Lucas 19, 11-28
Autor: Pablo Cardona
«Cuando la gente estaba oyendo estas cosas añadió una parábola, porque él estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios se manifestaría en seguida. Dijo pues: «Un hombre noble marchó a una tierra lejana a recibir investidura real y volverse. Llamó a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: «Negociad hasta mi vuelta». Sus ciudadanos le odiaban y enviaron una embajada tras él para decir: «No queremos que éste reine sobre nosotros». Al volver, recibida ya la investidura real, mandó llamar ante sí a aquellos siervos a quienes había dado el dinero para saber cuánto habían negociado. ‘Vino el primero y le dijo: «Señor, tu mina ha producido diez». Y le dijo: «Bien siervo bueno, porque has sido fiel en lo poco ten potestad sobre diez ciudades». Vino el segundo y dijo: «Señor, tu mina producido cinco». Le dijo a éste: «Tú ten también el mando de cinco ciudades». Vino el otro y dijo: «Señor, aquí está tu mina, que he tenido guardada en un pañuelo; pues tuve miedo de ti porque eres hombre severo, tomas lo que no depositaste y siegas lo que no sembraste». Le dice: «Por tus palabras te juzgo, mal siervo; ¿sabias que yo soy hombre severo, que tomo lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? ¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco? Así, al volver yo lo hubiera retirado con los intereses». Y dijo a los presentes: «Quitadle la mina y dádsela al que tiene diez». Entonces le dijeron: «Señor, ya tiene diez minas. «Os digo a todo el que tiene se le dará, pero al que no tiene hasta lo que tiene se le quitará»». (Lucas 19, 11-28)
1º. Jesús, te acercas a Jerusalén para ser crucificado por nuestros pecados.
Sin embargo, muchos de tus discípulos piensan que has venido a instaurar un reino temporal y que el momento de tomar el poder está cerca: «ellos pensaban que el Reino de Dios se manifestaría en seguida.»
Jesús, Tú no has venido a instaurar un orden político.
«Mi Reino no es de este mundo» (Juan 18,36), vas a decirle a Pilato en pocas semanas.
Has venido para redimimos del pecado y abrimos las puertas del verdadero Reino de Dios.
Y para que podamos alcanzar esta meta, nos das tu gracia divina: la mina que reciben los siervos de la parábola, y que han de hacer fructificar.
«De nosotros depende corresponder con frialdad o con entusiasmo a ese impulso de la gracia. Según esto, merecemos el premio o el castigo en la medida en que hayamos cooperado a ese plan divino que su paternal providencia había concebido sobre nosotros» (Casiano).
2º. «Os aseguro que, al tropezar durante mi vida con tantos prodigios de la gracia, obrados a través de manos humanas, me he sentido inclinado, diariamente más inclinado, a gritar: Señor, no te apartes de mí, pues sin Ti no puedo hacer nada bueno. Entiendo muy bien, precisamente por eso, aquellas palabras del Obispo de Hipona, que suenan como un maravilloso canto a la libertad: «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti», porque nos movemos siempre cada uno de nosotros, tú y yo, con la posibilidad -la triste desventura- de alzarnos contra Dios, de rechazarle -quizá con nuestra conducta- o de exclamar: no queremos que reine sobre nosotros» (Amigos de Dios.-23).
Jesús, vas de camino a Jerusalén.
Muchos de los que hoy te siguen y en breve te aclamarán diciendo: «¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!», (Lucas 19,38), acaban negándote a la hora de la verdad.
Y cuando Pilato, mostrándote ante el pueblo exclama: «He aquí vuestro Rey» (Juan 19,14), le contestan «gritando: fuera, fuera, crucifícalo» (Juan 19,15).
Tal vez estarías pensando en ellos cuando hablas sobre la embajada de aquellos ciudadanos: «no queremos que éste reine sobre nosotros.»
Jesús, yo también tengo la posibilidad -la triste desventura- de alzarme contra Ti, enterrando la mina de la gracia que me has conseguido al precio de tu sangre.
Señor, no te apartes de mí, quiero hacer rendir los dones que me has dado, siendo fiel «en lo poco».
Quiero que seas mi rey: que reines en mi corazón, en mi inteligencia, en mis sentidos, en todo mi ser.