Isabel de la Trinidad, una mujer que te puede enseñar la importancia de dejarse amar por Dios.
“Amemos nuestras cruces. Son todas de oro, si se ven con los ojos del amor” -Isabel de la Trinidad.
Dicen que desde muy pequeña sus rabietas eran para recordarse, pues a los 5 y 6 años no ocultaba sus enojos y sus ojos parecían provocar un incendio ante aquello que se opusiera a sus caprichos. Había nacido un 18 de Julio de 1880, de padres muy pobres pero cristianos y trabajadores.
La vida de Isabel de la Trinidad no tiene especialmente nada de relevante a los ojos del mundo, pues no fue una escritora consagrada, no fundó ningún convento o camino en la Iglesia, sin embargo vivió siempre, y desde muy niña, abrazada a la cruz. Su mensaje es Cristo céntrico y nos invita a vivir la santidad en medio del mundo siendo dóciles a las mociones del Espíritu Santo.
Un poco más de ella
Su personalidad desde muy niña era muy viva, alegre y orientada al logro, sin embargo en medio de todo ello, Isabel enseñaba ya a los cuatro años de edad a rezar a sus muñecas.
A los seis años el Padre Celestial le dio las primeras muestras de la predilección que tendría hacia su alma. Su entrañable abuelo Raimundo Rolland murió. Ocho meses más tarde llega un luto mucho más doloroso que el primero. La muerte de su “papaíto” de un ataque repentino al corazón hizo experimentar a la niña un profundo dolor y le ayudó a “ver” en medio de su inocencia la fragilidad de la vida y el significado oblativo que tendría el dolor más adelante en su vida. Sin embargo, no fue ese el momento de su gran encuentro con Cristo. La desaparición de estos dos hombres de su vida, la llevaron a apegarse mucho más a su madre y a su menor y única hermana, Guita.
La vida sigue
Tras la muerte de su padre, su madre se ocupa de matricularla en el Conservatorio de Dijon en donde recibirá sus primeras clases de piano. Isabel practicaba largas horas con una “voluntad de hierro” hasta perfeccionar cada partitura.
Su primera confesión a los siete años provocó en ella una “conversión” que se vio reflejada en una disminución y lucha contra su propio temperamento colérico. Sus luchas ya a esa edad las vivía “dentro”. A los 11 años antes de hacer su primera comunión escribe: “…como espero que pronto tendré la dicha de hacer mi primera Comunión, seré todavía más buena, porque pediré a Dios que me haga todavía mejor”.
“No tengo hambre. Jesús me ha alimentado”
El día 19 de abril de 1891 Isabel de la Trinidad fue arrebatada por el devorador amor de Jesucristo. Ese día después de recibirlo por primera vez en su corazón de niña, lloraba copiosamente de alegría y al salir de la Iglesia le dice a una amiga de la familia: “No tengo hambre. Jesús me ha alimentado”. Es a esta tierna edad que Isabel empieza a componer sus primeras poesías. Poesías que algunas veces están llenas de errores gramaticales ante la pobreza académica de su educación, ya que por su dedicación intensa al piano se fue dejando a un lado su educación académica.Sus escritos “mueven” a la conversión, a amar a Dios Padre tiernamente y a hacerse solidarios con el mensaje de Jesucristo abrazando la propia cruz y amando el dolor. Cuando escribe lo hace con su alma y corazón mirando directamente a Jesús, a María o al Cielo. El 17 de agosto de 1894 con solo 14 años escribe:” Jesús, de ti esta mi alma celosa,-quiero ser pronto tu esposa, -contigo quisiera sufrir- y para verte morir.” Isabel por predilección divina había conocido y entendido el verdadero “ideal” de la vida y vivía su vida en la presencia de aquel a quien comenzó a llamar “Dios todo amor”.
Obedecer por amor
A los trece años Isabel había manifestado a su madre su deseo por abrazar la vida religiosa, mas ésta se opuso rotundamente. Isabel solo quería hacer la voluntad del Padre y obedecía por este amor a su madre y llena de amor acepto esperar su entrada al Carmelo hasta cumplir los veintiún años. Empezó a ganar premios de piano debido a su notable talento musical. En los periódicos de época aparecían artículos sobre ella, acerca de la belleza de sus dedos largos y la sonoridad y verdadero sentimiento que imprimía en cada una de sus ejecuciones. Su belleza física ya destacaba y era cortejada por los mejores partidos de la sociedad francesa. Vivía intensamente, pues le gustaban los bailes, paseos por las montañas y vestir elegantemente. Sin embargo su corazón estaba totalmente sumergido en Dios, había hecho una promesa de virginidad perpetua a los catorce años y sufría por no poder hacer realidad su entrega total a la vida silenciosa y oculta tras las rejas de un claustro o su Carmelo querido.
