Sábado. Cuarta Semana de Pascua

Juan 14, 7-14

Autor: Pablo Cardona

«Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora te conocéis y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor; muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le contestó: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza las obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, y si no, creed por las obras mismas. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pidiereis algo en mi nombre, yo lo haré.» (Juan 14, 7-14) 

1º. Jesús, hoy me prometes tu intercesión ante Dios Padre.

Te vas, pero no me dejas solo.

Te vas con el Padre pero sigues pendiente de mí: de mis necesidades, de las necesidades de los que me rodean.

«Si me pidiereis algo en mi nombre, yo lo haré».

Jesús, éste es tu nombre.

A Ti te tengo que pedir ayuda cuando lo necesite.

Gracias porque no te olvidas de mí, porque me haces más fácil pedir cosas a Dios: qué fácil pedirte a Ti, Jesús, sabiendo que me escuchas siempre.

Yo te pido lo que creo que necesito o que necesitan los demás.

Te pido que les soluciones este problema o aquel otro; que me saques de un apuro; que logre aquel objetivo.

Lo que no sé es si lo que te pido soluciona realmente lo más importante: el crecimiento interior, la felicidad verdadera y eterna, la unión contigo.

«Podéis pedir cosas temporales, nos dice san Agustín; mas siempre con la intención de que os serviréis de ellas para gloria de Dios, para salvación de vuestra alma y la de vuestro prójimo; de lo contrario, vuestras peticiones procederían del orgullo o de la ambición; y entonces, si Dios rehúsa concederos lo que pedís, es porque no quiere perderos»

Por eso, cuando te pido algo, siempre añado: «pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22, 42); haz lo que más convenga.

Tú sabes mejor que yo qué conviene y qué no.

Los ojos humanos son bastante torpes.

A veces, un fracaso a lo humano es la mejor medicina espiritual, como una operación quirúrgica que, aunque duele, cura.

 

2º. «El Rosario no se pronuncia sólo con los labios, mascullando una tras otra las avemarías. Así, musitan las beatas y los beatos. -Para un cristiano, la oración vocal ha de enraizarse en el corazón, de modo que, durante el rezo del Rosario, la mente pueda adentrarse en la contemplación de cada uno de los misterios» (Surco, 477.)

Jesús, aún me has dado otro camino más fácil para pedir cosas a Dios: pedírselas a la Virgen María, que es mi madre y tu madre, la Madre de Dios.

Es muy típico en una familia que, cuando hay que pedir algo difícil de conseguir, se empiece pidiéndoselo a la madre, para que, cuando ella esté convencida, se lo diga al padre.

¡Qué cosa más natural pedir lo que necesito a mi madre, Santa María!

Ella me comprende, me quiere como sólo las madres saben querer, y ella puede conseguir todo lo que quiera, porque Dios no le niega nada de lo que pide.

Madre mía, yo sé que te gusta que te recen el Rosario.

Lo sé porque lo has dicho en tus últimas pariciones, especialmente en Lourdes y en Fátima.

Quieres que te rece el Rosario y que te pida muchas cosas: una intención en cada misterio, como mínimo.

Y no sólo que te pida cosas para mí o para los míos, sino también grandes intenciones: por la Iglesia y el Papa; por la unidad de los cristianos; por la paz en el mundo.

Y luego, Madre, también he de aprovechar cada misterio para pensar un poco en la escena que se contempla: cómo estarías en esa circunstancia de gozo, de dolor o de gloria; y acompañarte lo mejor que sepa en esas alegrías o penas.

Y decirte que te quiero; y darte gracias por tus cuidados maternales; y pedirte perdón porque no sé comportarme como un buen hijo.

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