Juan 12, 44-50
Autor: Pablo Cardona
«El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, ya que no he venido a juzgar al mundo sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado ésa le juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me envió, Él me ha ordenado lo que he de decir y habla’: Y sé que su mandato es vida eterna; por tanto, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo.» (Juan 12, 44-50)
1º. Jesús, no has venido a condenar al mundo sino a salvarlo.
No has venido a buscar mis defectos y ponerlos en evidencia, sino a sacar lo bueno que hay en mí y darme tu gracia, tu ayuda, para mejorar.
No has venido a poner prohibiciones sino objetivos, objetivos de amor: «que os améis unos a otros como yo os he amado». (Juan 13,34).
Tus mandamientos son el camino para ser feliz en la tierra y para llegar al cielo: «sé que su mandato es vida eterna.»
Para seguir tus mandamientos y conseguir estos objetivos me das la clave: imitarte a Ti, ver todo con esa luz nueva que eres Tú mismo: «Yo soy la luz del mundo.»
«Todo lo tenemos en Cristo; todo es Cristo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, Él es médico. Si estás ardiendo de fiebre, Él es manantial Si estás oprimido por la iniquidad, Él es justicia. Si tienes necesidad de ayuda, Él es fuerza. Si temes la muerte, El es vida. Si deseas el cielo, Él es el camino. Si refugio de las tinieblas, Él es la luz». (San Ambrosio).
Para no equivocarme, para no perderme, para no quedarme a oscuras, éste es el secreto: imitar tu vida, intentar actuar en cada momento como creo que lo harías Tú si estuvieras en mis circunstancias concretas.
Esta es una pregunta muy práctica, que me puedo hacer muchas veces al día: Jesús, ¿cómo harías esto si estuvieras en mi lugar?
¿Cómo aprovecharías el tiempo esta tarde de domingo?
¿Cómo ayudarías a los que tengo al lado, en mi trabajo, en clase, en casa?
¿Cómo les querrías?
¿Cómo les sabrías perdonar aquella falta?
¿Cómo te alegrarías con sus alegrías?
¿Cómo le exigirías al hijo o al subordinado que, por falta de esfuerzo, hace las cosas mal?
¿Cómo responderías aquella crítica malintencionada y sin fundamento?
¿Cómo harías valer tus derechos ante una injusticia?
2º. «Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo» (Camino.-2).
«Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le jugo; la palabra que he hablado esa le juzgará en el último día»
Jesús, he tenido la suerte de conocerte, de conocer tu vida y tus palabras.
Que las sepa guardar, esto es, que las sepa poner en práctica.
De nada me valdría haber leído tu vida si no se manifestara en mis acciones, en mi compostura, en mi conversación.
Jesús, a lo mejor tengo que empezar por conocerte mejor: por conocer bien el Evangelio o leer lo que, sobre Ti, han escrito los santos y otros autores espirituales.
Por eso es aconsejable leer cada día un poco del Evangelio y de algún libro espiritual.
Basta con cinco minutos diarios de Evangelio y diez de lectura espiritual para ir adquiriendo un conocimiento sólido de tu vida, Jesús, que me permita luego intentar actuar como Tú lo harías.
Es conveniente, también, preguntar en la dirección espiritual qué libro debo leer, y que me aconsejen.
Hay libros que comentan el Evangelio y me dan nuevas luces; otros que son de espiritualidad o tocan una virtud concreta que me puede ir bien; y también ayudan las biografías de santos, que muestran diversos caminos para imitarte, Jesús, y que me animan a luchar porque me muestran que el camino de santidad es posible y llena de felicidad al que lo sigue.