El sufrimiento forma parte de nuestra vida terrenal. Lo alejamos, nos quejamos cuando llama a nuestra puerta. En estos momentos insostenibles, la Biblia puede ayudarnos a comprender mejor el misterio de nuestra prueba y a superarla
En ciertos momentos de nuestras vidas, cuando se acumulan decepciones, relaciones difíciles con los que amamos, fracasos personales o problemas de salud, nos podemos desanimar por completo. A veces es el comienzo de una verdadera depresión, que requiere atención médica (¡no sólo les sucede a los demás!). Pero la mayoría de las veces, se trata de una prueba pasajera. ¿Cómo volver a la normalidad? ¿Cómo recuperar la confianza? Los salmos nos abren un camino para salir de la noche.
“¿Hasta cuándo me tendrás olvidado, Señor?” (salmo 13)
Cuando Dios parece estar tan lejos que casi dudamos de su existencia, nos sentimos tentados a abandonar la oración. Pensamos que la oración sólo es buena si desbordamos de amor y de gratitud… y cuando nuestro corazón está triste, ya no oramos porque sólo nos llegan palabras amargas a los labios.
¿Y qué? ¿Por qué no decirle nuestra amargura al Señor? ¿Cómo podría “convertir nuestro lamento en júbilo y nuestro luto en un vestido de fiesta” (Salmo 30) si nos apartamos de Él? La Biblia está llena de estos gritos de desamparo y angustia. ¿No gritó el propio Jesús antes de morir: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”
“Confía tu suerte al Señor, y él te sostendrá” (salmo 55)
Dios quiere aliviarnos de toda nuestra carga. Sólo nos pide una cosa: que le permitamos hacerlo. Que no nos avergoncemos de entregarle todo, incluso lo que nos humilla, lo que nos parece despreciable, incluso repulsivo.
Una sola fruta podrida puede contaminar toda una caja de fruta sana: un solo germen podrido que no nos hemos atrevido a presentar al Señor es suficiente para llenarnos de tristeza y amargura.
“¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!” (salmo 51)
Dios no sólo espera que le demos nuestras buenas obras o que nos descarguemos de nuestras cruces. Él también quiere que le demos nuestro pecado, porque su felicidad es perdonarnos.
Algún día, el Señor le pidió a San Jerónimo su tesoro más preciado. San Jerónimo enumeró todo lo que había dado al Señor: ayunos prolongados, largas horas de oración, actos de amor, etc. Pero el Señor esperaba otra cosa, ¡y San Jerónimo no sabía qué ofrecerle! “Y tu pecado”, le preguntó Jesús. ¿Por qué no piensas en dármelo?”
“Encomienda tu suerte al Señor, confía en él, y él hará su obra” (salmo 37)
Cuando ya no sabemos dónde estamos y la ansiedad nos hace caer en la noche, esforcémonos más que nunca en “encomendar nuestra suerte al Señor”, cumpliendo su voluntad paso a paso, a través de las pequeñas cosas de la vida cotidiana. Esforcémonos por vivir plenamente el momento presente, sin preocuparnos por el resto. Lo único que importa, lo único que depende de nosotros, es que hagamos la voluntad de Dios aquí y ahora. El resto le pertenece a Él. ¡No nos atormentemos innecesariamente! Busquemos el Reino de Dios y todo lo demás nos será dado.
“Día tras día te bendeciré, y alabaré tu Nombre sin cesar” (salmo 145)
Todos los días, incluso cuando todo sale mal, le podemos decir al menos un “gracias” al Señor. Hasta el día más oscuro tiene su parte dorada: puede ser la sonrisa de un niño, la belleza de un paisaje, un gesto de ternura, un encuentro inesperado…
No nos durmamos sin decir “gracias” al Señor. No un “gracias” difuso e impersonal, sino un “gracias” preciso por algo específico. Cuanto más agradecemos, más razones encontramos para agradecer. La alabanza abre el corazón y los ojos a las maravillas de Dios.
“Dios mío, tú iluminas mis tinieblas (…) Tú me ceñiste de valor para la lucha” (salmo 18)
Dios no elimina las tinieblas, sino que las ilumina. Él no nos exonera de la lucha, nos da todo lo que necesitamos para luchar valientemente hasta la victoria. Independientemente de la opacidad de nuestras tinieblas, de las luchas de la vida, sepamos que en Jesús resucitado ya tenemos la victoria. Confiemos en Él sin reservas y pronto cantaremos: “veo que has sido mi ayuda y soy feliz a la sombra de tus alas”.
Por Edifa
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