¿Falta de habilidad política o capricho? Una vez más, la elección del Obispo de Roma queda sujeta a la aprobación imperial.
San Pascual I
El mismo día del fallecimiento de Esteban V fue elegido Pascual i, y consagrado al día siguiente. Era un monje romano, abad del monasterio de San Esteban.
Enérgico y duro, no hacía amigos con facilidad. Los romanos le echarán en cara, sobre todo, sus simpatías demasiado ostensibles hacia los francos. Pero ¿se le podía reprochar acaso que prosiguiera y reforzara incluso la nueva política emprendida por sus predecesores inmediatos? ¿Acaso no eran entonces los francos los únicos capaces de garantizar la paz y la unidad cristiana del Occidente? ¿Y no reunía su emperador, Ludovico Pío, títulos y méritos suficientes para ser correspondido y reconocido por el papa, precisamente cuando en aquel año del 817 -por el «Pactum Ludovicianum»- acababa de confirmar de nuevo la soberanía del obispo de Roma sobre los Estados de la Iglesia? Desde esa actitud de correspondencia, Pascual coronó también con su propia mano, en Roma, al futuro emperador Lotario, hijo de Ludovico, todavía en vida de éste.
¿Fue demasiado lejos, en aquella ocasión, en sus demostraciones de amistad hacia los francos? Lo cierto es que, apenas concluidos los festejos, dos importantes funcionarios pontificios, particularmente destacados por sus simpatías hacia los francos, fueron asesinados. Para evitar que se deterioraran las relaciones con el nuevo emperador, el papa se apresuró a pronunciar un juramento de inocencia. Y encargó al arzobispo Ebbo de Reims que le representara ante Lotario.
A pesar de tantas tensiones, no olvidaba Pascual otros problemas de la Iglesia. Sensible, por ejemplo, a la suerte que corrieran las víctimas de los iconoclastas orientales, dispuso que fueran acogidas en Roma con toda solicitud. Y quiso complacer a los romanos enriqueciendo la ciudad con nuevos templos, enriquecidos con reliquias sacadas de las catacumbas.
Toda esa dedicación no impidió, sin embargo, que su impopularidad fuera en aumento: su carácter áspero y su política parcial pesaban cada vez más y se toleraban cada vez menos. Quizá por eso, al morir Pascual el 11 de febrero del 824, estallaron graves disturbios en la Ciudad de Roma.
Eugenio II
Los desórdenes que se desencadenaron al morir el papa Pascual, retrasaron varios meses la elección de su sucesor. El pueblo y la nobleza estaban enfrentados. A fines de junio del 824, los nobles consiguieron su candidato, Eugenio, arcipreste romano de Santa Sabina. El nuevo pontífice se apresuró a informar a Ludovico Pío de su elección, al tiempo que le renovaba el reconocimiento de sus derechos imperiales sobre los Estados de la Iglesia y le juraba fidelidad.
A pesar de tales manifestaciones, Ludovico envió a Roma a su hijo Lotario, que ya había sido designado heredero de la corona imperial, para que investigara sobre el terreno la gravedad y alcance de las algaradas que habían conmovido la Urbe. El joven príncipe puso especial cuidado en redactar un nuevo documento, la «Constitutio Lotharii», que suponía un notable retroceso en relación con las concesiones, demasiado generosas, del «Pactum Ludovicianum» del año 817.
La «Constitutio» reafirmaba la autoridad del emperador sobre Roma y sobre el papa y, en particular, su derecho a fiscalizar toda la administración de los Estados de la Iglesia; restringía también de forma clara el derecho de elección de los romanos y subrayaba que el nombramiento del papa quedaba supeditado siempre a la aprobación imperial.
Puede parecer sorprendente que, con esas restricciones encima, Eugenio II lograra en el transcurso de tres años, aumentar el prestigio espiritual del papado y asegurarse mayor independencia en los asuntos internos de la Iglesia. Pero hay que tener en cuenta que la autoridad de Ludovico Pío comenzaba a debilitarse como consecuencia de la guerra civil que su segundo matrimonio había provocado entre sus hijos.
En el año 826, Eugenio reunió en Roma un sínodo en el que se tomaron acuerdos relativos a la disciplina eclesiástica. El papa murió a fines de agosto del 827.
Valentín
En esta ocasión no hubo problemas en la elección del papa: clero, nobleza y pueblo, todos, fueron unánimes en sus preferencias. El archidiácono Valentín, de gran valía espiritual, fue elegido y consagrado en los últimos días del mes de agosto.
Mas el nuevo pontífice apenas reinaría un mes: falleció a fines de septiembre.