes?
Cuarón logra, dentro de su realismo típico, mostrar el subrealismo que este México tiene. Mostrando la estructura de una urbe y su dinámica social, política y cultural.
Usando el lente angular, y una perfecta coreografía entre el movimiento de cámara y actores, Cuarón nos muestra a Cleo embarazada, buscando a Fermín, mientras, en un segundo plano hay un «meeting político» donde se regalan utensilios.
En tercer plano, un hombre bala vuela por los aires (al pueblo pan y circo) y, en cuarto plano, el nombre Carlos Hank, pintado en una pared.
De esta forma vivimos el México que vive la protagonista y entendemos que las políticas de gobierno no son algo abstracto, sino que afectan la vida íntima de cada uno de sus habitantes como en este caso… afectaron a Cleo.
Y así como aviones que sobrevuelan una ciudad caótica, quizás como una alegoría al sueño de volar hacia otra realidad, de escapar una vida para aterrizar en otra, así Roma vuela sobre Hollywood para recordarles a los gurús del cine que regresen su mirada a los clásicos y recuerden dónde está el arte en el séptimo arte.
Gracias, Cuarón.
* El autor es director de éxitos como El Estudiante. Su más reciente filme es Onyx, los Reyes del Grial.