Juan 10, 11-18
Autor: Pablo Cardona
«Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. El asalariado, el que no es pastor dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye -y el lobo las arrebata y las dispersa-, porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; conozco las mías y las mías me conocen. Como el Padre me conoce a mi, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor.» (Juan 10, 11-18)
1º. Jesús, Tú eres el Buen Pastor: has dado tu vida por mí, me conoces y yo te conozco.
Eres Dios y te preocupas de mí como el buen pastor de su rebaño o como la madre cuida a su hijo pequeño.
¿Cómo reacciono yo ante tanto amor?
Todo un Dios pendiente de mí y yo, a veces, ni me entero.
Es como un niño pequeño que sigue jugando distraído sin darse cuenta de que su madre está ahí al lado, pendiente de él continuamente, cuidándole, amándole.
Así estas Tú, Señor: mirándome con mirada de padre y de madre.
¿Cómo te lo agradezco?
Jesús, si Tú te cuidas de mí, ¿qué me puede preocupar?
El saberme hijo de Dios, oveja de tu rebaño, es la fuente más sólida de paz y de alegría.
Porque sé que todo lo que me ocurra es para mi bien: ¡todo!
Hasta lo que humanamente parece un gran fracaso o un gran sufrimiento.
Las penas se convierten en alegrías, y las alegrías en mayores alegrías aún, cuando me doy cuenta de que soy hijo de Dios.
Todo alegrías, todo alegrías.
Por eso, no hay nadie más alegre que el que se sabe hijo de Dios.
«A ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un sola pastor.»
Jesús, cuánta división entre cristianos…
Es necesario volver a una sola Iglesia: un solo rebaño con un solo pastor.
¿Qué puedo hacer?
Ante todo, pedir a Dios por la unidad de los cristianos.
«La preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores. Pero hay que ser conocedor de que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana». Por eso hay que poner toda la esperanza «en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, y en el poder del Espíritu Santo» (C. I. C.- 822).
Además, debo fomentar la unidad de la Iglesia defendiéndola de los ataques, no criticando a unos o a otros, buscando los puntos comunes y comprendiendo el trabajo de los demás.
2º. «Permitidme un consejo: si alguna vez perdéis la claridad de la luz, recurrid siempre al buen pastor. ¿Quién es el buen pastor? El que entra por la puerta de la fidelidad a la doctrina de la Iglesia; el que no se comporta como el mercenario. (…) La insistencia de Cristo -¿no veis con qué cariño habla de pastores y de ovejas, del redil y del rebaño?- es una demostración práctica de la necesidad de un buen guía para nuestra alma. (…) Por eso, si el Señor permite que nos quedemos a oscuras, incluso en cosas pequeñas; si sentimos que nuestra fe no es firme, acudamos al buen pasto, al que entra por la puerta ejercitando su derecho, al que, dando su vida por los demás, quiere ser, en la palabra y en la conducta, un alma enamorada: un pecador quizá también, pero que confía siempre en el perdón y en la misericordia de Cristo» (Es Cristo que pasa.-34).
Jesús, necesito un buen guía para mi alma, alguien que me ayude a seguirte a Ti, que eres el buen pastor.
Ese guía no puede ser cualquiera, sino alguien que me conozca, que comprenda mis circunstancias, y -sobre todo- alguien que esté cerca de Ti, que luche por ser santo, que dé su vida por los demás.
Tendrá sus defectos también, pero no importa si no actúa cobardemente, como el mercenario, que huye ante el peligro; no importa si es una persona humilde, que quiere mi bien y que, por eso, sabrá exigirme cuando convenga.
Jesús, que no quiera ir por mi cuenta, estar solo ante el peligro.
Porque veo venir al lobo: las tentaciones, los desánimos, la cobardía, la comodidad de quedarme en una lucha a medias… y, entonces, necesitaré un buen pastor que me ayude y me defienda en mi camino de santidad.