Via Crucis año 2004

Textos preparados por Abbé André Louf. Es un monje cisterciense de estricta la observancia que desde hace unos años vive en un eremitorio, después de haber desempeñado el ministerio de abad durante treinta y cinco años en su comunidad de Notre-Dame.

PRESENTACIÓN

Como todos los años, la tarde del Viernes Santo, celebración litúrgica de la Pasión del Señor, la Iglesia de Dios en Roma, presidida por su Pastor, el Sucesor de Pedro, realiza en el Coliseo el piadoso ejercicio del "camino de la Cruz". A la comunidad cristiana de Roma, se unen a lo largo de las catorce estaciones, peregrinos de todo el oikumene, mientras que millones de fieles de toda lengua, pueblo y cultura participan en la oración y la meditación a través de los medios radiotelevisivos. Una feliz coincidencia en el calendario permite este año celebrar contemporáneamente a los cristianos de Oriente y Occidente el gran misterio de la pasión, muerte y resurrección del único Señor y, por lo tanto, vivir juntos la memoria del acontecimiento fundamental de su fe.

Este año los textos bíblicos del Vía Crucis han sido tomados del Evangelio de Lucas, mientras que las meditaciones y las oraciones han sido compuestas por Dom André Louf. Es un monje cisterciense de estricta la observancia que desde hace unos años vive en un eremitorio, después de haber desempeñado el ministerio de abad durante treinta y cinco años en su comunidad de Notre-Dame de Mont-des-Cats, en Francia, guiándola en el seguimiento de Jesucristo desde los años del Concilio Vaticano II hasta los umbrales del tercer milenio: un monje arraigado en la Escritura gracias a la práctica cotidiana de la lectio divina, amante de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos y de los místicos flamencos; un padre de monjes capaz de acompañar a los hermanos en la vida espiritual y en la búsqueda cotidiana de "un solo corazón y una sola alma" que caracterizaba la comunidad apostólica de Jerusalén. Un monje cenobita, pues, para el cual soledad y comunión están en constante dialéctica existencial: soledad ante a Dios y comunión fraterna, unificación interior y unidad comunitaria, reducción a la simplicitas de lo esencial y apertura a la pluralidad de las expresiones de la vivencia de la fe. Éste es el compromiso cotidiano del monje, la dinámica de su stabilitas en una determinada realidad comunitaria, el "trabajo de la obediencia" (Regla de S. Benito, Prol. 2) por el que se vuelve a Dios.

Los textos propuestos para este Vía Crucis están impregnados de este esfuerzo monástico liberador, que es también el esfuerzo de todo bautizado miembro de la comunidad viva de la Iglesia. Jesús se encuentra a veces "sólo", unas veces por su libre opción, otras porque todos le abandonaron: está solo en el Huerto de los Olivos, cara a cara con el Padre; está solo frente a la traición de un discípulo y la apostasía de otro; solo afronta el sanedrín, el juicio de Pilatos, los escarnios de los soldados; solo carga sobre sí el peso de la cruz; solo se abandonará totalmente en los brazos del Padre.

Pero la soledad de Jesús no es estéril, sino todo lo contrario: puesto que brota de una íntima unión con el Padre y el Espíritu, crea, a su vez, comunión entre los que entran en relación vivificante con ella. Así, en su pasión, Jesús encuentra la ayuda fraterna del Cirineo, conoce el consuelo de las mujeres discípulas que vinieron con él a Jerusalén, abre las puertas de su Reino al centurión y al buen ladrón, que supieron mirar más allá de la apariencia, ve formarse a los pies de la cruz el embrión de la comunidad compuesta por su madre y el discípulo amado. En fin, justamente en el momento aparentemente de mayor soledad, la deposición en el sepulcro, cuando su cuerpo es entregado a la tierra, se abre paso a una renovada comunión cósmica: bajando a los infiernos, Jesús encuentra en Adán y Eva a la humanidad entera, anuncia la salvación a los "espíritus encarcelados" (1 P 3, 19) y restablece la comunión paradisíaca.

Para todo discípulo de Jesucristo, participar en el Vía Crucis significa, pues, entrar en el misterio de soledad y comunión vivido por el Maestro y Señor, aceptar la voluntad del Padre sobre sí mismo, hasta descubrir, más allá del sufrimiento y de la muerte, la Vida sin fin que mana del costado traspasado y del sepulcro vacío.


ORACIÓN INICIAL

El Santo Padre:

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

R /. Amén.

Hermanos y hermanas:

una vez más nos hemos reunido para seguir al Señor Jesús

en el camino que lo lleva al Calvario.

Allá encontraremos a las personas que lo han seguido hasta al final – su Madre, el Discípulo amado,

las mujeres que lo siguieron en el anuncio de la Buena Nueva -y cuantos, movidos por compasión,

han tratado de consolarlo y de aliviar su dolor.

También encontraremos a los que decidieron su muerte

y qué él, en un exceso de amor, ha perdonado.

Pidámosle que infunda en nuestro corazón

sus sentimientos (Flp 2, 5) para que nosotros podamos "conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección,

la comunión con sus padecimientos,

muriendo su misma muerte para llegar un día a la resurrección de entre los muertos" (Flp 3, 10-11).

Este año, en que la fecha de la Pascua

coincide providencialmente en todas las Iglesias,

queremos recordar a todos los discípulos de Jesús,

que en el mundo conmemoran en este mismo día

su muerte y su sepultura.

