Sábado. 32 Semana del tiempo ordinario

Lucas 18, 1-8

Autor: Pablo Cardona

«Les proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, diciendo: «En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. También había en aquella ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: «Hazme justicia ante mi adversario». Y durante mucho tiempo no quería. Sin embargo, al final se dijo a sí mismo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme»».

Concluyó el Señor: «Prestad atención a lo que dice el juez injusto. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche, y les hará esperar? Os aseguro que les hará justicia sin tardanza. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿acaso encontrará fe sobre la tierra?». (Lucas 18, 1-8)

1º. Jesús, buscas una parábola para enseñar a tus discípulos de una manera gráfica que es necesario «orar siempre y no desfallecer.»

Ya antes, y después, les has enseñado este punto con tu ejemplo: te han visto rezar a tu Padre en silencio y en alta voz: en días de calma, y en días de gran ajetreo en los que no tenias tiempo ni para comer.

Está claro que, si quiero imitarte, debo hacer oración cada día.

En la parábola, Jesús, me hablas de uno de los tipos más conocidos de oración: la oración de petición.

Pedir es propio de hijos, especialmente cuando los padres son generosos y pueden conseguir lo que sus hijos necesitan.

Por eso, ¿cómo no voy a pedirte todo lo que me haga falta?

Sabiendo que me quieres tanto y que me has escogido para que sea tu discípulo, ¿cómo voy a dudar de Ti? «¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche, y les hará esperar?»

Jesús, a veces pido…, pero con la boca pequeña.

Me falta fe, me falta constancia.

En lugar de clamar «día y noche», acudo a Ti sólo de vez en cuando, con poca convicción.

Y entonces me desanimo porque no consigo lo que pido, y te echo las culpas a Ti.

Ayúdame a darme cuenta de que, cuando me haces esperar, es por mi bien: porque quieres que siga pidiendo con fe aquello que necesito.

 

2º. «La primera condición de la oración es la perseverancia; la segunda, la humildad.

-Sé santamente tozudo, con confianza. Piensa que el Señor, cuando le pedimos algo importante, quizá quiere la súplica de muchos años. ¡Insiste!…, pero insiste siempre con más confianza». (Forja.-535).

Jesús, a veces no cumplo ni siquiera con la primera condición de la oración: la perseverancia.

Me canso de pedir, me desanimo, me olvido.

Hoy me explicas, casi de manera cómica, que es necesario «dar la lata» también a Dios.

«Ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme».

¿Cómo te estoy «importunando» con mis peticiones?

¿Soy santamente tozudo a la hora de pedir por lo que necesito o por las necesidades de los demás?

Jesús, tu Madre me ha dado un buen ejemplo de cómo pedir, cuando se da cuenta que falta vino en las bodas de Caná.

Cuando Tú le respondes: «Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora» (Juan 2,4), ella no se desanima, sino que insiste con confianza hasta que consigue lo que quería.

Madre, tú estás también deseosa de interceder por mi cuando tenga un necesidad.

Para eso eres mi madre.

Y la mejor manera de pedirte algo es rezando el Rosario.

«No dejéis de inculcar con todo cuidado la práctica del Rosario, la oración tan querida de la Virgen y tan recomendada por los Sumos Pontífices, por medio del cual los fieles pueden cumplir de la manera más suave y eficaz el mandato del Divino Maestro: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá» (Pió XI, Encíclica Ingravescentibus malis, 29-IX-1937).

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