Mateo 3,13-17
Autor: Pablo Cardona
En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole: -«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?» Jesús le contestó: -«Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. » Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: – «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto». (Mateo 3,13-17).
1º. Jesús, hoy se acaba el tiempo de Navidad, y mañana empieza lo que la Iglesia llama el tiempo ordinario: treinta y cuatro semanas siguiendo tu vida, tus palabras y tus milagros.
Con el Bautismo, empieza tu ministerio público: tres años que serán definitivos para la historia del mundo.
Abandonas así treinta años de vida oculta, trabajando junto a José y María, en Nazaret.
Da la impresión de que San José ha muerto hace poco, una vez cumplida su misión.
En el pueblo, aún eres conocido como «el hijo de José» (Lucas 4,22); pero José ya no vuelve a aparecer en el Evangelio.
Sí en cambio tu Madre, que te seguirá fielmente hasta la cruz.
¿Por qué tardaste tanto en empezar tu vida pública?
¿No habrías podido curar más enfermos, atender a más pobres, formar mejor a tus discípulos, si la hubieras comenzado antes?
¿Por qué has gastado tanto tiempo trabajando como uno más, si ese tiempo era más precioso que el tiempo de un Presidente de Gobierno, si era el tiempo de un Dios?
Jesús, esos años -oscuros para algunos- son una gran luz para mí: ese trabajo normal de cada día tiene un valor tan inmenso, que Tú le dedicaste la mayor parte de tu vida.
Durante esos treinta años, de una manera normal en apariencia, pero con gran intensidad de amor de Dios, estabas ya redimiendo al mundo.
Y eso es lo que me pides que siga haciendo yo desde mi sitio, sin llamar la atención.
2º. «Los hijos… ¡Cómo procuran comportarse dignamente cuando están delante de sus padres!
Y los hijos de Reyes, delante de su padre el Rey, ¡cómo procuran guardar la dignidad de la realeza!
Y tú… ¿no sabes que estás siempre delante del Gran Rey, tu Padre-Dios?» (Camino.-265).
Jesús, cuando sales del agua, como indicando que empiezas ya tu vida pública, se manifiesta solemnemente la Santísima Trinidad: la voz del Padre, el Espíritu Santo en forma de paloma, y el Hijo hecho hombre, que eres Tú mismo.
En ese momento, ante la presencia del Bautista, recibes de tu Padre el máximo elogio: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido.»
Jesús, con el Bautismo he recibido la gracia de ser hijo de Dios.
«Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde la alto del cielo y que, por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios» (San Hilario).
¿Cómo estoy viviendo esta filiación, la filiación divina?
¿Soy consciente de que tu Padre -mi Padre Dios- me está mirando continuamente, no como quien espía, sino como quien vela por su hijo?
¿Me doy cuenta de que si un príncipe ha de comportarse con dignidad por ser hijo del rey, mucho más motivo tiene un cristiano, pues es hijo de Dios?
Jesús, quiero acompañarte en tu vida pública y aprender de Ti a comportarme como un buen hijo de Dios.
Al final, el gran ideal de mi vida debe ser conseguir que Dios pueda decirme lo que te ha dicho hoy a Ti: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido.»
Jesús, muéstrame el camino para ser buen hijo de Dios: ese camino que pasa por imitarte a Ti; por coger tu cruz; por ser limpio de corazón; por amar a los demás como Tú los has amado; por ser pobre de espíritu; por ser alma de oración.