Introducción a la lectura de la Biblia

SAGRADA ESCRITURA E IGLESIA

No pocas veces se intenta oponer la Biblia a la Iglesia. Esto es un contrasentido, desde el momento que la Iglesia «nace» de la Biblia y, a su vez, la Biblia «nace» de la Iglesia. Ninguna de las dos podría existir ni entenderse sin la otra. Ambas se reclaman y se necesitan. Es algo parecido a lo que sucede con la Eucaristía: la Iglesia «hace» la Eucaristía, pero también la Eucaristía «hace» la Iglesia.

Por un lado, es en la Biblia donde la Iglesia encuentra su fundamento y su razón de ser. A través de sus páginas, descubrimos ese largo itinerario, que se inicia con la caravana de Abraham y sólo culminará en la Jerusalén celestial. De la Sinagoga, la Asamblea de la Antigua Alianza, se pasa a la Iglesia, la Asamblea de la Nueva Alianza. La Palabra profética y la Palabra apostólica es la que convoca constantemente a esa Iglesia.

Pero es igualmente innegable que los Libros donde está escrita la Palabra surgieron en el seno de la Iglesia, prefigurada en el Antiguo Testamento y revelada en el Nuevo. Antes de ser «escritura» aquellos Libros fueron acción y palabra oral dentro de ambas Comunidades. La «inspiración» divina llegó a sus autores no sólo como individuos aislados sino como integrantes del Pueblo. De ahí que la Biblia sea el Libro tanto «del Dios del Pueblo» cuanto «del Pueblo de Dios».

No hay Biblia sin Iglesia

¿Y quién, sino la Iglesia, fue la que con el correr del tiempo y después de largas reflexiones, sólo reconoció oficialmente a «tales» o «cuales» Libros como «inspirados»? ¿Quién sino la Iglesia decidió incluir estos Libros y no otros en la Biblia? Así como la Biblia tuvo su origen en la experiencia humana y espiritual del Pueblo de Dios, también es ese Pueblo el que le da su aval. «Yo no creería en el Evangelio, decía san Agustín, si no me moviera a hacerlo la autoridad de la Iglesia Católica».

Sin duda, la Iglesia está al servicio de la Palabra de Dios, y esta es la norma última de su fe y su disciplina. Sin embargo, la Palabra ha sido confiada a la Iglesia, para que ella la custodie y la interprete debidamente y, a la vez, la difunda universalmente. Podemos decir que, además de la inspiración «bíblica», hay una inspiración «eclesial», que también procede del Espíritu y acompaña al Pueblo de Dios bajo la guía de sus pastores.

La Biblia es Palabra de Dios puesta por escrito, pero esa Palabra fue y sigue siendo transmitida a través de lo que se llama la «Tradición». Ambas cosas -Escritura y Tradición- surgen de la misma fuente, que es la Palabra de Dios, e interpretadas por el magisterio de la Iglesia, han gozado siempre del mismo respeto y estima por parte de ella. «Las dos están íntimamente unidas y compenetradas entre sí», afirma el Concilio Vaticano II.


Hay que leer la Biblia «en la Iglesia»

De todo lo dicho se deduce que la Sagrada Escritura debe leerse en la Iglesia, es decir, dentro de la comunidad visible de los creyentes en Jesucristo, fundada sobre la predicación apostólica y congregada por la acción del Espíritu que la anima. Y por supuesto, la Biblia no puede separarse de la Tradición viviente u oponerse a ella. Esa Tradición es el medio vital en el que se fueron gestando y deben ser leídos los escritos, lo mismo del Antiguo que del Nuevo Testamento.

En realidad, la destinataria de la Biblia es la Iglesia, y cada uno de nosotros lo somos en la medida que formamos parte de ella y estamos animados por el sentido «eclesial». Apartarse de ese sentido acarrea siempre grandes riesgos. «Tengan presente, ante todo -nos advierte san Pedro en una de sus Cartas- que nadie puede interpretar por cuenta propia una profecía de la Escritura». No basta «llenarse la boca» con citas de la Biblia: hay que entenderlas correctamente.

Por eso, la Iglesia recomienda que los textos bíblicos estén acompañados de notas aclaratorias que faciliten su lectura y salgan al encuentro de las dudas más comunes que suelen existir. Asimismo, son muy útiles las introducciones generales a los diferentes Libros Sagrados y las que se intercalan dentro del mismo texto. En la traducción argentina se ha dado especial importancia a estas introducciones, como un medio de aprovechar mejor toda la riqueza contenida en la Palabra «viva y eterna».

«La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en el que la Iglesia que peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta ser llevada a su presencia para verlo cara a cara». (Constitución sobre la Revelación divina, 7)

Para leer y comentar

Mt. 28. 16-20 1 Cor. 15. 1-11

2 Tim. 4. 1-5 Apoc. 1.1-8; 22. 16-19


Para orar

«Tu Palabra está bien acrisolada y por eso la amo» Sal. 119. 140.

