Vocación sacerdotal

Los Jóvenes ante la Vocación y la Formación Sacerdotal

8. Las numerosas contradicciones y posibilidades que presentan nuestras sociedades y culturas y, al mismo tiempo, las comunidades eclesiales, son percibidas, vividas y experimentadas con una intensidad muy particular por el mundo de los jóvenes, con repercusiones inmediatas y más que nunca incisivas en su proceso educativo. En este sentido el nacimiento y desarrollo de la vocación sacerdotal en los niños, adolescentes y jóvenes encuentran continuamente obstáculos y estímulos.

Los jóvenes sienten más que nunca el atractivo de la llamada «sociedad de consumo», que los hace dependientes y prisioneros de una interpretación individualista, materialista y hedonista de la existencia humana. El «bienestar» materialísticamente entendido tiende a imponerse como único ideal de vida, un bienestar que hay que lograr a cualquier condición y precio. De aquí el rechazo de todo aquello que sepa a sacrificio y renuncia al esfuerzo de buscar y vivir los valores espirituales y religiosos. La «preocupación» exclusiva por el tener suplanta la primacía del ser, con la consecuencia de interpretar y de vivir los valores personales e interpersonales, no según la lógica del don y de la gratuidad, sino según la de la posesión egoísta y de la instrumentalización del otro.

Esto se refleja, en particular, sobre la visión de la sexualidad humana, a la que se priva de su dignidad de servicio a la comunión y a la entrega entre las personas, para quedar reducida simplemente a un bien de consumo. Así, la experiencia afectiva de muchos jóvenes no conduce a un crecimiento armonioso y gozoso de la propia personalidad que se abre al otro en el don de sí mismo, sino a una grave involución psicológica y ética, que no dejará de tener influencias graves para su porvenir.

En la raíz de estas tendencias se halla, en no pocos jóvenes, una experiencia desviada de la libertad: lejos de ser obediencia a la verdad objetiva y universal, la libertad se vive como un asentimiento ciego a las fuerzas instintivas y a la voluntad de poder del individuo. Se hacen así, en cierto modo, naturales en el plano de la mentalidad y del comportamiento el resquebrajamiento de la aceptación de los principios éticos, y en el plano religioso -aunque no haya siempre un rechazo de Dios explícito- una amplia indiferencia y desde luego una vida que, incluso en sus momentos más significativos y en las opciones más decisivas, es vivida como si Dios no existiese. En este contexto se hace difícil no sólo la realización, sino la misma comprensión del sentido de una vocación al sacerdocio, que es un testimonio específico de la primacía del ser sobre el tener; es un reconocimiento del significado de la vida como don libre y responsable de sí mismo a los demás, como disponibilidad para ponerse enteramente al servicio del Evangelio y del Reino de Dios bajo la particular forma del sacerdocio.

Incluso en el ámbito de la comunidad eclesial, el mundo de los jóvenes constituye, no pocas veces, un «problema». En realidad, si en los jóvenes, todavía más que en los adultos, se dan una fuerte tendencia a la concepción subjetiva de la fe cristiana y una pertenencia sólo parcial y condicionada a la vida y a la misión de la Iglesia, cuesta emprender en la comunidad eclesial, por una serie de razones, una pastoral juvenil actualizada y entusiasta. Los jóvenes corren el riesgo de ser abandonados a sí mismos, al arbitrio de su fragilidad psicológica, insatisfechos y críticos frente a un mundo de adultos que, no viviendo de forma coherente y madura la fe, no se presentan ante ellos como modelos creíbles.

Se hace entonces evidente la dificultad de proponer a los jóvenes una experiencia integral y comprometida de vida cristiana y eclesial, y de educarlos para la misma. De esta manera, la perspectiva de la vocación al sacerdocio queda lejana a los intereses concretos y vivos de los jóvenes.

9. Sin embargo, no faltan situaciones y estímulos positivos, que suscitan y alimentan en el corazón de los adolescentes y jóvenes una nueva disponibilidad, así como una verdadera y propia búsqueda de valores éticos y espirituales, que por su naturaleza ofrecen terreno propicio para un camino vocacional a la entrega total de sí mismos a Cristo y a la Iglesia en el sacerdocio.