Oremos.

Breve pausa de silencio.

Jesús, víctima inocente del pecado,

acógenos como compañeros de tu camino pascual,

que de la muerte lleva a la vida,

y enséñanos a vivir el tiempo que estemos en la tierra

arraigados en la fe en ti,

que nos has amado

y te has entregado a tí mismo por nosotros (Ga 2, 20).

Tú eres Cristo, el único Señor,

que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R /. Amén.


PRIMERA ESTACIÓN

Jesús en el Huerto de los Olivos

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 22, 39-46

Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos;

y lo siguieron los discípulos.

Al llegar al sitio, les dijo: "Orad, para no caer en la tentación".

Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra

y, arrodillado, oraba diciendo:

"Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz.

Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".

Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba.

En medio de su angustia, oraba con más insistencia.

Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo.

Y levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos,

los encontró dormidos por la pena, y les dijo:

"¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación".

MEDITACIÓN

Llegado al umbral de su Pascua,

Jesús está en presencia del Padre.

¿Cómo habría podido ser de otra manera,

dado que su diálogo secreto de amor

con el Padre nunca se había interrumpido?

"Ha llegado la hora" (Jn 16, 32);

la hora prevista desde el principio,

anunciada a los discípulos,

que no se parece a ninguna otra,

que contiene y las compendia todas

justo mientras están a punto de cumplirse en los brazos del Padre.

Improvisamente, aquella hora da miedo.

De este miedo no se nos oculta nada.

Pero allí, en el culmen de la angustia,

Jesús se refugia en el Padre con la oración.

En Getsemaní, aquella tarde,

la lucha se convierte en un cuerpo a cuerpo extenuante,

tan áspero que en el rostro de Jesús el sudor se transforma en sangre.

Y Jesús osa por última vez, ante del Padre,

manifestar la turbación que lo invade:

"¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz!

Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).

Dos voluntades se enfrentan por un momento,

para confluir luego en un abandono de amor ya anunciado por Jesús:

"Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre,

y que lo que el Padre me manda, yo lo hago" (Jn 14, 31).

ORACIÓN

Jesús, hermano nuestro,

que para abrir a todos los hombres el camino de la Pascua

has querido experimentar la tentación y el miedo,

enséñanos a refugianos en ti, y a repetir tus palabras de abandono y entrega a la voluntad del Padre,

que en Getsemaní han alcanzado la salvación del universo.

Haz que el mundo conozca a través de tus discípulos el poder de tu amor sin límites (cf. Jn 13,1),

del amor que consiste en dar la vida por los amigos (cf. Jn 15,13).

Jesús, en el Huerto de los Olivos, solo, ante el Padre,

has renovado la entrega a su voluntad.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Stabat mater dolorosa,

iuxta crucem lacrimosa,

dum pendebat Filius.


SEGUNDA ESTACIÓN

Jesús, traicionado por Judas, es arrestado

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 22, 47-48

Todavía estaba hablando, cuando aparece gente:

y los guiaba el llamado Judas,

uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús.

Jesús le dijo: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?"

MEDITACIÓN

Desde la primera vez que se le menciona,

Judas es indicado como

"el mismo que le entregó" (Mt 10, 4; Mc 3, 19; Lc 6, 13);

el trágico apelativo de "traidor"

quedaría unido para siempre a su recuerdo.

¿Cómo pudo llegar a tanto uno que Jesús había elegido

para que lo siguiera de cerca?

Judas, ¿se dejó arrastrar por un amor frutrado a Jesús,

que se volvió en sospecha y resentimiento?

Así lo haría pensar el beso,

gesto que habla de amor,

pero que se convirtió el gesto de entrega de Jesús a los soldados.

¿O fué quizás vícitma de la desilusión ante un Mesías

que huía del papel político de liberador de Israel del dominio extranjero?

Judas no tardaría en percatarse que su sutil chantaje

terminaba en un desastre.

Porque no había deseado la muerte del Mesías,

sino sólo que se recobrase y asumiese una actitud decidida.

Y entonces: vano arrepentimiento de su gesto,

de rechazo al sueldo de la traición (Mt 27, 4),

cediendo a la desesperación.

Cuándo Jesús habla de Judas como "hijo de la perdición",

se limita a recordar que así se cumplía la Escritura (Jn 17, 12).

Un misterio de iniquidad que nos sobrepasa,

pero que no puede superar el misterio de la misericordia.

ORACIÓN

Jesús, amigo de los hombres,

tú has venido a la tierra y has tomado nuestra carne,

para ofrecer tu solidaridad a tus hermanos y hermanas de la humanidad.

Jesús dulce y humilde de corazón,

tú das alivio a cuantos sufren bajo el peso de sus cargas (Mt 11, 28-29);

sin embargo, el ofrecimiento de tu amor ha sido a menudo rechazado.

Incluso entre los que te acogieron

ha habido quien te ha renegado,

quien ha traicionado el compromiso adquirido.

Pero tú no has dejado nunca de amarlos,

hasta el punto de dejar a todo los demás para ir en su busca,

con la esperanza de hacerlos volver contigo,

cargándoslos sobre tus hombros (Lc 15, 5)

o apoyados en tu pecho (Jn 13, 25).

Encomendamos a tu infinita misericordia,

a tus hijos, asechados por el desaliento o la desesperación.