COMO HAY QUE LEERLA, POR DONDE EMPEZAMOS

Normalmente, un libro se lee comenzando por la primera página y terminando por la última. Se puede, pero no es así como conviene leer la Biblia. Recordemos que más que un «libro» es una «biblioteca». Y una biblioteca no se lee del primero al último libro de cada uno de los estantes. En hojas aparte, presentamos un posible «orden de lectura». Y asimismo, sugerimos las principales líneas para una lectura de la Biblia como «Historia de Salvación».

Eso facilitará, sin duda, una primera lectura bíblica. Es verdad que todo lo que está en la Biblia es Palabra de Dios, pero no todo lo es con el mismo grado de importancia. Hay muchas genealogías, prescripciones rituales, detalles geográficos o repeticiones que, a primera vista, pueden resultar tediosos y faltos de interés. Por otra parte, no todos están en condiciones de leer toda la Biblia, así como no todos los alimentos son para todos los estómagos.

Por supuesto, una forma privilegiada de lectura es el orden establecido por la Iglesia en sus tres ciclos litúrgicos. Resulta muy útil -como algunos ya lo hacen- leer previa o posteriormente los textos correspondientes a cada Domingo. Esto vale sobre todo para los Tiempos «fuertes», a saber, Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. No olvidemos que entre la Biblia y la liturgia hay una relación tan estrecha que las hace inseparables


¿Y bastará leerla?

De ninguna manera. Nunca se insistirá bastante en que hay que acercarse a la Sagrada Escritura con espíritu de fe. Y la fe es un don de Dios que es necesario implorar constantemente. De ahí que la oración debe acompañar habitualmente la lectura de la Biblia. Así se entabla el diálogo entre Dios y el hombre. «A El le hablamos cuando oramos, y a El lo escuchamos cuando leemos su Palabra», afirmaba en el siglo IV el gran obispo san Ambrosio.

Sólo el Espíritu de Dios, que está y permanece en nosotros, puede darnos la luz interior que nos permite penetrar en el sentido de los textos bíblicos. De otra manera no podríamos comprender debidamente lo que Dios quiere decirnos. «El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre les enseñará todo y los introducirá en toda la verdad», leemos en el Evangelio de san Juan. «Lo que viene del Espíritu sólo se entiende plenamente mediante la acción del Espíritu», decía un escritor cristiano del siglo III. Sin el Espíritu, la Palabra escrita resulta letra muerta.

«Hablar con Dios es más importante que hablar de Dios», decía san Agustín. Y un gran pensador de nuestro siglo asegura: «Toda espiritualidad bíblica, judía o cristiana, está basada en la oración. El hombre bíblico es un «orante», sea ante el Muro de los Lamentos o en las sinagogas, en los templos cristianos o en la celda de un convento». En la oración podemos «rumiar» la Palabra de Dios, como María -la hermana de Lázaro- «sentada a los pies del Señor».

¿Es mejor leerla solos, o en grupo?

Las dos formas son buenas, pero ninguna excluye la otra. Tal vez lo ideal sea que combinemos ambas, o sea, la lectura individual y la grupal. La primera puede ayudarnos a lograr una mayor concentración e intimidad con la Palabra. La segunda puede enriquecernos con las reflexiones de los demás y evitar ciertas falsas interpretaciones puramente subjetivas. También en esto debe animarnos el espíritu comunitario.

De ahí la conveniencia de formar círculos de lectura bíblica con encuentros más o menos periódicos. Es indispensable que los dirija un sacerdote, una religiosa o un laico suficientemente iniciados. Además del texto, deben leerse las introducciones y notas que facilitan su comprensión. Y no hay que contentarse con «estudiar» la Biblia. Los participantes deben tratar de descubrir la manera de llevarla a la vida. En cuanto a abrir la Biblia al azar «para ver que dice», puede ser útil a veces, con tal de que no se haga pensando hallar respuestas «mágicas».

«Que los fieles se acerquen de buena gana al texto sagrado, sea a través de la liturgia, de la lectura espiritual o de otros medios, que felizmente se difunden ahora en todas Partes». (Constitución sobre la Revelación divina, 25)

Para leer y meditar

Neh. 8-9 Lc. 10. 21-22

Lc. 10. 38-42 1 Tes. 1. 4-10; 2. 13

Para orar


«Me anticipo a la aurora para implorar tu ayuda: yo espero en tu Palabra» Sal. 119. 147.

CUESTIONARIO CORRESPONDIENTE A CADA TEMA

1. «Yo leo la Biblia, pero no la entiendo»

Hech. 8. 26-40

a) ¿Cuáles son, según el texto leído, los pasos del proceso de nuestro encuentro personal con Cristo?

b) ¿Qué parte del texto proclamado coincide con una de las principales dificultades para leer la Biblia?

c) ¿Qué estamos haciendo y qué podemos hacer nosotros para ayudar a los demás a superar dicha dificultad?

d) ¿Cuáles son las principales razones para que leamos y fomentemos la lectura frecuente de la Sagrada Escritura?

