Juan 1, 19-28
Autor: Pablo Cardona
«Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntaran: ¿Tú quién eres? Entonces él confesó la verdad y no la llegó, y declaró: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías? Y dijo: No lo soy. ¿Eres tú el Profeta? Respondió: No. Por último le dijeran: ¿Quién eres, para que demos una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Contestó: Yo soy la voz que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor como dijo el profeta Isaías.
Los enviados eran de los fariseos. Le preguntaron: ¿Pues por qué bautizas si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis. El es el que viene después de mí a quien yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando». (Juan 1, 19-28)
1º. «Entonces él confesó la verdad y no la negó.»
Juan se había ganado un gran prestigio entre los judíos.
Muchos lo tenían ya como el profeta que había de venir, como el Mesías esperado.
Hasta los sacerdotes le preguntan si él es o no el Mesías.
Y Juan dijo claramente: «Yo no soy el Cristo.»
Podía haber evitado una respuesta tan clara para así mantener la fama que se estaba creando en torno a él. Pero no; aunque sabe que va a «perder puntos» con esta declaración, «él confesó la verdad.»
Jesús, ¡cómo me gusta quedar bien!
Que vean las cosas buenas que hago.
Al menos, que piensen que lo hago bien.
Y, a veces, para que parezca más coherente, puedo llegar a mentir o a no decir toda la verdad.
Perdóname.
Que me dé cuenta de que esa conducta no me dará prestigio, porque «antes se coge a un mentiroso que a un cojo».
«La mentira es la ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar u obrar contra lo verdad para inducir a error al que tiene el derecho de conocerlo. Lesionando la relación del hombre con la verdad y con el prójimo, la mentira ofende el vínculo fundamental del hombre y de su palabra con el Señor» (C. I. C.- 2484).
2º. «Existen muchas personas cristianas y no cristianos decididas a sacrificar su honra y su fama por la verdad, que no se agitan en un salto continuo para buscar el «sol que más calienta». Son los mismos que, porque aman la sinceridad, soben rectificar cuando descubren que se han equivocado. No rectifica el que empieza mintiendo, el que ha convertido la verdad sólo en una palabra sonora para encubrir sus claudicaciones» (Amigos de Dios.-82).
Jesús, Tú también me has dado ejemplo de sinceridad.
Por decir que eras el Mesías, te llevaron a la Cruz.
«Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Juan 18,37).
¡Cuánto debes amar a las personas sinceras!
Y es que sólo el que es sincero se da cuenta de que tiene que mejorar se deja ayudar, y pone los medios necesarios para salir del error.
No rectifica el que empieza mintiendo.
Si empiezo a buscar quedar bien, luego seguiré justificando cualquier error que cometa, hasta no llegar a darme cuenta de que realmente tengo fallos.
Los que sí se darán cuenta son los demás, y entonces vendrán los roces.
El soberbio se cree casi perfecto, y ve continuamente fallos en los demás, a los que acaba echando la culpa incluso de sus faltas.
El soberbio se busca a sí mismo y busca que los demás le tengan en consideración, pero consigue exactamente lo contrario.
El humilde es sincero; sincero consigo mismo y sincero con los demás.
No se engaña, reconoce sus méritos y sus debilidades.
Y por eso es una persona querida y respetada.
Jesús, ayúdame a aprender de Ti, que eres la Verdad, que eres «humilde de corazón» (Mateo 11,29).
Que me dé cuenta de que si yo tengo fallos, también los demás los pueden tener; y que, por tanto, debo saber perdonarles, como ellos me perdonan a mí