Mateo 7, 15-20
Autor: Pablo Cardona
«Guardaos bien de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces. Por sus frutos los conoceréis: ¿acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da fruto bueno es cortado y arrojado al fuego. Por tanto, por sus frutos los conoceréis.» (Mateo 7, 15-20)
1º. Jesús, tu Iglesia siempre ha sido probada con la persecución de los falsos profetas, que se presentan como la solución a todos los problemas.
Van acompañados de gran popularidad o poder exterior, y tienen una característica común: apartarse del tronco vivo del Magisterio de la Iglesia, y reducir los sacramentos a formalismos sociales más o menos espirituales o sentimentales.
El falso profeta suele predicar una doctrina más racional, más aceptable, más sentimental, tratando de evitar lo que es cruz o sacrificio, y lo que es sobrenatural. Se presenta como una religión más humana y asequible, una religión a la medida del hombre actual: más consensuada, más democrática, más «humilde».
Jesús, incluso dentro de la Iglesia se pueden encontrar algunas voces que suenan mucho a falso profeta: voces polémicas con el Papa y con los Obispos; voces en desacuerdo con las exigencias cristianas sobre el aborto, los anticonceptivos, el divorcio, el celibato; «teólogos» con ideas «nuevas» sobre los sacramentos o con visiones «sociales» que llevan a la confrontación en lugar de a la caridad cristiana.
2º. «Examina con sinceridad tu modo de seguir al Maestro. Considera si te has entregado de una manera oficial y seca, con una fe que no tiene vibración; si no hay humildad, ni sacrificio, ni obras en tus jornadas; si no hay en ti más que fachada y no estás en el detalle de cada instante…, en una palabra, si te falta Amor.
Si es así, no puede extrañar te tu ineficacia. ¡Reacciona enseguida, de la mano de Santa María!» (Forja.-930).
Jesús, me pides que dé buen fruto, de modo que los que me rodean puedan conocer la bondad del árbol al que pertenezco, que es la Iglesia, pues «todo árbol bueno da frutos buenos.»
Por ser cristiano, estoy obligado a dar buen fruto.
Por eso, ¡cuánto daño hacen los cristianos que viven como indiferentes, como paganos, y no ven que los demás juzgarán la bondad de la Iglesia a través de las vidas de los cristianos!
Pero para dar fruto eficaz, para que los demás se sientan atraídos a Ti, primero he de examinarme a mi mismo para ver cómo te estoy siguiendo, Jesús.
¿Es mi fe «una fe que no tiene vibración,» que no siente la necesidad de acercarte a los demás?
¿Es mi jornada un «ir tirando», sin sacrificio, sin oración, sin obras?
¿Hago mi trabajo lo mejor que puedo, estando en el detalle de cada instante y ofreciéndotelo por alguna intención?
¿Busco cada día ocasiones para servir a los demás con pequeños servicios que pasen desapercibidos?
Si me falta Amor, si no hago las cosas por Ti y por los demás, si mi entrega es «oficial y seca,» haciendo lo mínimo indispensable, entonces también mi fruto será seco y vacío.
La Virgen supo estar en los detalles, vivir pendiente de los demás y sacrificarse por ellos como una buena madre, sin que se note.
Por eso su fruto es el mejor fruto: «bendito es el fruto de tu vientre» (Lucas 1, 42): Tú mismo, Jesús.
Madre, ayúdame a vivir mi vida cristiana con la responsabilidad que tengo de dar buen fruto, de ser santo.
De esta manera, los que me rodean conocerán la belleza de la Iglesia, el buen árbol plantado por Cristo para darnos su gracia y hacernos hijos de Dios.
Fuente: almudi.org