2. Palabra de Dios y palabra de los hombres

2 Tim. 3. 14 – 4. 2

a) ¿A qué Testamento se refiere san Pablo cuando habla a Timoteo de las Sagradas Escrituras, y qué consecuencia podemos sacar de esto?

b) ¿Cómo no debe y cómo debe entenderse la inspiración de Dios dentro de los textos de la Biblia?

c) ¿Cómo se puede percibir y en qué textos se pone más de manifiesto el carácter humano de la Escritura?

d) ¿Qué comparaciones conviene utilizar para dar a entender cómo lo humano condiciona lo divino en la Biblia?

3. Jesucristo, centro de toda la Escritura

Lc. 24. 13-35

a) ¿En qué parte del texto se afirma explícitamente que Jesucristo es el centro de toda la Escritura?

b) ¿En qué forma la Ley de Moisés y los Profetas se refieren a Jesucristo: sólo en algunos textos determinados o en su conjunto?

c) ¿Qué otros textos, aparte del que leímos hoy, nos presentan a Jesucristo como centro de toda la Biblia?

d) ¿Cómo reconocemos que en Jesucristo se cumple el Antiguo Testamento: por la evidencia absoluta o mediante la fe?

4. La Biblia es un Libro y una Biblioteca

Ex. 15. 1-21

a) ¿A qué género literario pertenece este texto del Exodo, y cómo incide ese género en la comprensión del texto?

b ¿A qué géneros pertenecen los libros de los Reyes, Jeremías, los Salmos, Jonás, Cantar de los Cantares y Daniel?

c) ¿Que géneros literarios encontramos en los libros del Nuevo Testamento y cuáles son los más conocidos?

d) ¿Hay diferencia entre lo «exacto» y lo «verdadero», o bien, para que algo sea «verdadero» tiene que ser «exacto»?

5. Cómo nació y se formó la Biblia

Prólogo del Eclesiástico

a) ¿Qué se desprende de este Prólogo del Eclesiástico en relación con los dos ordenamientos posibles de los libros del Antiguo Testamento?

b) ¿Qué valor tienen y cuales son las ventajas o desventajas de cada uno de estos ordenamientos?

c) ¿Cuáles son los Libros «deuterocanónicos» y por qué las Iglesias evangélicas no los reconocen como inspirados?

d) ¿Cuándo el Judaísmo y la Iglesia terminaron de definir el elenco («canon») de los Libros inspirados?

6. Del Antiguo al Nuevo Testamento

Heb. 1. 1-4

a) ¿Podemos afirmar, según el texto leído hoy, que existe continuidad o bien ruptura entre los libros de ambos Testamentos?

b) ¿Cómo fueron naciendo y cuáles son los primeros textos que llegaron a constituir el Nuevo Testamento?

c) ¿Cuáles son las características comunes de los tres primeros Evangelios y las propias de cada uno, y en qué se diferencian del de Juan?

d) ¿Cuál es el anuncio central de la predicación de Jesús y el de la Iglesia primitiva («Kerigma»), qué relación hay entre ellos?

7. Los diversos «sentidos» de la Biblia

1 Cor. 10. 1-13

a) ¿Cómo se manifiestan los diversos «sentidos» bíblicos en el texto de esta Carta de san Pablo?

b) ¿Por qué el sentido «literal» no agota todo lo que Dios quiere decirnos en los textos bíblicos?

c) ¿Cuáles son los otros «sentidos» según una clasificación tradicional y a cuáles se los suele reducir?

d) ¿En qué textos del Nuevo Testamento se hace referencia a Cristo prefigurado por Adán, Abraham, Moisés y David?

8. La Sagrada Escritura y la Iglesia


Mt. 28. 16-20

a) ¿Como el texto recién leído nos ayuda a comprender la relación que existe entre la Sagrada Escritura y la Iglesia?

b) ¿Está contenido «explícitamente» en la Biblia todo lo que creemos y practicamos los cristianos?

c) ¿Podemos hacer una lectura puramente individual de la Biblia o debemos leerla dentro de la fe de la Iglesia?

d) ¿Qué utilidad tienen las introducciones y notas aclaratorias en orden a una mejor comprensión y vivencia de la Palabra bíblica?

9. Cómo hay que leer la Palabra de Dios


Lc. 10. 38-42

a) ¿Qué relación existe entre el texto evangélico de hoy y la manera cómo debe leerse la Sagrada Escritura?

b) ¿Hay que leer necesariamente todas las partes de cada Libro bíblico, o en una primera lectura es preferible seleccionarlas?

c) ¿Qué riesgos hay que tratar de evitar en la lectura bíblica y qué lugar debe ocupar en ella la oración?

d) ¿Qué valor especial tiene la lectura de los textos bíblicos dentro de la celebración eucarística y cómo debe realizarse su lectura?

