Mateo 8, 28-34
Autor: Pablo Cardona
«Al llegar a la otra orilla, a la región de los gadarenos, le fueron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, tan furiosos que nadie podía transitar por aquel camino. En ese momento se pusieron a gritar diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes de tiempo para atormentarnos? Había lejos de ellos una gran piara de cerdos que pacían. Los demonios le rogaban diciendo: Si nos expulsas, envían os a la piara de cerdos. Les respondió: Id. Y ellos salieron y entraron en los cerdos. Entonces toda la piara corrió con ímpetu por la pendiente hacia el mar y pereció en el agua. Los porqueros huyeron y al llegar a la ciudad contaron todo, en particular lo de los endemoniados. Ante esto toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y al verle, le rogaron que se alejara de su región.» (Mateo 8, 28-34)
1º. Jesús, a veces tu presencia es incómoda porque obliga a cambiar de conducta y no siempre se está dispuesto a cambiar. «¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios?»
Yo también soy hijo de Dios.
Por eso, no me puedo extrañar si, cuando me comporto como cristiano como Cristo, encuentro gente a mi alrededor que me critica y me rechaza.
Jesús, expulsas al demonio de estas dos personas.
Con el demonio, había entrado en ellos el odio, la furia, la soledad -vivían alejados, en los sepulcros- la amargura.
Estos son los efectos del pecado en el alma, cuando me dejo vencer por las tentaciones del demonio.
Pero, como en la escena de hoy, si me acerco a Ti a través del sacramento de la Confesión, Tú expulsas el demonio, me limpias mis pecados, me devuelves la gracia y, con ella, la alegría y la paz.
Jesús, la pérdida de la piara fue un gran desastre para aquellos porqueros.
Valía la pena por el bien espiritual que recibían los endemoniados, pero no deja de ser una gran pérdida para aquellos hombres.
A veces me envías situaciones difíciles o dolorosas, o veo sufrir a gente a mi alrededor sin ningún motivo aparente.
La tentación es pensar, entonces, que Tú eres malo, que no te conmueven los sufrimientos de los hombres.
Ayúdame a descubrir en esos sucesos tu mano de Padre; que me dé cuenta de que Tú sabes más, y que detrás de aquel mal, hay siempre un bien superior.
2º. «Agiganta tu fe en la Sagrada Eucaristía. -¡Pásmate ante esa realidad inefable!: tenemos a Dios con nosotros, podemos recibirle cada día y si queremos, hablamos íntimamente con El, como se habla con el amigo, como se habla con el hermano, como se habla con el padre, como se habla con el Amor» (Forja.-268).
Jesús, gracias a la Eucaristía puedo recibirte -¡recibir a Dios!- en mi alma en gracia.
Es la situación contraria a la del Evangelio de hoy: esas personas tenían al demonio en su interior, estaban endemoniadas.
Yo, cuando tengo limpia el alma y, especialmente, cuando recibo la comunión, tengo a Dios en mí: se puede decir que estoy «endiosado».
«Nada hay escondido para el Señor sino que aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto tenemos motivo más que suficiente para amarlo». (San Ignacio de Antioquía).
Jesús, quiero estar siempre contigo, mantenerme en tu presencia, hacer las cosas sabiendo que Tú estás en mí.
Y si me despisto y me paso horas sin acordarme de Ti, ayúdame a volver a Ti: hazte el encontradizo, como hiciste con estos dos endemoniados.
Porque aunque a veces me cueste un poco vivir en cristiano, no quiero ser como los ciudadanos de aquella ciudad, que al verte, te rogaron que te alejaras de su región.
Jesús, para poder mantenerme en tu presencia durante la jornada, necesito hablar a solas -íntimamente- contigo: «como se habla con el amigo, como se habla con el hermano, como se habla con el padre, como se habla con el Amor».
Que no deje ningún día de hacer unos minutos de oración personal, si es posible delante de un Sagrario.
Fuente: almudi.org