Concédeles encontrar refugio en ti,

y "no desesperar nunca de tu misericordia" (Regla de S. Benito 3, 74).

Jesús,

tú sigues amando a quien rechaza tu amor

e incansablemente buscas a quien te traiciona y abandona.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Cuius animam gementem,

contristatam et dolentem

pertransivit gladius.


TERCERA ESTACIÓN

Jesús es condenado por el Sanedrín

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 22, 66-71

Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo,

o sea, sumos sacerdotes y letrados,

y, haciéndole comparecer ante su sanedrín, le dijeron:

"Si tú eres el Mesías, dínoslo".

Él les contestó: "Si os lo digo, no lo vais a creer;

Y si os pregunto, no me vais a responder.

Desde ahora el Hijo del hombre

estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso".

Dijeron todos:

Entonces ¿tú eres el Hijo de Dios?".

El les contestó: vosotros lo decís, yo lo soy."

Ellos dijeron: "¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios?

Nosotros mismos lo hemos oído de su boca".

MEDITACIÓN

Jesús está sólo ante el sanedrín.

Los discípulos han huído.

Desorientados por la detención a la que alguno

trató de reaccionar con la violencia.

Huído también quien poco antes había exclamado:

"¡Vayamos también nosotros a morir con él!" (Jn 11, 16).

El miedo los ha vencido.

La brutalidad del acontecimiento

ha prevalecido sobre su frágil propósito.

Han cedido, arrastrados por la corriente de la vileza.

Dejan que Jesús afronte, solo, su suerte.

Sin embargo, formaban del círculo de sus íntimos,

Jesús los había llamado sus "amigos""(Jn 15, 15).

Alrededor de él ahora queda sólo una muchedumbre hostil,

concorde en desear su muerte.

Ya otras veces se había cernido la muerte sobre Jesús,

cuando aludía a su origen divino.

Ya otras veces, quien lo escuchaba había intentado apedrearlo.

"No por ninguna obra buena -afirmaban-, sino por la blasfemia,

porque tú, que eres hombre, te haces Dios" (Jn 10, 33).

Ahora el sumo sacerdote le apremia

a declarar ante a todos si es o no Hijo de Dios.

Jesús no rehúsa: lo confirma con la misma gravedad.

Firma así la propia condena a muerte.

ORACIÓN

Jesús, testigo fiel (Ap 1, 5)

ante la muerte has confesado serenamente tu identidad divina

y has anunciado tu vuelta gloriosa al final de los tiempos

para llevar a término la obra que el Padre te confió.

Confiamos nuestras dudas a tu misericordia,

el continuo vaivé entre los impulsos de generosidad

y los momentos de desidia,

en los cuales dejamos que "la preocupación del mundo

y el engaño de la riqueza" (Mt 13, 22) ahoguen la chispa

que tu mirada o tu Palabra han hecho brotar

en nuestros corazones endurecidos.

Anima a los que han iniciado el camino del seguimiento,

para que no se asusten ante las dificultades

y las renuncias que se prevén.

Recuérdales que tú eres manso y humilde de corazón

y que tu yugo es suave y tu carga ligera.

Concédeles experimentar el alivio que sólo tú puedes dar (Mt 11, 28-30).

Jesús,

sereno ante la muerte inminente,

sólo justo ante el injusto Sanedrín.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

O quam tristis et afflicta

fuit illa benedica

mater Unigeniti!


CUARTA ESTACIÓN

Jesús es negado por Pedro

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 22, 54b-62

Pedro lo seguía desde lejos.

Los soldados, encendieron un fuego en medio del patio,

se sentaron alrededor, y Pedro se sentó entre ellos.

Al verlo una criada sentado junto a la lumbre,

se le quedó mirando y le dijo:

"También éste estaba con él".

Pero él lo negó diciendo: "No lo conozco, mujer".

Poco después lo vio otro y le dijo: "Tú también eres uno de ellos".

Pedro replicó: "Hombre, no lo soy".

Pasada cosa de una hora, otro insistía:

"Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo".

Pedro contestó: "Hombre, no sé de qué hablas".

Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo.

El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro,

y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho:

"Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces".

Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

MEDITACIÓN

De los discípulos que había huídos, regresan dos,

siguiendo a distancia a los soldados y a su prisionero.

Movido por una especie de curiosidad,

quizás por no darse cuenta del riesgo.

Pedro no tarda en ser reconocido:

lo delata el acento galileo

y el testimonio de quién lo ha visto

desenvainar la espada en el huerto de los Olivos.

Pedro se refugia en la mentira: niega todo.

No se percata de que así reniega de su Señor,

desmiente sus ardientes declaraciones de fidelidad absoluta.

No entiende que así niega también su propia identidad.

Pero un gallo canta, Jesús se vuelve,

dirige su mirada a Pedro y da sentido a aquel canto.

Pedro entiende y rompe en lágrimas.

Lágrimas amargas, pero endulzadas por el recuerdo

de las palabras de Jesús:

"No he venido para condenar, sino para salvar" (Jn 12, 47).

Ahora le reitera aquella mirada de "ternura y piedad",

la misma mirada del Padre "lento a la cólera y grande en el amor",

"qué no nos trata según nuestros pecados,

no nos paga conforme a nuestras culpas" (Sal 103, 8.10).

Pedro se sumerge en aquella mirada.