LA PALABRA HABLA SOBRE LA PALABRA

«La hierba se seca, la flor se marchita, pero la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre». Is. 40. 8

«Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la Palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé». Is. 55. 10-11

«Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican». Lc. 11.28

«Todo lo que ha sido escrito en el pasado, ha sido escrito para nuestra instrucción, a fin de que por la constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza». Rom. 15. 4

«Tomen la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios». Ef. 6. 17

«No cesamos de dar gracias a Dios, porque cuando recibieron la Palabra que les predicamos, ustedes la aceptaron no como palabra humana, sino como lo que es realmente, como Palabra de Dios, que actúa en ustedes, los que creen». 1 Tes. 2. 13

«La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón». Heb. 4. 12

«Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla». Sant. 1. 21-22

«Ustedes han sido engendrados de nuevo, no por un germen corruptible, sino incorruptible: la Palabra de Dios, viva y eterna. Como niños recién nacidos, deseen la leche pura de la Palabra, que los hará crecer para la salvación». 1 Ped. 1. 23; 2. 2

UN POSIBLE ORDEN DE LECTURA DE LA BIBLIA

¿Cómo debemos o es más conveniente leer la Biblia? ¿El qué orden? Por lo pronto, no es necesario y tampoco conveniente, leerla de corrido desde el principio al fin. Ningún método es absoluto, pero siempre es útil seguir alguno, como el que se propone a continuación.

Supuesto que Cristo es el centro de toda la Biblia, para leerla «cristianamente» conviene comenzar por los Evangelios, y entre ellos por el de Marcos, siguiendo por el de Mateo y luego, por el de Lucas junto con el libro de los Hechos de los Apóstoles. O bien, se puede comenzar por los Hechos de los Apóstoles -llamado el «Evangelio del Espíritu»- que es el «diario» de la Iglesia, en cuyo seno nacieron los Evangelios, y luego, leer los tres primeros Evangelios, llamados «sinópticos».

A continuación, pueden leerse las Cartas paulinas, dando prioridad a las de Pablo a los cristianos de Tesalónica, Galacia, Roma, Efeso y Corinto (1ra.). Y entre las Cartas «católicas», la de Santiago y la 1ra. de Pedro.

Finalmente, habría que leer el Evangelio y la 1ra. Carta de Juan, dejando para más adelante la lectura del Apocalipsis.

Así resulta más fácil introducirse en el Antiguo Testamento, comenzando más bien por el Exodo, llamado el «Evangelio de la Antigua Alianza», porque anuncia la liberación del Pueblo de Israel, que es el hecho más importante de la historia de ese Pueblo y el prototipo de la salvación cristiana. El Exodo es como la llave para interpretar todo el Antiguo Testamento. Los hechos ocurridos antes y después del Exodo, tienen en él su punto de referencia. Y Moisés, su principal protagonista, lo es también del resto del Antiguo Testamento. Los capítulos principales de este Libro son 1-18 (La misión de Moisés y la marcha a través del desierto), 19-20 (La Alianza del Sinaí) y 32-34 (Ruptura y renovación de la Alianza).

A continuación, conviene leer el Deuteronomio, que contiene una visión profética del Exodo y gira alrededor de la Alianza de Dios con su Pueblo. Sus capítulos principales son 4-11 (Exhortación al cumplimiento de la Alianza) y 27-30 (Celebración y sanción de la Alianza y promesas al pueblo fiel).

El Levítico y los Números se pueden saltear en una primera lectura de la Biblia. O bien, del Levítico bastará leer los Caps. 19 y 25, que contienen diversas leyes sociales, el Cap. 23, donde se enumeran las fiestas litúrgicas de Israel, y el Cap. 26, que contiene las promesas de bendición y de maldición prometidas a los fieles y a los pecadores. Y de los Números, la bendición de 6. 22-27, el relato de la marcha de los israelitas -Caps. 10-14 y 16-17- los relatos del agua brotada de la roca y de la serpiente de bronce -Caps. 20-21- y tal vez los oráculos de Balaam de los Caps. 22-25.

A esta altura, conviene leer el Génesis, a partir del Cap. 12, donde comienza a narrarse la historia de los Patriarcas -Abraham, Isaac y Jacob- los «Padres grandes» del Pueblo elegido. Ahí se encuentra el principio de la «revelación» de Dios a los hombres. Se pueden saltear los Caps. 36 y 46. En cuanto a los 11 primeros capítulos del Génesis, pertenecen más bien a la «prehistoria bíblica» o «prehistoria de la Salvación», y conviene leerlos después de los escritos de los Profetas.

Del libro de Josué, el sucesor de Moisés, bastará leer en un primer momento los Caps. 1-3 y 6-8 (La ocupación de la Tierra prometida) y 22-24 (Primeros pasos para la unificación de las tribus y últimas advertencias de Josué). Del libro de los Jueces, que se refiere a un período anárquico y primitivo de Israel, conviene leer el Cap. 2, donde se expone la interpretación que hay que dar a los capítulos siguientes, y los Caps. 3-4, 6-8, 11 y 13-16, donde se relatan las hazañas legendarias de los principales Jueces, entre los que sobresale Sansón.

