VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 1, 40-45

Autor: Pablo Cardona

«Y vino hacia él un leproso que, rogándole de rodillas, le decía: Si quieres, puedes limpiarme. Y compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo: Quiero, queda limpio. Y al momento desapareció de él la lepra y quedó limpio. Le conminó y enseguida lo despidió, diciéndole: Mira, no digas nada a nadie; pero anda, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio. Sin embargo, una vez que se fue, comenzó a proclamar y a divulgar la noticia, hasta el punto de que ya no podía entrar abiertamente en ciudad alguna, sino que se quedaba fuera, en lugares apartados. Pero acudían a él de todas partes.» (Marcos 1, 40-45)

1º. Jesús, el leproso de hoy me sugiere una jaculatoria fácil y profunda a la vez: «Si quieres, puedes limpiarme».

Con pocas palabras, el leproso manifiesta la fe que te tiene, a la vez que reconoce su enfermedad.

Además, es una oración confiada y sin exigencias.

El leproso pide con la fe del que sabe que puedes curarle, pero aceptando de antemano tu voluntad: «Si quieres…»

Jesús, si quieres, si es lo que más conviene a mi alma, cúrame.

Es una buena jaculatoria que puedo utilizar para pedirte por mi salud o por la de algún ser querido.

Pero también la puedo utilizar cuando me doy cuenta de que te he fallado en algo.

En vez de desanimarme, puedo aprovechar ese fallo para acercarme más a Ti y decirte con el corazón: Jesús, «si quieres, puedes curarme;» dame más fortaleza, más fe, más constancia, más gracia para no volverte a fallar.

«En la vida del espíritu se enferma por el pecado, y es necesaria también una medicina para recobrar la salud. Este remedio es la gracia que se recibe en el sacramento de la penitencia»(Santo Tomás).

Jesús, has previsto un medio concreto para limpiar mis pecados y darme a la vez esa fuerza, esa gracia que necesito para no volver a pecar: el sacramento de la penitencia, la confesión.

«A quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos»(Juan 20,23).

2º. «Domine!»  ¡Señor! , «si vis, potes me mundare»  si quieres, puedes curarme.

¡Qué hermosa oración para que la digas muchas veces con la fe del leprosito cuando te acontezca lo que Dios y tú y yo sabemos!

No tardarás en sentir la respuesta del Maestro: «volo, mundare!» quiero, ¡sé limpio» (Camino.-142)

Jesús, al instituir el sacramento de la penitencia, has construido una fuente capaz de limpiar todas las enfermedades de mi alma.

Y esta fuente está a mi alcance, allí donde haya un sacerdote.

Por eso, la oración del leproso -si es sincera  me tiene que llevar a confesarme a menudo.

Pero no hace falta estar leproso para ir a la confesión.

A veces me parece que no cometo pecados porque tengo poca sensibilidad.

No me doy cuenta de tantas cosas buenas que podía -y debía- haber hecho, y que he dejado de hacer por comodidad, por vergüenza, o por falta de presencia de Dios.

Por eso es una buena costumbre examinar mi conciencia cada noche preguntándome: ¿qué he hecho bien hoy?, ¿qué he hecho mal?, ¿qué cosas podría hacer mejor? ¿Me he comportado como esperabas de mí?

Gracias al examen de conciencia, descubriré pequeñas faltas que, aunque no me separan de Ti, me impiden seguirte más de cerca.

Y me daré cuenta de que necesito acudir a esa fuente de la confesión con frecuencia -cada semana o cada quince días-, para pedirte una vez más: «Si quieres, puedes limpiarme.»

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