Marcos 13, 33-37
Autor: Pablo Cardona
«Estad alerta; velad, porque ignoráis el momento. Es como un hombre que marchó de viaje y, al dejar su casa, puso todo en manos de sus siervos, señalando a cada cual su tarea, y encargó al portero que vigilase. Estad en vela, porque no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si por la tarde, si a medianoche, al canto del gallo o de madrugada; no sea que llegue de repente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, se lo digo a todos: ¡Estad en vela!». (Marcos 13, 33-37).
1º. Hijo eterno de Dios, vas a venir al mundo.
Te vas a hacer hombre, como yo.
Te haces como yo para que yo pueda hacerme como Tú: hijo de Dios.
Este es el gran acontecimiento que ha cambiado el rumbo de la historia.
Porque has venido, Jesús, a cambiar los corazones de los hombres, que son los que hacen la historia con sus vilezas y heroísmos.
Hoy empieza el Adviento y, con él, un nuevo año litúrgico: la Iglesia empieza el año con este largo período -cuatro semanas- recordando los siglos en los que Dios fue preparando a su pueblo para tu nacimiento.
Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida» (CEC-524).
Jesús, en estas semanas de adviento, me pides que me prepare interiormente para recibirte con un corazón limpio y generoso cuando nazcas en Belén.
Debo vigilar para que, cuando llegues, mi corazón no esté ofuscado por los afanes terrenos, por la tentación de la vida fácil y superficial -que no llena-, por el egoísmo de pensar sólo en mis problemas y en mis intereses.
¿Qué debo hacer para estar vigilante?
2º. Jesús, la tentación más peligrosa no es la del pecado.
El pecado se descubre a sí mismo y puede dar lugar al arrepentimiento y a una vida de mayor piedad.
El verdadero peligro es la tibieza: esa actitud mezquina del que no hace nada malo, sin querer comprometerse tampoco a hacer nada bueno.
Esta es una tentación peligrosa, porque no se detecta fácilmente, e incapacita a la persona para amar a Dios.
3º. Te pide Jesús oración… Lo ves claro. -Sin embargo, ¡qué falta de correspondencia! Te cuesta mucho todo: eres como el niño que tiene pereza de aprender a andar. Pero en tu caso, no es sólo pereza. Es también miedo, falta de generosidad» (Forja.-291).
¡Cuántas veces me recomiendas la oración, Jesús!
«Vigilad orando en todo tiempo».
Me lo has enseñado, además, con tu propio ejemplo: haces oración en los momentos más importantes -antes de elegir a los apóstoles, antes de la Pasión-, te pasas noches rezando y, a veces, tienen que venir a buscarte de madrugada a un lugar apartado donde aprovechas la tranquilidad para hacer oración.
Jesús, me doy cuenta de que debo rezar más si quiero estar vigilante, si quiero mejorar de verdad en este tiempo de preparación para tu venida.
Sin embargo, ¡cómo cuesta!
Me siento frente al Sagrario o en mi habitación, o en otro lugar donde me pueda dirigir a Ti con tranquilidad- y ¿qué te digo? ¿qué hago?
Los minutos pasan muy despacio…
Me da pereza, pero tengo que vencerla.
Además, sé que si aprendo a hacer oración, poco a poco me irá costando menos, como ocurre con todo.
También me da un poco de miedo…
Jesús, Tú exiges.
Y cuando empiezo a rezar, me enseñas algunas cosas que debo mejorar.
A veces soy un poco cobarde y prefiero no ver mis defectos.
Pero hoy quiero cambiar; quiero empezar a cambiar, al menos.
Para que cuando nazcas en Belén, encuentres en mi corazón un lugar en el que estés a gusto.
AMEN