En la mañana de Pascua

las lágrimas de Pedro serán lágrimas de alegría.

ORACIÓN

Jesús, única esperanza de los que, débiles y heridos, caen;

tú sabes lo que hay en cada hombre (Jn 2, 25).

Nuestra debilidad aumenta tu amor

y suscita tu perdón.

Haz qué, a la luz de tu misericordia,

reconozcamos nuestros pasos desviados

y, salvados por tu amor,

proclamemos las maravillas de tu gracia.

Concede a cuantos tienen autoridad sobre los hermanos

de jactarse no de haber sido elegidos, sino de sus debilidades

por las cuales habita en ellos tu poder (2 Co 12, 9).

Jesús,

dirigiendo su mirada a Pietro,

suscitas lágrimas amargas de arrepentimiento,

ríos de paz de nuevo bautismo.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Quæ mærebat et dolebat

Pia mater, cum videbat

Nati poenas incliti.


QUINTA ESTACIÓN

Jesús es juzgado por Pilatos

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 13-25

Pilato, convocando a los sumos sacerdotes,

a las autoridades y al pueblo, les dijo:

Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo;

y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros,

y no he encontrado en este hombre

ninguna de las culpas que le imputáis;

ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido:

Ya veis que nada digno de muerte se le ha probado.

Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.

Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo:

"¡Fuera ése! ¡Suéltanos a Barrabás!."

A éste lo habían metido en la cárcel

por una revuelta en la ciudad y un homicidio.

Pilatos volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús.

Pero ellos seguían gritando: "¡Crucifícalo, crucifíacalo!".

Él les dijo por tercera vez:

Pues, ¿qué mal ha hecho éste?

No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte.

Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.

Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara;

e iba creciendo el griterío.

Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que pedían.

(al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio)

y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

MEDITACIÓN

Un hombre sin culpa alguna está ante Pilatos.

La ley y el derecho lo dejan al albitrio de un poder totalitario

que busca el consenso de la muchedumbre.

En un mundo injusto, el justo acaba siendo rechazado y condenado.

Viva el homicida, muera el que da la vida.

Si liberas a Barrabás, el bandolero llamado "hijo del Padre",

se crucifique al que ha revelado al Padre

y es el verdadero Hijo del Padre.

Otros, no Jesús, son los hostigadores del pueblo.

Otros, no Jesús, han hecho lo que está mal a los ojos de Dios.

Pero el poder teme por su propia autoridad,

renuncia a la autoridad que le viene de hacer lo que es justo,

y abdica.

Pilatos, la autoridad que tiene poder de vida y muerte,

Pilatos, que no titubeó en ahogar en la sangre

los focos de la revuelta (Lc 13, 1)

Pilatos, que gobernaba con puño de hierro

aquella oscura provincia del imperio, soñando poderres más vastos,

abdica,

entrega a un inocente, y con ello la propia autoridad,

a una muchedumbre vociferante.

El que en el silencio se entregó a la voluntad del Padre

es de este modo abandonado a la voluntad de quien grita más fuerte.

ORACIÓN

Jesús, cordero inocente llevado al matadero (Is 53, 7)

para quitar el pecado del mundo (Jn 1, 29)

dirige tu mirada de ternura a todo los inocentes perseguidos,

a los prisioneros que gimen en cárceles infames,

a las víctimas del amor por los oprimidos y por la justicia,

a cuantos no entreven el fin de una larga pena injusta.

Tu presencia íntimamente percibida ablande su amargura

y disipe las tinieblas de la prisión.

Haz que nunca nos resignemos a ver encadenada

la libertad que le has concedido a cada hombre,

creado a tu imagen y semejanza.

Jesús,

rey manso de un reino de justicia y de paz,

resplandece revestido de un manto de púrpura:

tu sangre derramada por amor.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Quis est homo qui non fleret,

matrem Christi si videret

in tanto supplicio?


SEXTA ESTACIÓN

Jesús es flagelado y coronado de espinas

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del S. Evangelio según Lucas y según S. Juan Lc 22, 63-65 y Jn 19, 2-3

Los hombres que sujetaban a Jesús

se burlaban de él dándole golpes.

Y tapándole la cara, le preguntaban:

"Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?"

Y proferían contra él otros muchos insultos.

Los soldados trenzaron una corona de espinas,

se la pusieron en la cabeza

y le echaron por encima un manto color púrpura;

y acercándose a él le decían:

"¡Salve, rey de los judíos!"

MEDITACIÓN

A la condena inicua se añade el ultraje de la flagelación.

Entregado en manos de los hombres, el cuerpo de Jesús es desfigurado.

Aquel cuerpo nacido de la Virgen Maria,

qué hizo de Jesús "el más bello de los hijos de Adán",

qué dispensó la unción de la Palabra

– "la gracia está derramada en tus labios" (Sal 45, 3)-,

ahora es golpeado cruelmente por el látigo.

El rostro transfigurado en el Tabor es desfigurado en el pretorio:

rostro de quién, insultado, no responde;

de quién, golpeado, perdona;

de quién, hecho esclavo sin nombre,

libera a cuantos sufen la esclavitud.

Jesús camina decididamente por la vía del dolor,

cumpliendo en carne viva, hecha viva voz, la profecía de Isaías:

"Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,

la mejilla a los que mesaban mi barba.

No oculté el rostro a insultos y salivazos" (Is 50, 6).

