La Biblia: El libro que cambió el mundo

La Biblia: literatura viva que no pasa

A veces nos preguntamos: ¿Cuál será el libro más vendido del mundo entero, el traducido al mayor número de idiomas? ¿Cuál será el best seller universal de todos los tiempos? ¿Cuál es el libro que más ha influido en la historia de la humanidad? La respuesta sorprende a muchos: ¡La Biblia!

Sí, la Biblia, ese libro grueso que figura en las estanterías de nuestros padres, ese libro que adorna las bibliotecas de muchas familias españolas, del que oímos hablar en la escuela, en la catequesis, ese libro que millones de personas siguen leyendo día tras día en nuestra época.

La Biblia se nos ha hecho tan cotidiana como el techo de nuestra casa. A fuerza de vivir bajo él hemos olvidado hasta el color de que está pintado. Así nos sucede que vivimos llenos de preguntas y ni se nos ocurre abrir aquellas páginas en las que podríamos encontrar respuestas, como un sediento que se muriera de sed junto a una fuente, sin acercarse a ella por temor a que sea un espejismo.

Buscamos respuestas en las páginas de los diarios, de las revistas, de la televisión esperando que en alguna ocasión nos expliquen por qué sufre el hombre, por qué miles de niños mueren de hambre cada día o qué hemos venido a hacer sobre esta tierra. Y lógicamente la respuesta nunca llega. A través de la pequeña pantalla nos dan los resultados del fútbol, de unas elecciones o de las quinielas; pero no la clave de nuestra vida. Ésta puede escucharse en el silencio, en el interior de nosotros, donde suena y retumba la palabra de Dios para quien no se encuentra taponado de frivolidad sus oídos.

André Frossard escribía: “Tengo envidia hacia cuantos leen la Biblia por primera vez”. Hasta literariamente hablando es una maravilla. Las bellas y dramáticas páginas de Judit, la figura salvadora de Ester, las historias de Sansón, David, Moisés, que nos impresionan como un cuadro naif. La vida dramática y redentora de Jesús, un HOMBRE-DIOS que resucitaba muertos, calmaba tempestades, curaba enfermos, un hombre que dividió la historia del mundo en dos partes: antes y después de Cristo. Predicaba una doctrina extraña e inconcebible: El Amor a Dios y al prójimo sobre todas las cosas, incluyendo a los enemigos, a los que hay que perdonar, y perdonar de todo corazón, hasta setenta veces siete. Al final, muchos descubrimos que el Cristianismo no es más que la religión del AMOR.

¿Pero significa algo la Biblia para el hombre de hoy? ¿No será residuo de siglos ingenuos, de un tiempo pre-científico? El mismo florecimiento del interés por la Biblia – hecho modernísimo – demuestra que no. El hombre aturdido de hoy es precisamente quien más necesita la palabra de Dios.

Sin embargo, una Biblia viajó en el bolsillo de los primeros astronautas, una Biblia se encuentra en la mesilla de noche de la mayor parte de los hoteles americanos y de muchos europeos. Sobre una Biblia jura el presidente de la nación más poderosa del mundo. La Iglesia ha situado a la Biblia en el centro de todo. La palabra viva de Dios nos sigue acompañado en la vejez, en la soledad, en la desgracia, en nuestras alegrías.

Salvo que la mano de Dios esté en la Biblia, no puede comprenderse que sea la madre de miles de libros en cada época; que su palabra siga rigiendo a la Iglesia y ésta (aunque no le guste a algunos) sigue empapando la cultura, la historia, y la vida de todas las naciones cristianas y de muchas que no lo son. Pasan reyes, pasan gobiernos, pasan ideologías y la palabra de Dios continúa haciéndose vida en el corazón de millones de hombres y mujeres. “El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán”. Son palabras de Jesús.

¿Existe alguna página más noble, hermosa y humana en el mundo que el Sermón de la Montaña? ¿Puede explicarse que durante 2.000 años cientos de miles de hombres y mujeres dediquen toda su vida a Jesús y muchos den su vida por Él? ¿Qué tenía ese hombre? ¿Pero, era un hombre?

La lectura de la Biblia es toda una aventura del espíritu. Entre sus páginas nos espera Dios. No para contarnos una historia muerta, sino para interpretar nuestros problemas vivos. Su palabra, si la escuchamos, si la vivimos, dará sentido a nuestra vida, nos orientará en nuestro quehacer diario, nos dará la paz que tanto ansiamos en el vertiginoso mundo actual, donde muchas personas hartas de escuchar simplezas en tantos medios de comunicación, se vuelven, una vez más, a Cristo.

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Colaboración de Alejo Fernández Pérez / España
Fuente: Pastoral Juvenil Coyuca

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