En la lectura de los libros de Samuel -el último de los «Jueces»- se pueden saltear los Caps. 5-7 del 1ro. de esos Libros y 21-24 del 2do. Y en el 1er. libro de los Reyes, también se pueden dejar de leer los Caps. 4 y 7. El período de la monarquía -relatado en estos cuatro Libros- constituye el momento culminante del primer tiempo de la «Historia de la Salvación». La figura central de este período es el rey David. A continuación se podrían leer los libros de las Crónicas, que son una reinterpretación de la historia de Israel.

En cuanto a las «colecciones proféticas», conviene comenzar por Amós, el profeta de la justicia y el primero cuyos escritos se conservan. Luego Oseas, el primero que expresa la relación de Dios con su Pueblo en términos conyugales. A continuación, Miqueas, otro gran defensor de los derechos de los oprimidos, cuya predicación produjo una gran impresión en Jerusalén.

La lectura de la 1ra. parte del libro de Isaías, el gran profeta de la esperanza mesiánica -el profeta «clásico», muy citado en el Nuevo Testamento- completa este primer contacto con los escritos proféticos del siglo VIII a.C., que es la «edad de oro» del profetismo bíblico. Pueden saltearse los Caps. 13-23. Esta 1ra. parte de Isaías se puede leer simultáneamente con el 2do. libro de los Reyes, Caps. 15-20.

Como el gran representante del siglo VII a.C., hay que leer a Jeremías, el profeta que, después de llamar inútilmente al pueblo a la conversión, anuncia una «Nueva Alianza» en la que Dios escribiría su Ley en el corazón de los hombres. Pueden saltearse los Caps. 46-52. Conviene hacer la lectura de este profeta simultáneamente con la del 2do. libro de los Reyes, Caps. 21-25, y pueden leerse a continuación las Lamentaciones que llevan el nombre de Jeremías.

Después, se puede leer Ezequiel, uno de los exiliados de la primera deportación a Babilonia, que profetizó en el siglo VI a.C., y anunció la caída de Jerusalén del 587. Contiene muchos gestos simbólicos, visiones y parábolas. Sus grandes temas han sido recogidos por san Juan en su Evangelio. Conviene saltear los Caps. 25-32 y 40-48.

A esta altura, corresponde leer la 2da. parte del libro de Isaias, que pertenece a un profeta anónimo del siglo VI a.C. y contiene un mensaje de esperanza a los exiliados en Babilonia, anunciándoles su próxima liberación. Por eso se lo llama el «Libro de la consolación de Israel», y en él se encuentran los célebres «Cantos del Servidor del Señor», que son una sorprendente anticipación de la figura y la obra de Jesús. También es importante leer la 3ra. parte, escrita a la vuelta del exilio, donde se advierte una perspectiva marcadamente universalista y se insiste en las características de la verdadera religiosidad.

De los Profetas más tardíos, se puede leer la 2da. parte del libro de Zacarías, que se atribuye a ese profeta del siglo VI a.C., aunque fue escrita en el siglo IV. Es uno de los libros del Antiguo Testamento más citados en los Evangelios y contiene un importante anuncio mesiánico.

En una primera lectura de la Biblia, se puede pasar por alto los libros de los otros profetas -Joel, Abdías, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Malaquías- pero conviene leer el libro de Jonás, que encierra una profunda lección sobre la misericordia de Dios y el alcance universal de la salvación. También se puede saltear el libro de Baruc y la Carta de Jeremías.

Aquí conviene leer los 11 primeros capítulos del Génesis, que son el fruto de la reflexión y la experiencia del Pueblo de Dios a lo largo de su historia, salteando las genealogías de los Caps. 10 y 11.

Finalmente, se puede leer Esdras y Nehemías, que nos describen los esfuerzos de restauración después del exilio y el nacimiento del Judaísmo. Y luego, los libros de los Macabeos, donde se relata la resistencia del Pueblo judío contra la dominación griega en el siglo II a.C.

Los demás Libros del Antiguo Testamento se pueden leer según el gusto, la inclinación o la necesidad espiritual de cada uno.

Del libro de Job, que trata tan hondamente sobre el eterno problema del sufrimiento humano, se pueden saltear los Caps. 28 y 32-37.

Los Proverbios y el Eclesiástico son verdaderos tratados de comportamiento humano inspirados en el «temor de Dios», aunque basados en una moral más o menos utilitaria y con notables influencias de otras obras sapienciales del paganismo. El libro de la Sabiduría es una alabanza de la Sabiduría de Dios, que actúa en la creación y en la historia y por momentos se presenta como una verdadera persona.

El Eclesiastés nos ayuda a reflexionar, no sin cierto escepticismo, sobre la vanidad de todas las cosas humanas. El Cantar de los Cantares anuncia el amor de Dios por su Pueblo bajo la forma del amor apasionado de una pareja y, a la vez, exalta la dignidad del amor conyugal.

Tobías, Judit y Ester nos ofrecen valiosas enseñanzas religiosas en forma de relatos más o menos ficticios. El libro de Rut, una extranjera que llega a ser abuela de David y, por lo tanto, antepasada de Cristo, tiene un especial encanto y, lo mismo que el libro de Jonás, refleja la tendencia universalista que contrarrestaba el particularismo dominante después del exilio.