Hay que decir, antes que nada, que se han atenuado algunos fenómenos que en un pasado reciente habían provocado no pocos problemas, como la contestación radical, los movimientos libertarios, las reivindicaciones utópicas, las formas indiscriminadas de socialización, la violencia.

Hay que reconocer además que también los jóvenes de hoy, con la fuerza y la ilusión típicas de la edad, son portadores de los ideales que se abren camino en la historia: la sed de libertad; el reconocimiento del valor inconmensurable de la persona; la necesidad de autenticidad y de transparencia; un nuevo concepto y estilo de reciprocidad en las relaciones entre hombre y mujer; la búsqueda convencida y apasionada de un mundo más justo, más solidario, más unido; la apertura y el diálogo con todos; el compromiso por la paz.

El desarrollo, tan rico y vivaz en tantos jóvenes de nuestro tiempo, de numerosas y variadas formas de voluntariado dirigidas a las situaciones más olvidadas y pobres de nuestra sociedad, representa hoy un recurso educativo particularmente importante porque estimula y sostiene a los jóvenes hacia un estilo de vida más desinteresado, abierto y solidario con los necesitados. Este estilo de vida puede facilitar la comprensión, el deseo y la respuesta a una vocación de servicio estable y total a los demás, incluso en el camino de una plena consagración a Dios mediante la vida sacerdotal.

La reciente caída de las ideologías, la forma tan crítica de situarse ante el mundo de los adultos que no siempre ofrecen un testimonio de vida entregada a los valores morales y trascendentes, la misma experiencia de compañeros que buscan evasiones en la droga y en la violencia, contribuyen a hacer más aguda e ineludible la pregunta fundamental sobre los valores que son verdaderamente capaces de dar plenitud de significado a la vida, al sufrimiento y a la muerte. En muchos jóvenes se hacen más explícitos el interrogante religioso y la necesidad de vida espiritual. De ahí el deseo de experiencia «de desierto» y de oración, el retorno a una lectura más personal y habitual de la Palabra de Dios, y al estudio de la teología.

Al igual que eran ya activos y protagonistas en el ámbito del voluntariado social, los jóvenes lo son también cada vez más en el ámbito de la comunidad eclesial, sobre todo con la participación en las diversas agrupaciones, desde las más tradicionales, aunque renovadas, hasta las más recientes. La experiencia de una Iglesia llamada a la «nueva evangelización» por su fidelidad al Espíritu que la anima y por las exigencias del mundo alejado de Cristo pero necesitado de El, como también la experiencia de una Iglesia cada vez más solidaria con el hombre y con los pueblos en la defensa y en la promoción de la dignidad personal y de los derechos humanos de todos y cada uno, abren el corazón y la vida de los jóvenes a ideales muy atrayentes y que exigen un compromiso, que puede encontrar su realización concreta en el seguimiento de Cristo y en el sacerdocio.

Es natural que de esta situación humana y eclesial, caracterizada por una fuerte ambivalencia, no se pueda prescindir de hecho ni en la pastoral de las vocaciones y en la labor de formación de los futuros sacerdotes, ni tampoco en el ámbito de la vida y del ministerio de los sacerdotes así como en el de su formación permanente. Por ello, si bien se pueden comprender los diversos tipos de «crisis», que padecen algunos sacerdotes de hoy en el ejercicio del ministerio, en su vida espiritual y también en la misma interpretación de la naturaleza y significado del sacerdocio ministerial, también hay que constatar, con alegría y esperanza, las nuevas posibilidades positivas que el momento histórico actual ofrece a los sacerdotes para el cumplimiento de su misión.

El Discernimiento Evangélico

10. La compleja situación actual, someramente expuesta mediante alusiones y a modo de ejemplo, exige no sólo ser conocida, sino sobre todo interpretada. Unicamente así se podrá responder de forma adecuada a la pregunta fundamental: ¿Cómo formar sacerdotes que estén verdaderamente a la altura de estos tiempos, capaces de evangelizar al mundo de hoy? (15)

Es importante el conocimiento de la situación. No basta una simple descripción de los datos; hace falta una investigación científica con la que se pueda delinear un cuadro exacto de las circunstancias socioculturales y eclesiales concretas.