Profecía que se abre a un futuro de transfiguración.

ORACIÓN

Jesús,

"reflejo de la gloria del Padre, impronta de su ser" (Hb 1, 3),

has aceptado ser reducido a un pedazo de hombre,

un condenado al suplicio, que mueve a piedad.

Tú llevaste nuestros sufrimientos,

cargaste con nuestros dolores,

fuiste aplastado por nuestras iniquidades (Is 53, 5).

Con tus heridas, cura las heridas de nuestros pecados.

Concede a los que son despreciados injustamente o marginados,

a cuantos han sido desfigurados por la tortura o la enfermedad,

comprender que, crucificados al mundo contigo y como tú (Ga 2, 19),

llevan a cabo lo que falta a tu Pasión,

para la salvación del hombre (Col 1, 24).

Jesús,

pedazo de humanidad profanada,

en ti se revela el carácter sagrado del hombre:

arca del amor que devuelve el mal con el bien.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in caelis:

Quis no posset contristari,

Christi matrem contemplari,

dolentem cum Filio?


SÉPTIMA ESTACIÓN

Jesús cargado con la cruz

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 5, 20

Terminada la burla,

le quitaron la púrpura

y le pusieron su ropa,

Y lo sacaron

para crucificarlo.

MEDITACIÓN

Fuera.

El justo injustamente condenado tiene que morir fuera:

fuera del campamento, fuera de la ciudad santa,

fuera de la sociedad humna.

Los soldados lo desnudany lo visten:

Él ya no puede disponer tampoco del propio cuerpo.

Le cargan sobre los hombros un palo, trozo pesado del patíbulo,

señal de maldición e instrumento de ejecución capital.

Madero de infamia,

que pesa, carga extenuante, sobre las espaldas llagadas de Jesús.

El odio que lo impregna hace insoportable el peso.

Sin embargo aquel madero de la cruz es rescatado por Jesús,

se convierte en la señal de una vida vivida

y ofrecida por amor a los hombres.

Según la tradición, Jesús vacila,

por tres veces caerá bajo aquel peso.

Jesús no ha puesto límites a su amor:

"habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).

Obediente a la palabra del Padre

-"Amarás al Señor tú Dios con todas tus fuerzas" (Dt 6, 5)-

Dios ha amado y ha cumplido su voluntad hasta el extremo.

ORACIÓN

Jesús, rey de gloria, coronado de espinas,

encorvado bajo el peso de la cruz

que las manos del hombre han preparado para ti,

imprime en nuestros corazones

la imagen de tu rostro cubierto de sangre,

para que nos recuerde que nos has amado

hasta entregarte tú mismo por nosotros (Ga 2, 20).

Nuestra mirada no se separe nunca de la señal de nuestra salvación,

levantado sobre el corazón del mundo,

para que, contemplándolo y creyendo en ti,

no nos condemos, sino que tengamos la vida eterna (Jn 3, 14-16).

Jesús,

sobre tus espaldas desgarradas pesa el innoble patíbulo:

por tu gracia la cruz se convierte en collar de piedras preciosas

y el árbol del Paraíso vuelve a ser árbol de la Vida.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Pro peccatis suæ gentis

vidit Iesum in tormentis

et flagellis subditum.


OCTAVA ESTACIÓN

El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la Cruz

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 26

Mientras lo conducían,

Echaron mano de un cierto Simón de Cirene que volvía del campo

y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús.

MEDITACIÓN

Las primeras estrellas que anuncian el sábado

no brillan todavía en el cielo,

pero Simón ya vuelve a casa del trabajo en el campo.

Soldados paganos, que nada saben del descanso del sábado, lo paran.

Ponen sobre sus hombros robustos aquella cruz

que otros habían prometido llevar cada día detrás de Jesús.

Simón no elige: recibe una orden

y aún no sabe que acoge un don.

Es característico de los pobres no poder elegir nada,

ni el peso de sus propios sufrimientos.

Pero es característico de los pobres ayudar a otros pobres,

y allí hay uno más pobre que Simón:

está a punto de ser privado hasta de la vida.

Ayudar sin hacer preguntas, sin preguntar por qué:

demasiado pesado el peso para el otro,

en cambio, mis hombros aún lo sostienen.

Y esto basta.

Vendrá el día en el cual el pobre más pobre le dirá al compañero:

"Ven, bendito de mi Padre, entra en mi alegría:

estaba aplastado por bajo el peso de la cruz y tu me has levantado".

ORACIÓN

Jesús,

tú has caminado, decididamente,

por el camino que lleva a Jerusalén (Lc 9, 51);

tus sufrimientos han hecho que seas

guía de los hombres en el camino de la salvación (Hb 2, 10).

Tú eres nuestro precursor en el camino de tu Pascua (Hb 6, 20).

Ven en ayuda de todos los que,

conscientes u obligados por acontecimientos oscuros,

caminan siguiendo tus huellas,

tú que has dicho:

"Bienaventurados los que lloran,

porque ellos serán consolados" (Mt 5, 5).

Jesús,

aliviado del peso de la cruz por Simón de Cirene,

para que él, compañero inconsciente en el camino del dolor,

fuese tu amigo y huésped en la morada de la gloria eterna.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Tui Nati vulnerati,

tam dignati pro me pati,

poenas mecum divide.


NOVENA ESTACIÓN

Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 27-31

Lo seguía un gran gentío del pueblo

y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.

Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:

"Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,

llorad por vosotras y por vuestros hijos,

porque mirad, llegará el día que dirán:

Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz

y los pechos que no han criado.

Entonces empezarán a decirles a los montes:

¡Desplomaos sobre nosotros! y a las colinas: ¡Sepultadnos!

porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?".

MEDITACIÓN

El cortejo del condenado avanza.

Por escolta: soldados y un puñado de mujeres llorando,

mujeres venidas de Galilea a la ciudad santa con él y los discípulos.

Conocen a aquel hombre.

Han escuchado su palabra de vida,

lo aman como maestro y profeta.

¿Esperaban que fuese el liberador de Israel? (Lc 24, 21).

No lo sabemos, pero ahora lloran a aquel hombre

como se llora a una persona querida,

como él lloró al amigo Lázaro.

Él las une a su sufrimiento,

una nueva luz ilumina su dolor.

La voz de Jesús habla de juicio,

pero llama a la conversión;

anuncia dolores,

pero como dolores de parturienta.

El madero verde recobrará la vida

y el leño seco será partícipe de ello.

ORACIÓN

Jesús, Rey de gloria, coronado de espinas,

con el rostro cubierto de sangre y salivazos,

enséñanos a buscar incesantemente tu rostro (Sal 27, 8-9)

para que su luz ilumine nuestro camino (Sal 89, 15);

enséñanos a vislumbrarlo bajo el semblante del hombre

marcado por la enfermedad,

derribado por el desaliento,

envilecido por la injusticia.

Haz que en nuestros ojos se impriman

los rasgos de tu rostro amado;

del que los "más pequeños de tus hermanos" (Mt 25, 40)

son un reflejo luminoso,

sacramento de tu presencia entre nosotros.

Jesús,

acompañado al monte de la Calavera

por un cortejo de mujeres en llanto:

ellas han conocido tu rostro de luz, tu palabra de gracia.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Eia mater, fons amoris,

me sentire vim doloris

fac, ut tecum lugeam.


DÉCIMA ESTACIÓN

Jesús es crucificado

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 33. 47b

Cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera",

lo crucificaron allí, a él y a los dos malhechores,

uno a la derecha y otro a la izquierda.

El centurión daba gloria a Dios diciendo:

"Realmente, este hombre era justo".

MEDITACIÓN

Una colina fuera de la ciudad, un abismo de dolor y humillación.

Levantado entre cielo y tierra está un hombre:

clavado en la cruz,

suplicio reservado a los malditos de Dios y de los hombres.

Junto a él otros condenados

que no son dignos ya del nombre de hombre.

Sin embargo Jesús,

que siente que su espíritu lo abandona,

no abandona a los otros hombres,

extiende los brazos para acoger a todos,

al que nadie quiere ya acoger.

Desfigurado por el dolor,

marcado por los ultrajes,

el rostro de aquel hombre

le habla al hombre de otra justicia.

Derrotado, burlado, denigrado,

aquel condenado devuelve la dignidad a todo hombre:

a tanto dolor puede llevar el amor,

de tanto amor viene el rescate de todo dolor.

"Verdaderamente aquel hombre era justo" (Lc 23, 47b).

ORACIÓN

Jesús,

de entre tu pueblo,

sólo un pequeño rebaño,

al cual el Padre se ha complacido en dar su Reino (Lc 12, 32),

te ha reconocido como Dios y Salvador,

pero tu Espíritu muy pronto hará de ellos testigos

"en Jerusalén, en toda Judea y

Samaria y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8).

Concede a los que anuncian tu Palabra en el mundo entero,

la audacia (Flp 1, 14) y la libertad (Flm 1, 8) gloriosa,

gracias a las cuales tu Espíritu irrumpe con la fuerza de la Pascua

y el lenguaje de la cruz, escándalo a los ojos del mundo,

se convierte en sabiduría para los que creen (1 Co 1, 17 ss).

Jesús,

tu muerte, oblación pura para que todos tengan la vida,

ha revelado tu identidad de Hijo de Dios e Hijo del hombre.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Fac ut ardeat cor meum

in amando Christum Deum,

ut sibi complaceam.


UNDÉCIMA ESTACIÓN

Jesús promete su Reino al buen ladrón

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 33-34. 39-43

Cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera",

lo crucificaron allí, a él y a los malhechores,

uno a la derecha y el otro a la izquierda.

Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:

¿no eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros!

Pero el otro lo increpaba:

"¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio?

Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos,

en cambio, éste no ha faltado en nada.

Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino".

Jesús le contestó: "te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso".

MEDITACIÓN

El lugar de la Calavera,

sepulcro de Adán, el primer hombre,

patíbulo de Jesús, el hombre nuevo.

El madero de la cruz,

instrumento de muerte ostentada,

arca de perdón concedido.

Junto a Jesús, que pasó entre la gente haciendo el bien,

dos hombres condenados por haber hecho el mal.

Otros dos habían pedido estar uno a la derecha

y otro a la izquierda de Jesús,

se habían declarado también dispuestos a recibir el mismo bautismo,

a beber el mismo cáliz (Mc 10, 38-39).

Pero ahora no están aquí,

otros les han precedido en el monte Calvario.

Uno de ellos invoca a un Mesías que se salve a sí mismo y a los dos,

allí y enseguida,

el otro se dirige a Jesús,

para que se acuerde de él cuando entre en su Reino.

