Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán

Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán
Juan 2,13-22

Autor: Pablo Cardona

«En aquel tiempo, se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: – Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «el celo de tu casa me devora». Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: – ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús con testó: -Destruid este templo, y en tres días lo levan taré. Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la’ Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús». (Juan 2,13-22)

1º. Jesús, cuando entras en el templo te enojas al ver el mercado que se había organizado con los animales que debían sacrificarse según la ley.

Lo que debía ser un lugar de encuentro con Dios, se ha convertido en un negocio económico.

La misma caridad perfecta que ayer te hacía llorar sobre la cuidad de Jerusalén, te mueve hoy a enfadarte santamente con aquellos mercaderes: «derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas»

Jesús, ¡cómo reaccionarían los que estaban en el templo!

Aquellos pobres cambistas estarían aterrados.

Los sacerdotes, escribas y jefes del pueblo no pueden aguantar más y quieren acabar contigo.

¿No hubiera sido más prudente no decir nada y dejar las cosas tal como estaban?

Eso no hubiera sido prudencia, sino cobardía.

Las cosas no se pueden dejar como están, cuando están mal.

Y menos, cuando ofenden seriamente a Dios.

«Mi casa será casa de oración.»

Jesús, con este acto de celo divino me muestras la importancia de tratar santamente las cosas santas.

Debo tratar con respeto todos los templos, pues son un lugar de encuentro con Dios.

En especial, he de tratar con veneración las iglesias católicas, donde Tú mismo estás realmente presente en la Sagrada Eucaristía.

Allí, junto al Sagrario, es el mejor lugar para hacer oración.

«La iglesia, casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la comunidad parroquial. Es también el lugar privilegiado para la adoración de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar favorable no es indiferente para la verdad de la oración» (C. I. C.-2691).

 

2º. «Detente a considerar la ira santa del Maestro, cuando ve que, en el Templo de Jerusalén, maltratan las cosas de su Padre.

¡Qué lección, para que nunca te quedes indiferente, ni seas cobarde, cuando no tratan respetuosamente lo que es de Dios! (Forja.-546).

Jesús, no me puedo quedar indiferente cuando a mi alrededor no tratan respetuosamente lo que es de Dios.

Protestar ante esos abusos no es soberbia o intransigencia, sino caridad, que significa amor delicado a mi Padre Dios y a todo lo que le pertenece.

En especial, no puedo callarme ante faltas de respeto en lo que se refiere al culto de Dios y a la Santa Misa.

Con paciencia, pero también con entereza, he de tratar de que no se convierta en otra cosa lo que es el Santo Sacrifico de la Misa.

Jesús, tampoco me puedo callar ante el abuso de los recursos naturales, pues toda la creación te pertenece.

Es una actitud cristiana -de buen hijo de Dios- defender la naturaleza, sabiendo que la has creado para el uso -pero no el abuso- del hombre.

De manera especial, he de defender los derechos de la persona, elemento central de la creación.

Y el primer derecho de la persona es el derecho a la vida: desde la concepción hasta la muerte.

Por ello, no me puedo callar -si soy cristiano- ante estructuras y sociedades que promueven el aborto o la eutanasia.

Finalmente, Jesús, no me puedo quedar indiferente ante mi propia vida espiritual.

Mi alma en gracia es templo del Espíritu Santo, casa especial de Dios; y no puedo convertirla en «cueva de ladrones.»

Ayúdame a tratar con delicadeza al Espíritu Santo, sin permitir que mi alma se enturbie con cualquier pecado aunque sea pequeño.

Y si, a pesar de todo, se me meten en el alma sentimientos y pasiones que no se corresponden con mi condición de templo de Dios, que sepa purificarme con la penitencia, con decisión, como hiciste Tú en la casa de tu Padre.

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