Lunes. 14 Semana del Tiempo Ordinario

Mateo 9, 18-26

Autor: Pablo Cardona

«Mientras les decía estas cosas, un hombre importante se acercó y postrándose le dijo: Mi hija acaba de morir pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá. Levantándose Jesús, le siguió junto con sus discípulos.
En esto, una mujer que padecía flujo de sangre hacia doce años, acercándose por detrás, le tocó el borde de su manto. Pues decía en su interior: Con sólo que toque su manto quedare sana. Jesús se volvió y mirándola, le dijo: Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado. Y quedó sana la mujer desde aquella hora.

Después de esto, al llegar Jesús a la casa de aquel personaje, viendo a los músicos fúnebres y a la multitud alterada, dijo: Retiraos, la niña no ha muerto, sino que duerme. Pero se reían de él. Y, una vez que fue echada fuera la multitud, entró, la tomó de la mano y se levantó la niña. Y corrió esta noticia por toda aquella región.»
(Mateo 9, 18-26)

1º. Jesús, hoy me enfrento con dos ejemplos de personas de fe.

Dos personas muy distintas: un «hombre importante,» y una mujer humilde que ni siquiera se atreve a presentarse cara a cara contigo, sino que se te acercó «por detrás.»

Dos personas muy distintas, pero con una misma fe; fe en que Tú podías resolver sus problemas como sólo Dios podía: resucitar a un muerto o curar con sólo tocar tu manto; fe, por tanto, en que Tú eras el enviado, el Hijo de Dios.

Jesús, hoy en día está de moda tener fe, pero una fe más subjetiva, que cada uno se construye a su modo.

Al final, se produce una tremenda confusión entre fe y sentimiento; entre lo que debo creer y lo que me produce sensaciones más o menos enternecedoras o altruistas.

La fe de estos personajes de hoy, en cambio, es una fe más radical, más «real»: es una fe en Ti, en tu poder, en tu palabra.

La fe verdadera no es interpretación, no es una invención personal para tranquilizar mi conciencia: es la aceptación de tu palabra y la obediencia a los ministros de tu Iglesia por el convencimiento de que Tú, Jesús, eres el Hijo de Dios.

«Obedecer («ob-audire») en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la verdad misma» (C. I. C.-144).

2º. «Nunca faltan enfermos que imploran, como Bartimeo, con una fe grande, que no tienen reparos en confesar a gritos. Pero mirad cómo, en el camino de Cristo, no hay dos almas iguales. Grande es también la fe de esta mujer y ella no grita: se acerca sin que nadie la note. Le basta tocar un poco de la ropa de Jesús, porque esta segura de que será curada. Cuando apenas lo ha hecho, Nuestro Señor se vuelve y la mira. Sabe ya lo que ocurre en el interior de aquel corazón; ha advertido su seguridad: «hija, ten confianza, tu fe te ha salvado».

¿Te persuades de cómo ha de ser nuestra fe? Humilde. ¿Quién eres tú, quién soy yo, para merecer esta llamada de Cristo? ¿Quienes somos, para estar tan cerca de El? Como a aquella pobre mujer entre la muchedumbre, nos ha ofrecido una ocasión. Y no para tocar un poquito de su vestido, o un momento el extremo de su manto, la orla. Lo tenemos a EL. Se nos entrega totalmente, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. Lo comemos cada día, hablamos íntimamente con El, como se habla con el padre, como se habla con el Amor Y esto es verdad. No son imaginaciones» (Amigos de Dios.-199).

Jesús, tu doctrina es exigente: me pides que me esfuerce, que te dedique tiempo, que piense en los demás, que trabaje con perfección.

Y, a veces, no puedo con tanto: me siento espiritualmente como enfermo -sin fuerzas- o incluso muerto. ¿Qué puedo hacer?

Es la hora de actuar con fe y acudir a los Sacramentos con la seguridad de que me darán la gracia la fuerza que necesito.

Si con sólo tocar tu manto, la mujer quedo curada, ¿cuánto más voy a mejorar yo si te recibo en la comunión?

Si, entrando en su casa, resucitaste a la niña, ¿cuánta más vida recibiré cuando entres en mi alma al confesarme y comulgar?

Fuente: almudi.org

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