Marcos 2, 13-17
Autor: Pablo Cardona
«Y se fue otra vez a la orilla del mar. Y toda la muchedumbre iba hacia él, y les enseñaba. Al pasar vio a Leví el de Alfeo sentado en el telonio, y le dijo: Sígueme. El se levantó y le siguió. Y ocurrió que, estando a la mesa en casa de éste, se sentaron con Jesús y sus discípulos muchos publicanos y pecadores, pues eran muchos los que le seguían. Los escribas de los fariseos, viendo que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: ¿Por qué come con los publicanos y pecadores? Al oír Jesús esto, les dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» (Marcos 2, 13-17)
1º. Jesús, acabas de curar a un paralítico ante multitud de gente que se agolpaba a las puertas de tu casa en Cafarnaún.
Por eso, cuando sales hacia el lago, «toda la muchedumbre» te sigue.
Tal vez esperan recibir algún milagro o ver cosas portentosas.
Jesús, tienes toda una muchedumbre de «seguidores», pero te vienes a fijar en uno que no está entre ellos: Leví, más conocido por Mateo, San Mateo el Evangelista.
Él no había ido a tu casa, ni perseguía al Profeta que hacía milagros.
Allí estaba, en su mesa, en su trabajo.
A él le llamas y le dices: «Sígueme.» «Mateo no opuso ni un momento de resistencia, ni dijo, dudando: ¿Qué es esto? ¿No será una ilusión que me llama a mí, que soy hombre tal? Humildad, por cierto, que hubiera estado totalmente fuera de lugar» (San Juan Crisóstomo).
Jesús, tal vez yo tampoco era uno de los que te seguía por todos los sitios o participaba en todo tipo de actos piadosos.
Tal vez, ni siquiera te buscaba con verdadero interés.
Sin embargo, una cosa si trataba de hacer bien: mi trabajo, mi estudio.
Y es allí donde te encontré, donde viniste a buscarme: en mi mesa de trabajo, en mi clase, en mi empresa.
También a mí me has dicho: «Sígueme.»
Ojalá sepa responder prontamente como Mateo: «Él se levantó y le siguió».
2º. «Estás lleno de miserias. -Cada día las ves más claras. -Pero no te asusten. El sabe bien que tú puedes dar más fruto.
Tus caídas involuntarias -caídas de niño- hacen que tu Padre-Dios tenga más cuidado y que tu Madre María no te suelte de su mano amorosa: aprovéchate, y, al cogerte el Señor a diario del suelo, abrázale con todas tus fuerzas y pon tu cabeza miserable sobre su pecho abierto, para que acaben de enloquecerte los latidos de su Corazón amabilísimo» (Camino.-884).
Jesús, no has venido a llamar a los que se creen justos y piensan que ya lo hacen todo bien.
Has venido a buscar a los que se dan cuenta de que tienen que mejorar mucho si quieren ser cristianos, si quieren «ser perfectos como tu Padre Celestial es perfecto». (Mateo 5,48).
Yo me veo lleno de miserias, pero sé que entonces me puedo apoyar mas en Ti, porque «no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.»
Jesús, cuanto más débil me siento, más fuerte soy en realidad; porque acudo más a Ti, porque te pido más ayuda, porque no me fío de mí, sino que me apoyo en tu gracia, en la fuerza que recibo de los sacramentos y en la oración.
Y entonces me curas, porque eres Médico; y me levantas de mis caídas, porque eres mi Padre-Dios.
Madre mía, tú eres Salud de los Enfermos y Refugio de los Pecadores.
Tú eres mi Madre.
No me sueltes de tu mano amorosa.
Recuérdame siempre tu ejemplo de humildad, para que no me crea perfecto.
Porque el «perfecto» no lucha por mejorar, y su misma complacencia le lleva a los defectos más ridículos.
Y sobre todo, porque sólo siendo humilde podré entender a tu Hijo Jesús, que se humilló a sí mismo haciéndose hombre por amor a mí.