A los diecisiete años, estando en el mundo ya no pertenece a él y decide comenzar una vida orientada hacia la santidad desde ese estado, haciendo lo que debe de hacer con la mayor naturalidad y sin ruidos, esforzándose por vivir las virtudes humanas de una manera extraordinaria. Entre estas virtudes destacan: su inmensa alegría, los finos detalles que tenía para su mama y hermana y su compromiso y sentido profundo con la amistad. Gozaba de gran popularidad y era muy admirada y querida por todos ya que en su presencia nadie se sentía rechazado. Vivía pues, como cualquier joven de su edad mientras que al mismo tiempo a los 15 años escribía en una poesía a María Inmaculada: “Siempre con Él está mi corazón- y día y noche pienso en Él, – en este celestial divino Amigo, – a quien probar quisiera su ternura.” Este pequeño verso revela ya la profunda unión que vivía con El Señor viviendo aún en casa de su madre y hermana.
Apostolado por medio de un estilo de vida
Isabel se sentía llevada y atraída por la presencia de Dios y respondía con una generosidad sin límites. Estaba convencida que para tener total entrega a Dios y al mensaje de Jesucristo no era necesario apartarse de el mundo, Aun confesando la felicidad de su vocación de carmelita, antes de entrar al mismo y por complacer a su madre se extendió sobre lo que constituye la riqueza común de todo cristiano, tanto en el monasterio como en la múltiple actividad en pleno mundo. Se esforzó por vivir de una manera extraordinaria las virtudes humanas y a los 19 años comenzó a recibir las primeras gracias místicas. Cuando por fin cumplió sus veintiún años y entro al Carmelo conservó muchas de sus amistades y las cultivó por medio de cartas en donde daba a cada una consejos para vivir una vida orientada al amor de Dios y a la santidad poniendo amor en todo lo que se hacía, pues hasta en lo más pequeño e insignificante se podía ofrecer la vida constantemente a Dios.
En una de sus cartas escribe: “Es un privilegio de la mujer, tener un corazón compasivo. Dios ha puesto en ella tanta capacidad de entrega. La ha colocado en la tierra para enjugar las lágrimas, aliviar…todas las penas y permanecer firme al pie de la cruz. Nosotras las mujeres deberíamos ser la alegría de nuestro padre. Y toda aquella que se convierte en madre debe “atender” a aquellos que Dios les ha confiado. Entregaos, pide…Dios ha puesto en vuestro corazón tantos tesoros de abnegación. Si Dios os pide para Él vuestros hijos o vuestras hijas, ¡ah!, sabed sacrificárselos sin dudar; sabed ser heroicas…
Su Fidelidad a la gracia y a María
Isabel de la Trinidad además de vivir las virtudes humanas, vivía las virtudes sobrenaturales. Era alma de oración y unión filial; la Eucaristía era para ella su alimento diario así como su amor a la Santísima Virgen María. Renovaba su consagración a la Santa Virgen una y otra vez, pues estaba segura que Ella lo podía todo.
Así le rezaba: “Oh María, tú, a quien rezo cada día para obtener la humildad, ven en mi ayuda, quiebra mi orgullo, mándame muchas humillaciones, Madre querida».
¿Quieres progresar en la vida espiritual amiga mía? Pues entonces lee y práctica las virtudes de esta gran mujer de la Iglesia. Descubre la bondad, dulzura y generosidad oculta que hay en tu corazón cuando te haces niña. Cuando por conocer a Jesucristo vuelves a hacerte inocente. Isabel de la Trinidad hizo todo esto y cuando estaba a punto de ingresar a la casa del Padre, después de una penosa y larga enfermedad de tuberculosis que la consumió enteramente estas fueron sus palabras: “voy a la luz, al amor, a la VIDA”.
Epílogo: Isabel de la Trinidad fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 25 de Noviembre de 1984.
Sheila Morataya
Austin, TX
www.sheilamorataya.com
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Sheila Morataya es la Editora de la sesión de la mujer desde la creación de encuentra.com Es psicoterapeuta, coach de vida y talento para la radio y la televisión en los Estados Unidos. Actualmente es Productora Ejecutiva para Relevant Radio en español en los Estados Unidos. Autora de 6 libros entre ellos «El espejo: ámate tal como eres».
Cuando no está trabajando puedes encontrarla sembrando flores, dando clases de desarrollo personal a jovencitas o cocinando para su familia. Puedes escribirle a sheila@sheilamorataya.com
Isabel de la Trinidad…que gran ejemplo de constancia y fe en el amor de Dios.