Marcos 3, 22-30
Autor: Pablo Cardona
«Y los escribas que hablan bajado de Jerusalén decían: Tiene a Belcebú y en virtud del príncipe de los demonios arroja a los demonios. Y convocándolos les decía en parábolas: Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido en su interior no puede mantenerse en pie aquel reino; y si una casa está dividida en su interior, no podrá mantenerse en pie aquella casa. Y si Satanás se levanta contra sí mismo, entonces se encuentra dividido y no puede mantenerse en pie, sino que ha llegado su fin. Pues nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear sus bienes, a no ser que antes ate al fuerte; entonces podrá saquear su casa.
En verdad os digo que se perdonarán a los hijos de los hombres todos los pecados y cuantas blasfemias profieran; pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo jamás tendrá perdón, sino que será reo de delito eterno. Porque ellos decían: Tiene un espíritu inmundo.» (Marcos 3, 22-30)
1º. Jesús, aunque hablas muchas veces del demonio, como es un ser espiritual, corro el peligro de olvidarme de que existe.
Además, la cultura actual se ríe de los demonios, igual que se ríe de los ángeles (pues los demonios también son ángeles); y aunque haya cierta religiosidad, está humanizada: sólo cuenta lo que se ve, lo que se siente, lo «razonable»; no cabe lo sobrenatural.
Esta es una blasfemia contra el Espíritu, que no puedes perdonar fácilmente: reducir lo espiritual a la limitada razón humana; creerse autosuficientes, mayores de edad.
El gran éxito actual del demonio es aparecer como una leyenda para asustar a los niños o a los inmaduros.
Y mientras, va haciendo estragos en el interior de los «inteligentes», que se ven atados por su propia soberbia, incapaces de pedir perdón.
Y aunque Tú les quieres perdonar, ellos se cierran a tu gracia.
«No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna» (C. I. C.-1864).
2º. «El enemigo de Dios y del hombre, Satanás, no se da por vencido, no descansa. Y nos asedia, incluso cuando el alma arde encendida en el amor a Dios. Sabe que entonces la caída es más difícil, pero que -si consigue que la criatura ofenda a su Señor aun que sea un poco- podrá lanzar sobre aquella conciencia la grave tentación de la desesperanza.
Si queréis aprender de la experiencia de un pobre sacerdote que no pretende hablar más que de Dios, os aconsejaré que cuando la carne intente recobrar sus fueros perdidos o la soberbia -que es peor- se rebele y se encabrite, os precipitéis a cobijaros en esas divinas hendiduras que, en el Cuerpo de Cristo, abrieron los clavos que le sujetaron a la Cruz, y la lanza que atravesó su pecho» (Es Cristo que pasa.-303).
Jesús, el demonio me sigue tentando.
Pero Tú eres más fuerte que él.
Tú mismo has dicho: «Ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Juan 12,31-32).
Cuando seas levantado, es decir, cuando estés en la Cruz, entonces vencerás al demonio, el príncipe de este mundo.
Jesús, cuando vea que me cuesta seguirte, que sepa mirarte en la Cruz, donde estás clavado y atravesado por amor a mí.
Que te mire, y entonces todas esas insinuaciones del demonio se desvanecerán, porque me daré cuenta de que, aunque deba luchar un poco, Tú has hecho mucho más por mí.
Jesús, actuando de este modo, nunca perderé la esperanza; porque, además, si alguna vez las tentaciones me pueden, sé que Tú estás siempre dispuesto a perdonarme, especialmente a través del sacramento de la confesión.
«En verdad os digo que se perdonarán a los hijos de los hombres todos los pecados.»