Quien comparte los escarnios de la muchedumbre no recibe respuesta,

quien reconoce la inocencia de un condenado a muerte

consigue una inmediata promesa de vida.

ORACIÓN

Jesús, amigo de los pecadores y publicanos (Mt 9,11; 11,19; Lc 15, 1-2),

tú has venido para salvar no a los justos sino a los pecadores (Mt 9, 13)

y has querido darnos la prueba de tu amor "tan grande" (Ef 2, 4 Vulg)

y de la abundancia de tu misericordia,

aceptando morir por nosotros mientras éramos aún pecadores (Rm 5,8).

Vuelve tu mirada de bondad sobre nosotros,

y, después de que hayamos gustado la amargura purificadora de la humillación,

acógenos en tus brazos, llenos de misericordia paterna,

y transforma con tu perdón

el barro del pecado en traje de gloria.

Jesús,

proclamado inocente por un malhechor, compañero de pena:

para ti y para tu compañero ha llegado la hora de entrar en el Reino.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Sancta mater, istud agas,

Crucifixi fige plagas

cordi meo valide.


DUODÉCIMA ESTACIÓN

Jesús en la Cruz, la Madre y el Discípulo

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Juan 9, 25-27

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre,

la hermana de su madre, María de Cleofás y María la Magdalena.

Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería,

dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo".

Luego dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre!"

Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

MEDITACIÓN

Alrededor de la cruz, gritos de odio,

a los pies de la cruz, presencias de amor.

Está allí, firme, la madre de Jesús.

Con ella otras mujeres,

undas en el amor alrededor del moribundo.

Cerca, el discípulo amado, no otros.

Sólo el amor ha sabido superar todos los obstáculos,

sólo el amor ha perseverado hasta al final,

sólo el amor engendra otro amor.

Y allí, a los pies de la cruz, nace una nueva comunidad,

allí, en el lugar de la muerte, surge un nuevo espacio de vida:

María acoge al discípulo como hijo,

el discípulo amado acoge a María como madre.

"La tomó consigo entre sus cosas más queridas" (Jn 19, 27)

tesoro inalienable del cual se hizo custodio.

Sólo el amor puede custodiar el amor,

sólo el amor es más fuerte que la muerte (Ct 8, 6).

ORACIÓN

Jesús, Hijo predilecto del Padre,

a los sufrimientos padecidos en la cruz

se añade el de ver junto a ti a tu Madre quebrantada por el dolor.

Te confiamos la desolación y el retorno

de los padres deprimidos ante los sufrimientos o la muerte de un hijo;

te confiamos el desaliento de tantos huérfanos,

de hijos abandonados o dejados solos.

Tú estás presente en sus sufrimientos

como lo estuviste en la cruz, junto a la Virgen María.

Que venga el día del encuentro,

en el cual será enjugada toda lágrima,

y habrá alegría sin fin.

Jesús,

moribundo en la cruz confías la Madre al discípulo amado,

el Apóstol virgen a la Virgen pura que te llevó en su seno.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Fac me vere tecum flere,

Crucifixo condolore,

donec ego vixero.


DECIMOTERCERA ESTACIÓN

Jesús muere en la Cruz

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 44-46

Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas

sobre toda la región hasta la media tarde; porque se oscureció el sol.

El velo del templo se rasgó por medio.

Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:

"Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu".

Y dicho esto, expiró.

MEDITACIÓN

Después de la agonía de Getsemaní,

Jesús, en la cruz, se halla de nuevo ante el Padre.

En el culmen de un sufrimiento indecible,

Jesús se dirige a él, y le ruega.

Su oración es ante todo invocación de misericordia para los verdugos.

Luego, aplicación a sí mismo de la palabra profética de los salmos:

manifestación de un sentido de abandono desgarrador,

qué llega en el momento crucial,

en el cual se experimenta con todo el ser

a que desesperación lleva el pecado que separa de Dios.

Jesús ha bebido hasta la hez el cáliz de la amargura.

Pero de aquel abismo de sufrimiento surge un grito

que rompe la desolación:

"Padre, a tus manos entrego mi espíritu" (Lc 23, 46).

Y el sentido de abandono se cambia

en abandono en los brazos del Padre;

la última respiración del moribundo se vuelve grito de victoria,

La humanidad, que se había alejado en un arrebato de autosuficiencia,

es acogida de nuevo por el Padre.

ORACIÓN

Jesús, hermano nuestro,

con tu muerte has vuelto a abrir para nosotros

el camino cerrado por la culpa de Adán.

Nos has precedido en el camino

que lleva de la muerte a la vida (Hb 6, 20).

Te has cargado con el miedo y los tormentos de la muerte,

cambiándole radicalmente el sentido:

has cambiado la desesperación que provocan,

haciendo de la muerte un encuentro de amor.

Conforta a los que hoy emprenden tu mismo camino.

Alienta a los que tratan de alejarse del pensamiento de la muerte.

Y cuando para nosotros llegue también la hora dramática y bendita,

acógenos en tu gozo eterno,

no por nuestros méritos,

sino en virtud de las maravillas que tu gracia obra en nosotros.

Jesús,

expirando entregas la vida en manos del Padre

y derramas sobre la Esposa el regalo vivificante del Espíritu.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Vidit suum dulcem Natum

morientem, desolatum,

cum emisit spiritum.