Pero es aún más importante la interpretación de la situación. Ello lo exige la ambivalencia y a veces la contradictoriedad que caracterizan las situaciones, las cuales presentan a la vez dificultades y posibilidades, elementos negativos y razones de esperanza, obstáculos y aperturas, a semejanza del campo evangélico en el que han sido sembrados y «conviven» el trigo y la cizaña (cf. Mt. 13, 24 ss.).

No siempre es fácil una lectura interpretativa, que sepa distinguir entre el bien y el mal, entre signos de esperanza y peligros. En la formación de los sacerdotes no se trata sólo y simplemente de acoger los factores positivos y constatar abiertamente los negativos. Se trata de someter los mismos factores positivos a un cuidadoso discernimiento, para que no se aíslen el uno del otro ni estén en contraste entre sí, absolutizándose y oponiéndose recíprocamente. Lo mismo puede decirse de los factores negativos: no hay que rechazarlos en bloque y sin distinción, porque en cada uno de ellos puede esconderse algún valor, que espera ser descubierto y reconducido a su plena verdad.

Para el creyente, la interpretación de la situación histórica encuentra el principio cognoscitivo y el criterio de las opciones de actuación consiguientes en una realidad nueva y original, a saber, en el discernimiento evangélico; es la interpretación que nace a la luz y bajo la fuerza del Evangelio, del Evangelio vivo y personal que es Jesucristo, y con el don del Espíritu Santo. De ese modo, el discernimiento evangélico toma de la situación histórica y de sus vicisitudes y circunstancias no un simple «dato», que hay que registrar con precisión y frente al cual se puede permanecer indiferentes o pasivos, sino un «deber», un reto a la libertad responsable, tanto de la persona individual como de la comunidad. Es un «reto» vinculado a una «llamada» que Dios hace oír en una situación histórica determinada; en ella y por medio de ella Dios llama al creyente; pero antes aún llama a la Iglesia, para que mediante «el Evangelio de la vocación y del sacerdocio» exprese su verdad perenne en las diversas circunstancias de la vida. También deben aplicarse a la formación de los sacerdotes las palabras del Concilio Vaticano II: «Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretados a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda ella responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza» (16).

Este discernimiento evangélico se funda en la confianza en el amor de Jesucristo, que siempre e incansablemente cuida de su Iglesia (cf. Ef. 5, 29); El es el Señor y el Maestro, piedra angular, centro y fin de toda la historia humana (17). Este discernimiento se alimenta a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo, que suscita por todas partes y en toda circunstancia la obediencia de la fe, el valor gozoso del seguimiento de Jesús, el don de la sabiduría que lo juzga todo y no es juzgada por nadie (cf. 1 Cor. 2, 15); y se apoya en la fidelidad del Padre a sus promesas.

De este modo, la Iglesia sabe que puede afrontar las dificultades y los retos de este nuevo periodo de la historia sabiendo que puede asegurar, incluso para el presente y para el futuro, sacerdotes bien formados, que sean ministros convencidos y fervorosos de la «nueva evangelización», servidores fieles y generosos de Jesucristo y de los hombres.

Mas no ocultemos las dificultades. No son pocas, ni leves. Pero para vencerlas están nuestra esperanza, nuestra fe en el amor indefectible de Cristo, nuestra certeza de que el ministerio sacerdotal es insustituible para la vida de la Iglesia y del mundo.

ME HA UNGIDO Y ME HA ENVIADO: NATURALEZA Y MISIÓN DEL SACERDOCIO MINISTERIAL

Mirada sobre el Sacerdote

11. «En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él» (Lc. 4, 20). Lo que dice el evangelista san Lucas de quienes estaban presentes aquel sábado en la sinagoga de Nazaret, escuchando el comentario que Jesús haría del texto del profeta Isaías leído por él mismo, puede aplicarse a todos los cristianos, llamados a reconocer siempre en Jesús de Nazaret el cumplimiento definitivo del anuncio profético: «Comenzó, pues, a decirles: Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc. 4, 21). Y la «escritura» era ésta: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc. 4, 18-19; cf. Is. 61, 1-2). En efecto, Jesús se presenta a sí mismo como lleno del Espíritu, «ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva»; es el Mesías, el Mesías sacerdote, profeta y rey.