Finalmente, el libro de Daniel -llamado el «Apocalipsis» del Antiguo Testamento- alimenta la fe y la esperanza en la lucha contra todas las fuerzas opuestas al Reino de Dios y nos introduce a la lectura del célebre Apocalipsis del Nuevo Testamento, que es el gran Libro de la esperanza cristiana.

En cuanto a los Salmos, su recitación debe acompañar toda la lectura de la Biblia. Algunos de ellos evocan poéticamente la gesta del Exodo -114; 136- y otros resumen la «Historia de la Salvación», desde Abraham hasta la entrada en la Tierra prometida y la elección de David -78; 105; 106-, o bien, celebran los privilegios de la dinastía de David -89-. Varios de ellos se refieren a la ruina de Jerusalén y al exilio de sus habitantes -74; 78; 137- y otros son de carácter sapiencial -1; 37; 72; 119- Tienen especial importancia los Salmos llamados «reales» -2; 72; 110- que el Nuevo Testamento o la tradición cristiana aplicaron a Jesucristo, el Rey Mesías. Entre los Salmos explícitamente de «alabanza», merecen destacarse los siguientes: 8; 96-99; 103; 104; 112; 115; 117; 135; 145-150. Los Salmos 65-67; 116; 118 y 138 figuran entre los principales de «acción de gracias». Entre los Salmos «penitenciales» ocupan un lugar de primer orden el 51 y el 130, que son frecuentemente utilizados en la liturgia.

«Las páginas de ambas Alianzas se confirman mutuamente. En Jesucristo se cumplieron las promesas de las figuras proféticas y el sentido de los preceptos de la Ley: con su presencia, El enseña la verdad de la profecía, y por su gracia, hace posible la práctica de los mandamientos.» (San León Magno, s. V).


UNA IDEA CENTRAL PARA CADA UNO DE LOS LIBROS SAGRADOS

Los subtítulos que sugerimos a continuación están inspirados y a veces tomados de los que figuran en una versión francesa de la Biblia con abundantes comentarios.

Antiguo Testamento

La Ley

Génesis: Orígenes del universo y nacimiento de un Pueblo

Exodo: De la esclavitud a la libertad

Levítico: Un Pueblo santo para el Señor

Números: En marcha hacia la tierra prometida

Deuteronomio: La Alianza, regalo y compromiso

Los Profetas: La historia profética

Josué: Una conquista lenta y difícil

Jueces: Los líderes carismáticos de Israel

Samuel: La creación de un reino para el Señor

Reyes: De la gloria a la ruina

Los Profetas: Las colecciones proféticas

Isaías: La fe en medio de los acontecimientos

Jeremías: El anuncio de una Nueva Alianza

Ezequiel: Un corazón nuevo y un espíritu nuevo

Oseas: El amor fiel y apasionado de Dios a su Pueblo

Joel: La llegada del «Día del Señor»

Amós: Alegato en favor de la justicia social

Abdías: La reacción violenta de un profeta

Jonás: Una religión sin fronteras

Miqueas: Contra los abusos de los opresores del pueblo

Nahúm: El derrumbe de un imperio

Habacuc: La respuesta de Dios a la queja de un profeta

Sofonías: El «Resto» fiel de los «pobres del Señor»

Ageo: La reconstrucción del Templo y de la Comunidad

Zacarías: Visiones simbólicas y anuncios mesiánicos

Malaquías: Un culto divino renovado

Los demás Escritos: Canon hebreo

Salmos: La alabanza y la súplica de un Pueblo

Job: El sufrimiento de los justos y la justicia de Dios

Proverbios: Máximas sapienciales para la vida

Rut: Una extranjera, antepasada del Mesías

Cantar de los

Cantares: El más bello canto de amor

Eclesiastés: La vanidad de las cosas terrenas

Lamentaciones: Un Pueblo que llora sus culpas

Ester: Las situaciones que se revierten

Daniel: Los imperios humanos y el Reino de Dios

Esdras y

Nehemías: Del exilio a la patria

Crónicas: El Pueblo elegido relee su Historia

Lo demás Escritos: Deuterocanónicos

Ester (suplementos griegos): Una súplica que llega al cielo

Judit: El coraje de una mujer

Tobías: Un modelo de familia creyente

Macabeos: La lucha por la liberación nacional

Sabiduría: El diálogo entre dos culturas

Eclesiástico: Un tratado de moral judía

Baruc: Por el arrepentimiento a la conversión

Carta de Jeremías: Una crítica mordaz contra la idolatría

Daniel (suplementos griegos):El canto de las criaturas

Nuevo Testamento

Los Evangelios

Mateo: El cumplimiento de las profecías

Marcos: ¿Quién es Jesús?

