Mateo 9, 14-17
Autor: Pablo Cardona
«Entonces se le acercaron los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia, y en cambio tus discípulos no ayunan? Jesús les respondió: ¿A caso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el esposo; entonces ayunaran.
Nadie pone una pieza de paño nuevo a un vestido viejo, porque la pieza tiraría del vestido y se produciría un desgarrón peor Ni se echa vino nuevo en odres viejos, pues de lo contrario los odres reventarían, y el vino se derramaría, perdiéndose los odres; sino que el vino nuevo lo echan en odres nuevos y así ambos se conservan.» (Mateo 9, 14-17)
1º. Jesús, no has venido para cambiar la ley antigua, sino para darle plenitud, para llenarla de sentido.
En la nueva ley -o nuevo testamento- lo que importa de verdad es el amor a Dios y a los demás, y la vida de la gracia que nos hace hijos de Dios.
Toda tu enseñanza y los medios que nos dejas los sacramentos se dirigen a este objetivo.
Amar a Dios y a los demás ya era lo más importante antes pero, al hacemos hijos de Dios con la Redención, das a este mandamiento un nuevo sentido, una mayor plenitud.
La ley antigua estaba llena de preceptos sobre ayunos y purificaciones que habían perdido su referencia al amor de Dios.
La mortificación y la penitencia siguen siendo necesarias, pues no es posible el amor sin sacrificio.
Por eso dices: «quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí» (Mateo 10,38).
Pero en la nueva ley no se trata de seguir una lista de obligaciones sin más, sino que la Iglesia, con el poder que Tú le diste, nos indica con algunos preceptos el camino para no apartamos de tu amor, y deja a la generosidad de cada persona concretar cómo ser más sacrificado.
«El vino nuevo lo echan en odres nuevos.»
Jesús, has traído un vino nuevo: tu gracia, la vida sobrenatural, Dios en mí.
Ya no sirven los antiguos recipientes, las normativas a veces asfixiantes de los judíos.
Me pides más iniciativa, más entrega, con libertad: trabajo bien hecho y solidario, vida sacramental y de piedad, penitencia voluntaria, servicio a los demás.
2º. «El espíritu de mortificación, más que como una manifestación de Amor, brota como una de sus consecuencias. Si fallas en esas pequeñas pruebas, reconócelo, flaquea tu amor al Amor» (Surco.-981).
«Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar a las obras exteriores, «el saco y la ceniza», los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia» (C. I. C.-1430).
Jesús, Tú miras más el corazón que la penitencia.
Sin embargo, un corazón enamorado busca necesariamente el sacrificio.
No quieres que la vida cristiana se componga de un sin fin de obligaciones y preceptos, pero me has dado ejemplo, con tu propia vida y muerte, de lo que significa amor y entrega.
Ahora me pides que sea yo quien me ponga metas altas en mi vida interior: metas de santidad.
A través de mi oración personal y de la dirección espiritual, quieres que me concrete aquellas normas y mortificaciones que convengan a mi alma en cada momento.
El espíritu de mortificación se puede concretar haciendo una lista de pequeños sacrificios que puedo ofrecerte, Jesús, cada día.
Sacrificios que los demás no tienen por qué conocer; sacrificios escondidos y silenciosos, hechos por amor Ti, como los que hizo la Virgen Maria durante toda su vida.
Ejemplos: levantarme a la hora, seguir un horario para aprovechar mejor el tiempo, ordenar la habitación y el armario, comer un poco menos de lo que me gusta más o un poco más de lo que me gusta menos, ducharme con agua fría, mirar menos tiempo la televisión, estar disponible para hacer recados o pequeños arreglos en casa, etc. …
«Si fallas en esas pequeñas pruebas, reconócelo, flaquea tu amor al Amor».
María, que cuando me cueste hacer un pequeño sacrificio o servir a los demás, me acuerde de ti: de tu constante preocupación por los que te rodeaban, de tu cuidado por las cosas de la casa, de no pensar nunca en ti.
Enséñame a amar a Jesús como tú le amaste y le amas.
Fuente: almudi.org