Lucas 12, 13-21
Autor: Pablo Cardona
«Uno de entre la multitud le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Pero él le respondió: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y añadió: «Estad alerta y guardaos de toda avaricia, porque si alguien tiene abundancia de bienes, su vida no depende de aquello que posee». Y les propuso una parábola diciendo: «Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto, y pensaba para sus adentros: «¿qué haré, pues no tengo donde guardar mi cosecha?». Y dijo: «Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces diré a mi alma: alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásatelo bien». Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche te reclamarán el alma; lo que has preparado, ¿para quién será?». Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios». (Lucas 12, 13-21)
1º. Jesús, aunque no quieres dar normas concretas para resolver cada problema económico y social -«¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?»- sí quieres dar unas normas generales que guíen la moralidad de nuestras acciones.
Lo mismo sigue haciendo la Iglesia cuando propone sus directrices sobre doctrina social.
No son soluciones concretas o recetas para cada caso, sino puntos de referencia morales que pueden seguirse de diversas maneras.
Corresponde a la sociedad -y no a la Iglesia- decidir cómo aplicar esas guías morales en cada caso.
En concreto, Jesús, hoy me hablas de uno de los pecados capitales: la avaricia, que va contra el décimo mandamiento.
«El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales» (C. I. C.-2536).
Tu consejo es claro: «guardaos de toda avaricia».
El avaro nunca se contenta con lo que tiene, porque, en el fondo, su único fin está en la posesión de riqueza material.
Y como es un fin que no llena, el avaro pierde absurdamente su vida en una continua búsqueda por acaparar dinero y poder.
Jesús, yo también he de luchar contra la avaricia.
¿Sé dejar a otros lo mío cuando lo necesitan?
¿Me creo necesidades por lujo, capricho, vanidad, comodidad, etc.?
¿Dónde tengo puesto el corazón?
O lucho por despegarlo de las cosas materiales, o acabaré siendo avaricioso.
2º. «Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está como sujeto por una cadena, o por un «hilillo sutil», que le impide volar a Dios» (Forja.-487).
Jesús, el hombre de la parábola se trazó el siguiente plan de vida: «Descansa, como, bebe, pásatelo bien».
No parece que haya nada incorrecto en ninguno de estos objetivos personales.
Sin embargo, Tú le llamas «insensato.»
No es que sea malo descansar, o comer, o pasárselo bien.
El problema es que eso era lo único en lo que aquel hombre pensaba y, por tanto, su vida estaba vacía espiritualmente: no era «rico ante Dios».
Jesús, me has enseñado muchas veces que «no se puede servir a dos señores: a Dios y a las riquezas» (Mateo 6,24).
No es que la riqueza sea mala.
Se puede hacer mucho bien o mucho mal con los bienes de la tierra.
Depende de dónde se ponga el corazón: si lo pongo en servir a Dios -en ser rico ante Dios-, o si lo pongo en los bienes materiales.
Por eso, la medida de la riqueza espiritual no la da el tener más o menos dinero, sino el tener más o menos amor a Dios y a los demás.
Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está como sujeto por una cadena.
Jesús, para amarte de verdad, necesito tener el corazón libre, despegado, capaz de volar.
Si mi cabeza y mi corazón no van más allá de las preocupaciones materiales, -de lo que tengo, de lo que puedo gastar, de las vacaciones-, estoy como encarcelado espiritualmente.
Ayúdame, Jesús, a guardarme de toda avaricia, y a tener libre el corazón para ser más generoso con los demás y con Dios.