Misterio trinitario y espiritualidad cristiana

Toda la vida cristiana se edifica sobre un hecho fundamental: Dios se nos ha dado y nos invita a responder a su donación. Dios, Uno y Trino, nos crea, nos eleva al orden sobrenatural y nos lleva a la santidad, es decir, a conocer y participar de su vida trinitaria; esto no simplemente como algo de futuro sino como algo que comienza ya en la tierra con la infusión de la gracia santificante en el alma, infusión a la que Santo Tomás llama "nueva creación".

La criatura elevada al orden sobrenatural, revestida por el don de la gracia que la asemeja a Dios, recibe en lo más profundo de su ser una disposición estable, como una nueva naturaleza, que le permite ser sujeto de acciones sobrenaturales. En virtud de ella se da una especial presencia de Dios en el hombre, a la que la teología llama "inhabitación", por la que el hombre pasa a ser verdaderamente semejante a Dios y puede tratar con cada una de las tres Personas divinas individualmente (cosa que de hecho no puede hacer el hombre que no está en gracia). El hombre elevado por la gracia conoce y ama a Dios de modo semejante a como ƒl se conoce y ama a Sí mismo. Lo que caracteriza esa inhabitación es que Dios Trino no solamente está en nosotros sino que se da a nosotros para que podamos gozarle. ƒl es el principio mismo de nuestra vida interior, la causa eficiente y ejemplar de ella.

La vida espiritual aparece así en su auténtica dimensión: como el esfuerzo personal por ser consecuentes con la acción de Dios Trino en nosotros. Vida que pide docilidad al Esp. Sto., espíritu de oración y filiación, y aceptación positiva y alegre de la Cruz de Cristo. Los actos del cristiano tienen su más profundo valor en que verdaderamente conducen por Dios a ƒl mismo; de que están vivificados e impulsados por el Esp. Sto. y tienden a la semejanza con Cristo; de que, en definitiva, nacen y acaban en un encuentro personal con nuestro Padre Dios.

Cuando se guarda dentro de sí tesoro de tanto precio como la Santísima Trinidad, es menester pensar en ello con frecuencia; de esta consideración nacen tres afectos principales:

A. La adoración – ¿Cómo no dar gloria, bendecir y hacer acciones de gracias al huésped divino que hace de nuestra alma un verdadero santuario?

B. El amor – Dios, a pesar de su infinitud, baja hasta nosotros como el más amoroso padre hasta su hijo, ¿cómo no corresponder a su amor? Este amor será penitente, agradecido, de amistad y generoso.

C. La imitación – El amor nos llevará a la imitación de la Santísima Trinidad, según cabe a nuestra flaqueza.

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