Lucas: La Buena Noticia anunciada a los pobres

Juan: El Camino, la Verdad y la Vida

Los Hechos de los Apóstoles: El «evangelio» del Espíritu Santo

Las Cartas apostólicas: Paulinas

A los Romanos: La justificación por la fe en Jesucristo

1ra. a los Corintios: El crecimiento y las crisis de una comunidad

2da. a los Corintios: Una carta polémica y confidencial

A los Gálatas: La libertad cristiana

A los Efesios: El misterio de Cristo y de la Iglesia

A los Filipenses: La alegría que nace de la fe

A los Colosenses: La preeminencia absoluta de Cristo

1ra. a los Tesalonicenses: La esperanza activa del cristiano

2da. a los Tesalonicenses: El riesgo de evadirse del mundo

1ra. a Timoteo: Directivas y recomendaciones pastorales

2da. a Timoteo: El testamento espiritual del Apóstol

A Tito: Instrucciones sobre el gobierno de la Iglesia

A Filemón: En favor de un esclavo fugitivo

A los Hebreos: El Sacerdocio y el Sacrificio de la Nueva Alianza


Las Cartas apostólicas: «Católicas»

De Santiago: Las obras propias de la fe

1ra. de Pedro: Una catequesis bautismal

2da. de Pedro: A la espera del «Día del Señor»

De Juan: Exhortación a vivir en la verdad y el amor

De Judas: Prevención contra los falsos maestros

El Apocalipsis: El triunfo definitivo del Reino le Dios


LECTURA DE LA BIBLIA COMO HISTORIA DE LA SALVACIÓN

A través de los hechos, géneros literarios y personajes bíblicos, es fácil detectar una trama que revela los rasgos característicos, o si preferimos, el estilo de la obra salvadora de Dios, iniciada en el Antiguo Testamento y consumado en el Nuevo.

Sus principales manifestaciones son las siguientes, tomadas y adaptadas del libro «Tu Palabra me de Vida» (J. M. Martín Moreno).

1. Dios salva creando el universo

2. Dios salva destruyendo el mal

3. Dios salva congregando a la humanidad

4. Dios salva eligiendo un Pueblo

5. Dios salva liberando a su Pueblo

6. Dios salva entrando en Alianza con su Pueblo

7. Dios salva conduciendo a su Pueblo a la Tierra prometida

8. Dios salva reinando sobre su Pueblo

9. Dios salva habitando en medio de su Pueblo

10. Dios salva implantando la justicia en su Pueblo

11. Dios salva comunicando la sabiduría a su Pueblo

12. Dios salva perdonando a su Pueblo

13. Dios salva manteniendo la esperanza de su Pueblo

14. Dios salva prometiendo y enviando al Salvador de su Pueblo

15. Dios salva anunciando e infundiendo el Espíritu en su Pueblo

Tomando estos títulos como puntos de referencia, se pueden buscar los textos de la Sagrada Escritura que ponen más de relieve el «común denominador» y las diversas formas del accionar de Dios.

«Querer comprender la Escritura más de lo que se puede, es exponerse a estar privado para siempre del conocimiento de la verdad. Hacer de la Escritura materia de discusión, es condenarse a no tenerla nunca de alimento.» (San Gregorio Magno, s. VI)


65 Salmos para orar

1- 8-15-16-19-22- 23-24-25-27-30- 33-34-37-39-40-42- 49

50-51-57-62-63-65-66-67-71-72-73-78-80-84- 85-86-89-90

91-92-94-95-98-100-103-104-105-113-114-115-116-117-118

119-120-122-130-131-136-138-139-143-145-146-147-148-150

De alabanza 8; 19(2-7); 33; 66(1-12); 103; 104; 113; 114; 115; 117

145; 146; 147; 148; 150

De acción de gracias 22 (23-32); 30; 34; 40(2-11); 57(7-12); 65; 66(13-20) 67; 116; 118; 136; 138

De súplica 16; 22(1-22); 25; 39; 40(12-18); 57(2-6); 71; 80; 85; 86

De arrepentimiento 51

De confianza 23; 27; 42; 62; 63; 91; 130; 131

De meditación 1; 19(8-15); 37; 49; 50; 73; 78; 89; 94; 105; 119

De la realeza del Señor 72; 98

Para recitar especialmente de mañana 15; 24; 84; 92; 95(1-7); 100

Para recitar especialmente de noche 90; 95(8-11); 121; 122; 139; 143


Oremos con los Salmos

1. Son la Palabra que el mismo Dios pone en nuestros labios para que hablemos con El.

2. Jesús, la Virgen María y los Apóstoles oraron con ellos.

3. La Iglesia los empleó siempre como la «columna vertebral» de su oración.

4. Siguen teniendo un valor incomparable para expresar los sentimientos más profundos del corazón humano.


RECOMENDACIONES EN FAVOR DE LA LECTURA BÍBLICA

«No deje nuestra alma de dedicarse a las Sagradas Escrituras, a la meditación y a la oración, para que la Palabra de aquel que está presente en ellas sea siempre eficaz en nosotros». San Ambrosio s. IV

