Mateo 8, 5-13
Autor: Pablo Cardona
«Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión y, rogándole, dijo: Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes. Jesús le dijo: Yo iré y lo curaré. Pero el centurión le respondió: Señor; no soy digno de que entres en mi casa; basta que lo mandes de palabra y mi criado quedará sano. Pues yo, que soy un hombre subalterno con soldados a mis órdenes, digo a uno: ve, y va; y a otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace. Al oírlo Jesús se admiró, y dijo a los que le se guían: En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Y os digo que muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes. Y dijo Jesús al centurión: Vete y que se haga conforme has creído. Y en aquel momento quedó sano el criado.» (Mateo 8, 5-13)
1º. Jesús, ayer salía a tu paso un leproso para pedirte por su propia curación.
Hoy es un centurión -oficial romano al mando de cien soldados- quien se te acerca.
Pero viene a pedirte por la curación de otro, de su criado.
También yo tengo amigos, familiares y conocidos que están enfermos espiritualmente.
Te pido, Jesús, por ellos, para que les des tu gracia, para que vuelvan a practicar, para que se confiesen, para que se conviertan.
«Señor; yo no soy digno de que entres en mi casa.»
Un judío no podía entrar en casa de un gentil -un no judío-, y por eso el centurión no quiere forzarte a romper la ley.
Pero Tú no distingues ya entre razas y pueblos: «muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos.»
La salvación, la vida eterna, no depende de los lazos de la sangre, sino de los de la fe. «En nadie de Israel he encontrado una fe tan grande.»
¿Cómo es mi fe?
¿Como recurro al poder de tu gracia cuando la necesito para mí o para otros?
¿Cómo te recibo en mi casa al recibir la comunión, que es «el sacramento de nuestra fe»?
Dame, Jesús, una fe más grande, como la del centurión.
2º. «Entrando en la casa, vieron al Niño con María, su madre». Nuestra Señora no se separa de su Hijo. Los Reyes Magos no son recibidos por un rey encumbrado en su trono, sino por un Niño en brazos de su Madre. Pidamos a la Madre de Dios, que es nuestra Madre, que nos prepare el camino que lleva al amor pleno: «Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum!» Su dulce corazón conoce el sendero más seguro para encontrar a Cristo.
Los Reyes Magos tuvieron una estrella; nosotros tenemos a María, «Stella maris, Stella orientis. Le decimos hoy: Santa María, Estrella del mar; Estrella de la mañana, ayuda a tus hijos. Nuestro celo por las almas no debe conocer fronteras, que nadie está excluido del amor de Cristo. Los Reyes Magos fueron las primicias de los gentiles; pero, consumada la Redención, «ya no hay judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra» -no existen discriminaciones de ningún tipo-, «porque todos sois uno en Cristo Jesús».
Los cristianos no podemos ser exclusivistas, ni separar o clasificar las almas; «vendrán muchos de Oriente y de Occidente»; en el corazón de Cristo caben todos» (Es Cristo que pasa.-38).
Madre, tú eres el camino directo para encontrar a Jesús.
Eres la estrella, que me guía en momentos de oscuridad: ayúdame a no separarme nunca de tu Hijo.
Además, eres madre de todos los hombres: ayúdame a saber tratar a todos como hermanos, independientemente de su raza, sexo, religión, nación, partido político, equipo de fútbol, etc.
Que, manteniendo mis preferencias lícitas, no contribuya a la expansión del odio y de la división, sino que -por cristiano- sea, ante todo, hombre o mujer de paz.
Fuente: almudi.org