DECIMOCUARTA ESTACIÓN

Jesús es colocado en el sepulcro

V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 50-54

Un hombre llamado José,

que era senador, hombre bueno y honrado,

(que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos),

que era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios,

acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús.

Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana

y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca,

donde no habían puesto a nadie todavía.

Era el día de la Preparación y rayaba el sábado.

MEDITACIÓN

Primeras luces del sábado.

El que era luz del mundo baja al reino de las tinieblas.

El cuerpo de Jesús es tragado por la tierra,

y con él es tragada toda esperanza.

Pero su descendimiento al lugar de los muertos

no es para la muerte sino para la vida.

Es para reducir a la impotencia al que detentaba el poder sobre la muerte, el diablo (Hb 2, 14),

para destruir al último adversario del hombre,

la muerte misma (1Co 15, 26),

para hacer resplandecer la vida y la inmortalidad (2 Tm 1, 10),

para anunciar la buena nueva a los espíritus prisioneros (1 P 3, 19).

Jesús se humilla hasta alcanzar a la primera pareja humana,

Adán y Eva, aplastados bajo el peso de su culpa.

Jesús les tiende la mano,

y su rostro se ilumina con la gloria de la resurrección.

El primer Adán y el Último se parecen y se reconocen;

el primero halla la popia imagen

en aquél que un día debía venir

a liberarlo junto con todos los demás hijos (Gn 1, 26).

Aquel Día ha llegado finalmente.

Ahora en Jesús, cada muerte puede, desde aquel momento, desembocar en la vida.

ORACIÓN

Jesús, Señor rico en misericordia,

te has hecho hombre para ser nuestro hermano,

y, con tu muerte vencer la muerte.

Has descendido a los infiernos para liberar a la humanidad,

para hacernos revivir contigo,

resucitados llamados a sentarnos en los cielos junto a ti (cf. Ef 2, 4-6).

Buen pastor que nos conduces a aguas tranquilas,

tómanos de la mano

cuando atravesemos las sombras de la muerte (Sal 23, 2-4),

a fin de que permanezcamos contigo,

para contemplar eternamente tu gloria (Jn 17, 24).

Jesús,

envuelto en una sábana y colocado en la tumba,

esperas que, rodada la piedra,

se rompa el silencio de la muerte con el júbilo del aleluya perenne.

R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

Quando corpus morietur,

fac ut animæ donetur

paradisi goria. Amen.


El Santo Padre dirige su palabra a los presentes:

PAROLE DEL SANTO PADRE GIOVANNI PAOLO II

Venerdì Santo, 9 aprile 2004

1. Venit hora! Era giunta l"ora! L"ora del Figlio dell"uomo.

Come ogni anno, percorriamo davanti al Colosseo romano la Via Crucis di Cristo e partecipiamo a quell"ora in cui si è compiuta l"opera della Redenzione.

Venit hora crucis! "L"ora di passare da questo mondo al Padre" (Gv 13, 1). L"ora della straziante sofferenza del Figlio di Dio, una sofferenza che, a venti secoli di distanza, continua a commuoverci intimamente e ad interpellarci. Il Figlio di Dio è giunto a quest"ora (cfr Gv 12, 27) proprio per donare la vita a vantaggio dei fratelli. E" l"ora dell"offerta – l"ora della rivelazione dell"infinito amore.

2. Venit hora gloriae! "E" giunta l"ora che sia glorificato il Figlio dell"uomo" (Gv 12,23). Ecco l"ora in cui a noi, uomini e donne di ogni tempo, è stato fatto il dono dell"amore più forte della morte. Stiamo sotto la croce sulla quale è inchiodato il Figlio di Dio, affinché con il potere che il Padre gli ha dato sopra ogni essere umano Egli dia la vita eterna a tutti coloro che gli sono stati affidati (cfr Gv 17,2).

Non è dunque doveroso in questa ora rendere gloria a Dio Padre "che non ha risparmiato il proprio Figlio, ma lo ha dato per tutti noi" (Rm 8, 32)?

Non è tempo di glorificare il Figlio che "umiliò se stesso facendosi obbediente fino alla morte e alla morte di croce" (Fil 2,7)?

Come non dare gloria allo Spirito di Colui che ha resuscitato Cristo dai morti ed ora abita in noi per dare la vita anche ai nostri corpi mortali (cfr Rm 8,11)?

3. Quest"ora del Figlio dell"uomo, che viviamo il Venerdì Santo, rimanga nella nostra mente e nei nostri cuori come l"ora dell"amore e della gloria.

Il mistero della Via crucis del Figlio di Dio sia per tutti fonte inesauribile di speranza. Ci conforti e ci fortifichi anche quando giungerà la nostra ora.

Venit hora redemptionis. Glorificemus Redemptorem!

Amen.

Al final del discurso el Santo Padre imparte la Bendición Apostólica:

V /. Dominus vobiscum.

R /. Et cum spiritu tuo.

V /. Sit nomen Domini benedictum.

R /. Ex hoc nunc et usque in sæculum.

V /. Adiutorium nostrum nomine Domini.

R /. Qui fecit cælum et terram.

V /. Benedicat vos omnipotens Deus,

Pater, et Filius, et, Spiritus Sanctus.

R /. Amen.

1 2Página siguiente

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba

Copyright © 2024 Encuentra by Juan Diego Network. Todos los derechos reservados.