Lucas 9, 46-50
Autor: Pablo Cardona
«Les vino al pensamiento cuál de ellos sería el mayor. Pero Jesús, conociendo los pensamientos de su corazón, tomó a un niño, y lo puso a su lado, y les dijo: «Todo aquel que acoge a este niño en mi nombre, me recibe a mí; y todo aquel que me recibe a mí recibe al que me ha enviado: pues el menor entre todos vosotros, ése es el mayor».
Entonces Juan dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros». Y Jesús le dijo: «No se lo prohibáis; pues el que no está contra vosotros, está con vosotros». (Lucas 9, 46-50)
1º. Jesús, de nuevo el Evangelio me recuerda que conoces hasta los más profundos pensamientos de mi corazón.
Nada se te oculta a tu conocimiento divino.
Pero esto no debe producirme una sensación de inquietud, como si estuviera acorralado, sino un sentimiento de paz y de seguridad, porque Tú -que eres mi Padre- estás conmigo, porque me acompañas siempre, y me ayudas con tu gracia.
Jesús, ante la conducta soberbia de los apóstoles, no les reprimes -como si fueras un inspector que ha cogido a alguien en falso-, sino que les ayudas a entender el valor de la humildad tomando el ejemplo de un niño.
Así haces conmigo, si yo procuro mantenerme en tu presencia a lo largo del día; me enseñas, me guías, me animas, me das una mayor visión sobrenatural.
«El menor entre todos vosotros, ése es el mayor». Jesús, muchos de tus grandes mensajes me los das a conocer mediante paradojas.
«El que quiera salvar su vida la perderá» (Mateo 11,39).;
o: «bienaventurados los que lloran» (Mateo 5,4).
El sentido de estas aparentes contradicciones se encuentra en la comparación entre el plano humano y el plano espiritual, entre el mundo terreno y la vida eterna.
En el caso de hoy, me quieres recordar que el humilde, el que no busca el aplauso de los hombres y es tenido por nada en la tierra, es el que realmente vale a los ojos de Dios.
«El humilde se mantiene alejado de los honores terrenos, y se tiene por el último de los hombres; aunque exteriormente parezca poca cosa, es de gran valor ante Dios. Y cuando ha hecho todo lo que el Señor le ha mandado, afirma no haber hecho nada, y anda solícito por esconder todas las virtudes de su alma. Pero el Señor divulga y descubre sus obras, da a conocer sus maravillosos hechos, le exalta y le concede todo lo que pide en su oración» (San Basilio).
2º. Tú, sabio, renombrado, elocuente, poderoso: si no eres humilde, nada vales.
«-Corta, arranca ese «yo», que tienes en grado superlativo -Dios te ayudará-, y entonces podrás comenzar a trabajar por Cristo, en el último lugar de su ejército de apóstoles» (Camino.-604)
Jesús, tu vida es un ejemplo constante de humildad.
Siendo Dios, naces en una cueva, sin ningún recurso material; vives en una pequeña aldea perdida en las montañas trabajando como uno más; incluso en tu vida pública no buscas el espectáculo, y sólo haces milagros cuando lo necesitan los demás; mueres en el más profundo abandono -ni los tuyos te acompañan- y, después de tu resurrección, en el más increíble milagro de la humildad, te quedas escondido en el Pan de la Eucaristía.
Jesús, por el contrario, yo intento constantemente brillar ante los ojos de los hombres: que me valoren, que aprecien lo que sé y lo que tengo.
Ayúdame a darme cuenta de que, a tus ojos, la escala de valores es muy distinta.
Repíteme una y otra vez: si no eres humilde, nada vales.
Entre otras cosas, porque no te estaré imitando, y sin parecerme a Ti, mi vida cristiana -vida de Cristo en mí- nada vale.
Corta, arranca ese «yo».
Jesús, para ser más humilde la receta es sencilla: olvidarme de mi mismo, arrancar el «yo», pensar en los demás: servir.
Ésta es precisamente tu actitud durante los años que pasaste en la tierra: «el hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20,28).
Que me decida a servir a los demás: sólo entonces podré comenzar a trabajar por Cristo.