«Cultivemos nuestra inteligencia mediante la lectura de los libros Santos: que nuestra alma encuentre en ellos su alimento diario. ¿Cómo podríamos vivir Sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer a Cristo, que es la vida de los fieles? Nos alimentamos con la Carne de Cristo y bebemos su Sangre no solamente en el misterio de la Misa, sino también leyendo las Escrituras»… «Todo cuanto leemos en los Libros Santos brilla y resplandece aun en su corteza, pero hay más dulzura todavía en su pulpa. El que quiere comer la almendra debe romper la nuez». San Jerónimo s. IV

«Tanto más fuerte es el aroma que expanden los perfumes, cuanto más se los frota entre los dedos. Así sucede también con la frecuentación de las Escrituras. Cuanto más familiares llegan a sernos más se revela el tesoro que esconden y más se logra aprovechar el fruto de sus inefables riquezas». San Juan Crisóstomo, s. IV

«Habiéndote enviado el Señor del cielo sus Cartas, ¿cómo te descuidas en leerlas y no manifiestas ardor y rapidez en saber lo que ellas contienen?». San Gregorio, s. VII

«Te ruego encarecidamente que le dediques en Primer lugar a la lectura de los Libros Sagrados, en los que creemos encontrar la Vida eterna». San Beda el Venerable, s. VIII

«Tenemos necesidad de leer la Sagrada Escritura, ya que por ella aprendemos lo que debemos hacer, lo que hay que dejar y lo que es de desear». San Bernardo, s. XII

«Sin tu Palabra y tu sagrado Cuerpo yo no podría vivir bien, porque la Palabra de tu boca es luz del alma y tu Sacramento es Pan de vida. Una mesa es el altar donde está el pan santo que es el Cuerpo preciosísimo de Cristo; la ora es la Ley divina que contiene la santa doctrina y enseña la verdadera fe». «Imitación de Cristo», s. XV

«De la misma manera que el apetito terreno es una de las mejores pruebas de salud corporal, también el apetito de la Palabra de Dios es una señal bastante segura de la salud espiritual». San Francisco de Sales, s. XVII


PARA ORAR EN LOS ENCUENTROS BÍBLICOS

AL COMIENZO

Bendito seas, Señor, porque quisiste que tu Palabra «viva y eterna» se conservara por escrito en los libros Sagrados del Pueblo de Israel y del Cristianismo primitivo.

Nosotros los veneramos con espíritu filial, reconociendo en ellos tu voz de Padre, que sale a nuestro encuentro a fin de revelarnos tus misterios más íntimos.

En medio de tantas palabras que oímos, leemos y repetimos a diario, nos alegra poder escuchar «aquí y ahora» la tuya, como Palabra permanentemente actual e inagotable.

Gracias a ella, te conocemos a ti, «el único Dios verdadero, y a tu Enviado Jesucristo, figurado en el Antiguo Testamento y hecho presente en el Nuevo para nuestra Salvación.

Que su Espíritu nos enseñe a interpretar correctamente tu Palabra, no sólo en su sentido «literal», sino también en el sentido «espiritual», siempre dentro de la tradición viviente de la Iglesia. Por el mismo Cristo, nuestro Señor.

AL FINAL

El «Libro» de tu Palabra es muy importante, Señor, pero más lo es la «Palabra» contenida en él, y a la vez que nos comprometemos sinceramente a cumplirla, queremos darte gracias de todo corazón porque hemos vuelto a leerla y comentarla.

(A continuación, luego de cada invocación, se recita Te doy gracias porque hoy puedo escucharla; te doy gracias porque hoy quiero vivirla).

Porque tu Palabra nos convoca y nos alimenta …

Porque tu Palabra nos purifica y nos ilumina…

Porque tu Palabra nos vivifica y nos reconforta…

Porque tu Palabra nos anima y nos alegra…

Porque tu Palabra nos enriquece y nos consuela…

Porque tu Palabra nos interpela y nos compromete…

Porque tu Palabra nos juzga y nos salva.


Reproducido con permiso de Apologetica.org

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10 comentarios

  1. Es un material muy bueno. Está en breve una realidad biblica interpretativa. Muy buen contexto explicatico. Es dicáctico. Dios siga bendiciendo sus esfuerzos.

  2. Excelente. El escrito clarísimo Pienso que la Biblia debe estudiarse desde niño. Con el catecismo.

  3. gracias por compartrir esta pagina. Voy a dar un tema sobre la lectura de la Sagrada Escritura y este tema ABC. me dio la pauta a seguir. Dios los Bendiga.

  4. Gloria a Dios por los hermanos que nos orientan cada día en la búsqueda de Nuestro Padre, en el amor de Nuestro Hermano y la escucha de nuestro Santificador, con la compañia de Mamá María, los saludo desde Corrientes (la Virgen María de Itatí)

  5. Que bonito sitio, da muchas respuestas aumenta la fe y las ganas de leer el mejor libro escrito en la tierra.

    Gracias por compartir en la web sus cono9cimientos e interpretaciones

  6. excelente. muy bueno,muy didactico y excelentemente escrito. cada vez que leo este ABC
    me siento cerca de DIOS. gracias por brindarnos esta sabiduria.

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