Jueves. 6º Semana del Tiempo Ordinario

Marcos 8, 27-33

Autor: Pablo Cardona

«Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo y en el camino preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos le respondieron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas. Entonces él les pregunta: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dice: Tú eres el Cristo. Y les ordenó que no hablasen a nadie sobre esto.

Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas y ser muerto, y resucitar después de tres días. Hablaba de esto abiertamente. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, increpó a Pedro y le dijo: ¡Apártate de mí, Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres.» (Marcos 8, 27-33) 

1º. Jesús, empiezas con una pregunta general: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?»

Pero enseguida pasas a la pregunta más íntima:«Y vosotros: ¿quién decís que soy yo?»

Jesús, lo que a Ti te importa es lo que piense yo sobre Ti: cómo es mi fe en Ti.

¿Quién eres para mí, Señor?

¿En qué lugar de mi corazón te he puesto?

¿Eres mi Dios, «el Cristo»?

Jesús, ya sabes que creo en Ti. «Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo» (Juan 21,17), te dice Pedro en una ocasión.

Pero como a él, me vuelves a preguntar una y otra vez: «¿me amas?» (Juan 21,16).

Y te respondo con mi conducta diaria: te digo que te amo cuando te hago una visita en el Sagrario, cuando te ofrezco ese rato de estudio, cuando sirvo a los demás sin que se note, por Ti.

«Y comenzó a decirles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho».

Jesús, todo eso… por mí.

¿Es que no me dice nada?

«No está permitido querer con un amor menguado (…), pues debéis llevar grabado en vuestro corazón al que por vosotros murió clavado en la Cruz» (San Agustín).

Jesús, ¿me he acostumbrado a verte en la Cruz?

Que no me acostumbre; que cada vez que mire un crucifijo -en la calle, en una Iglesia, en mi habitación, en mi mesa de trabajo- sea como un reproche tuyo, pues desde allí me preguntas de nuevo: «¿me amas?»

 

2º. «A veces se presenta un porvenir inmediato lleno de preocupaciones, si perdemos la visión sobrenatural de los sucesos.

Por lo tanto, hijo, fe entonces…, y más obras. Así es seguro que nuestro Padre-Dios seguirá dando solución a tus problemas» (Forja.-357).

Jesús, Tu rechazo a la protesta de Pedro es contundente: «¡Apártate de mí satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres».

Ante las preocupaciones y las dificultades, Tú me pides ver las cosas con los ojos de Dios: con visión sobrenatural, sin dejarme llevar por el punto de vista humano.

La Cruz era la muerte reservada a los delincuentes; era el gran fracaso, el desprecio más absoluto: era una muerte indigna, propia de una vida indigna.

Así a los ojos de los hombres.

Sin embargo para Ti, Jesús, la Cruz fue el Trono de tu fidelidad al Padre; fue la muerte que iba a dar vida a los hombres; fue  y es  la señal que había de llevar todo cristiano.

¡Cuántas preocupaciones me gano por querer triunfar a lo humano!: si quedo bien; si el lugar que ocupo en el trabajo es de los que lucen; si me necesitan; si aprecian lo que hago; si soy más listo, más guapo, etc.

Que no pierda, Jesús, la visión sobrenatural de los sucesos: tu visión, que es la visión más real.

Que sienta «las cosas de Dios y no las de los hombres». 

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