Mateo 18,1-5.10
(2 Octubre)
Autor: Pablo Cardona
«En aquella ocasión se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Quién juzgas que es el mayor en el Reino de los Cielos? Entonces, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos; y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños, pues os digo que sus ángeles en los Cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los Cielos.» (Mateo 18,1-5.10)
1º. Jesús, «¿quién es el mayor en el Reino de los Cielos?»; ¿quién es el más santo?; ¿quién se parece más a Ti?
Y me respondes: el que se convierte y se hace pequeño como los niños.
Esta es una de las paradojas de tu doctrina: el que quiera ser mayor a tus ojos, debe hacerse el menor a los ojos de los hombres.
Y para ello, es necesario convertirse, cambiar de vida, rechazar todo orgullo, aprender a pedir perdón con humildad.
No se trata de hacerse niño en estatura o en falta de madurez, sino de obedecer con humildad la voluntad del Padre Celestial: el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.
Además, es el único camino para imitarte, Jesús, pues Tú mismo no buscaste otro fin que el obedecer la voluntad de Dios: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22,42).
Jesús, ¿busco en mi vida hacer la voluntad de mi Padre Dios?
¿Intento pedirte luces en la oración para que seas Tú quien me guíes en mi camino diario o, más bien, voy a lo mío, según me parezca, según me interese o tenga ganas?
¿Me apoyo en la dirección espiritual, dándome cuenta de que necesito ayuda para ver mejor y exigirme más?
2º. «Cristo espera mucho de tu labor. Pero has de ir a buscar a las almas, como el Buen Pastor salió tras la oveja centésima: sin aguardar a que te llamen. Luego, sírvete de tus amigos para hacer bien a otros: nadie puede sentirse tranquilo -díselo a cada uno- con una vida espiritual que, después de llenarle, no rebose hacia fuera con celo apostólico» (Surco.-223).
Jesús, si he de intentar imitarte, he de ser humilde: hacerme niño en lo espiritual, dejarme ayudar y aconsejar.
Pero eso no significa ser apocado, tener una voluntad débil.
Al contrario: significa tener fuerza de voluntad suficiente para decir muchas veces que no a mis intereses personales y decir sí a lo que Tú me pides.
Y una cosa que me pides es que también yo sea Buen Pastor con los que me rodean.
No quieres que se pierda ni uno solo de los que conviven conmigo.
Por eso he de sentir la responsabilidad de salvar a todas las almas.
El apostolado es una necesidad que nace del amor a Ti y del amor a los demás: es el deseo de que los demás tengan también la suerte de encontrarte y amarte.
«Orad sin interrupción por los demás hombres. Hay en ellos esperanza de conversión, una conversión que les conducirá a Dios. Volveos hacia ellos, para que, por medio de vuestras obras, se hagan discípulos vuestros. Ante su cólera estad llenos de dulzura. Ante su jactancia tened sentimientos de humildad. Ante sus blasfemias, estad en oración. Ante sus errores, permaneced firmes en la fe. Ante sus violencias, sed pacíficos, sin imitarlos» (San Ignacio de Antioquia).
Si me veo impotente ante la tarea de salvar a todas las almas, al menos puedo empezar por mis amigos.
Luego, sírvete de tus amigos para hacer bien a otros. Y poco a poco, iremos devolviéndote, Jesús, esas ovejas perdidas.
Además, tengo un aliado silencioso en el apostolado: el ángel custodio de la persona que trato de acercarte.
El está viendo siempre el rostro de Dios, y también desea ardientemente acercarlo a Ti.
Por eso, me hará muchos favores en mi labor apostólica, si se los pido.