Es éste el rostro de Cristo en el que deben fijarse los ojos de la fe y del amor de los cristianos. Precisamente a partir de esta «contemplación» y en relación con ella los Padres sinodales han reflexionado sobre el problema de la formación de los sacerdotes en la situación actual. Tal problema sólo puede encontrar respuesta partiendo de una reflexión previa sobre la meta a la que está dirigido el proceso formativo, es decir, el sacerdocio ministerial como participación en la Iglesia del sacerdocio mismo de Jesucristo. El conocimiento de la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial es el presupuesto irrenunciable, y al mismo tiempo la guía más segura y el estímulo más incisivo, para desarrollar en la Iglesia la acción pastoral de promoción y discernimiento de las vocaciones sacerdotales, y la de formación de los llamados al ministerio ordenado.

El conocimiento recto y profundo de la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial es el camino a seguir, y que el Sínodo ha seguido de hecho, para salir de la crisis sobre la identidad sacerdotal. «Esta crisis -decía en el Discurso al final del Sínodo- había nacido en los años inmediatamente siguientes al Concilio. Se fundaba sobre una comprensión errónea, y tal vez hasta intencionadamente tendenciosa, de la doctrina del magisterio conciliar. Y aquí está indudablemente una de las causas del gran número de pérdidas padecidas entonces por la Iglesia, pérdidas que han afectado gravemente al servicio pastoral y a las vocaciones al sacerdocio, en particular a las vocaciones misioneras. Es como si el Sínodo de 1990, redescubriendo toda la profundidad de la identidad sacerdotal, a través de tantas intervenciones que hemos escuchado en esta aula, hubiese llegado a infundir la esperanza después de esas pérdidas dolorosas. Estas intervenciones han manifestado la conciencia de la ligazón ontológica específica que une al sacerdote con Cristo, Sumo Sacerdote y buen Pastor. Esta identidad está en la raíz de la naturaleza de la formación que debe darse en vista del sacerdocio y, por tanto, a lo largo de toda la vida sacerdotal. Esta era precisamente la finalidad del Sínodo» (18).

Por esto el Sínodo ha creído necesario volver a recordar, de manera sintética y fundamental, la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial, tal y como la fe de la Iglesia las ha reconocido a través de los siglos de su historia y como el Concilio Vaticano II las ha vuelto a presentar a los hombres de nuestro tiempo (19).

Notas

15. Cf. Sínodo de los Obispos, La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales – Lineamenta, 5-6. [Regresar]

16. Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 4. [Regresar]

17. Cf. Sínodo de los Obispos, VIII Asam. Gen. Ord., Mensaje de los Padres sinodales al pueblo de Dios (28 octubre 1990), I: l. c. [Regresar]

18. Discurso final al Sínodo (27 octubre 1990), 4: l. c.; cf. Carta a todos los sacerdotes de la Iglesia con ocasión del Jueves Santo 1991 (10 marzo 1991): L\\’Osservatore Romano, 15 marzo 1991. [Regresar]

19. Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium; Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis; Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius; S. Congregación para la Educación Católica, Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis (6 enero 1970): l. c. 321-384; Sínodo de los Obispos, II Asam. Gen. Ord., 1971

Textos sacados de la Exhortación Apostólica de S.S. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis

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Un comentario

  1. ola soy me gustaria mucho formar parte algun dia d ela iglesia me gusta mucho el saber k talves puedo ayudar ami hermanos aciendo talves poko pero kon el deceo de hacer mucho mas!!!! pero nose por donde empezar!!! nose donde iniciarme!!!

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  4. hola soy un joven inquieto por llegar algún día a ser sacerdote y medico a la vez pero lastimosamente no tengo recursos monetarios para cumplir mi sueño pero yo se que estoy dipuesto para hacer lo que sea por llegar a cumplirlo.gracias por su atencion y que dios les bendiga

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