Juan 6, 52-60
Autor: Pablo Cardona
«Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquél que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del Cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Cafarnaún. Entonces, oyéndole muchos de sus discípulos, dijeron: Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?» (Juan 6, 52-60)
1º. Jesús, no puedes ser más explícito: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.»
Es decir: eres verdadero alimento para mi vida.
Mi cuerpo necesita alimento natural para mantenerse, fortalecerse y crecer.
Sin alimentarme periódicamente, iría perdiendo fuerzas y me moriría.
Del mismo modo, mi vida espiritual, que es vida de hijo de Dios, necesita el alimento espiritual de la Eucaristía.
«Aquél que me come vivirá por mí.»
Jesús, al recibirte en la comunión, recibo tu misma vida, la vida del Hijo de Dios que me hace hijo de Dios, y por tanto, heredero del Cielo.
Al comerte, Jesús, ya no soy yo el que vivo sino que eres Tú el que vives en mí, y Dios me reconoce entonces como verdadero hijo suyo.
«Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia¡» (C. I. C.- 1398).
Qué cosa más impresionante es la comunión!
Nunca llegaré a entender ni valorar suficientemente hasta qué punto me une a Ti y, a través de Ti, a todos los cristianos, pues todos pasamos a ser tu mismo cuerpo.
Lo que sí entiendo es que necesito comulgar más a menudo, porque necesito más alimento espiritual.
«Quien come de este pan vivirá eternamente.»
Pero no es sólo cuestión de frecuencia, sino también de aprovechamiento: cuando comulgo, ¿qué hago? ¿qué te digo? ¿cómo aprovecho esos minutos en los que estás viviendo íntimamente conmigo?
2º. «Recordad -saboreando, en la intimidad del alma, la infinita bondad divina- que, por las palabras de la Consagración, Cristo se va a hacer realmente presente en la Hostia, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Almo y con su Divinidad. Adoradle con reverencia y con devoción; renovad en su presencia el ofrecimiento sincero de vuestro amor; decidle sin miedo que le queréis; agradecedle esta prueba diaria de misericordia tan llena de ternura, y fomentad el deseo de acercaros a comulgar con confianza. Yo me pasmo ante este misterio de Amor: el Señor busca mi pobre corazón como trono, para no abandonarme si yo no me aparto de Él
»Reconfortados por la presencia de Cristo, alimentados de su Cuerpo, seremos fieles durante esta vida terrena, y luego, en el cielo, junto a Jesús y a su Madre, nos llamaremos vencedores» (Es Cristo que pasa.- 161).
Jesús, a través de la Eucaristía, buscas mi pobre corazón.
Ese es el motivo de que te hayas quedado: tu inmenso amor por mí.
Yo me pasmo ante este misterio de Amor.
No quiero acostumbrarme a verte escondido en el sagrario, sabiendo que me esperas; no quiero pasar con indiferencia delante de una Iglesia, sabiendo que Tú estás allí, tal vez solo; no quiero recibirte sin darme cuenta de lo que me quieres cuando te has hecho alimento para darme tu vida.
«Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?»
Jesús, yo puedo escucharla, yo quiero escucharla, y creer en ella y vivir de ella.
Pero necesito tu ayuda: dame más fe, Jesús, para que sepa apreciar, aunque sea mínimamente, lo que significa la Eucaristía.
Y para prepararme mejor a recibir la Comunión, puedo repetir la oración de la Comunión espiritual: Yo quisiera, Señor; recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los Santos.