V. El Sacramento de la Eucaristía

¿Por qué se estudia el sacramento de la Eucaristía en un curso de preparación a la Confirmación?

Primera Parte: Estudio del Signo Sacramental.
TEMA 5: EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

5.1 La Eucaristía como sacramento
5.1.1 Noción de Eucaristía
A. Definición
B. Figuras
C. Profecías
D. Preeminencia de la Eucaristía
5.1.2 El sujeto de la recepción de la Eucaristía

5.2 La Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía
5.2.1 El hecho de la Presencia real
5.2.2 Modo de verificarse la Presencia real
A. La transubstanciación
B. Permanencia de la Presencia real

5.3 La Eucaristía como Sacrificio
5.3.1 La esencia del Sacrificio de la Misa

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¿Por qué se estudia el sacramento de la Eucaristía en un curso de preparación a la Confirmación?
Todos los sacramentos tienden a la Eucaristía, que constituye el culmen y el fin de ellos. Los restantes seis tienen razón de medios: sólo la Eucaristía es en sí misma un fin, pues la Eucaristía es Cristo. La Confirmación será, por ello, un medio inapreciable para lograr nuestro fin: la unión íntima y vital con Cristo a que estamos llamados. Además, de modo ordinario, la Confirmación es administrada dentro de la celebración eucarística. Valdrá la pena profundizar en la naturaleza y los efectos de este Augusto Sacramento, pues teniendo más claramente definido el fin, los medios se ubican y dimensionan.

5. EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

Dividiremos este capítulo en dos grandes apartados: la Eucaristía como sacramento (incisos 5.1 y 5.2) y la Eucaristía como sacrificio (inciso 5.3). Esta división se explica en virtud de que la Eucaristía tiene una doble significación:

1) Por una parte, la consagración del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre, actualiza el sacrificio de Jesucristo en la Cruz.

2) Por otra, la recepción de Jesucristo sacramentado bajo las especies de pan y vino en la sagrada comunión significa y verifica el alimento espiritual del alma. Y así, en cuanto que en ella se da la gracia invisible bajo especies visibles, guarda razón de sacramento (cf. S. Th. III, q. 79, a. 5).

Tiene razón de sacrificio en cuanto se ofrece, y de sacramento en cuanto se recibe.

5.1 LA EUCARISTÍA COMO SACRAMENTO
5.1.1 Noción de Eucaristía

A. Definición:

En el santísimo sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Catecismo, n. 1374)

“Esta presencia se denomina ‘real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen ‘reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente” (Ibídem)

B. Figuras

Antes de Jesucristo, la Eucaristía que Él habría de instituir fue prefigurada de diversos modos en el Antiguo Testamento. Fueron figuras de este sacramento:

el maná con el que Dios alimentó a los israelitas durante cuarenta años en el desierto (cf. Ex. 16, 435), y al que Jesús se refiere explícitamente en el discurso eucarístico de Cafarnaúm (cf. Juan 6, 31 ss.);

el sacrificio de Melquisedec, gran sacerdote, que ofreció pan y vino -materia de la Eucaristía- para dar gracias por la victoria de Abraham (cf. Génesis 14, 18); gesto que luego será recordado por san Pablo para hablar de Jesucristo como de “sacerdote eterno…, según el orden de Melquisedec” (cf. Hebreos 7, 11);

los panes de la proposición, que estaban de continuo expuestos en el Templo de Dios, pudiéndose alimentar con ellos sólo quienes fueran puros (cf. Éxodo 25, 30);

el sacrificio de Abraham, que ofreció a su hijo Isaac por ser ésa la voluntad de Dios (cf. Génesis 22, 10);

el sacrificio del cordero pascual, cuya sangre libró de la muerte a los israelitas (cf. Éxodo 12).

C. Profecías

La Eucaristía fue también preanunciada varias veces en el Antiguo Testamento:

– Salomón en el libro de los Proverbios: “La Sabiduría se edificó una casa con siete columnas (los siete sacramentos), preparó una mesa y envió a sus criados a decir: ‘Vengan, coman el pan y bebed el vino que les he preparado” (Proverbios 9, 1);

– el Profeta Zacarías predijo la fundación de la Iglesia como una abundancia de bienes espirituales, y habló del “trigo de los elegidos y del vino que hace germinar la pureza” (Zacarías 9, 17);

– el profeta Malaquías, hablando de las impurezas de los sacrificios de la ley antigua, puso en boca de Dios este anuncio del sacrificio de la nueva ley: “Desde donde sale el sol hasta el ocaso, grande es mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se sacrifica y ofrece a mi nombre una oblación pura” (Malaquías 1, 10ss.).

La verdad de la presencia real, corporal y sustancial de Jesús en la Eucaristía, fue profetizada por el mismo Señor un año antes de instituirla, durante el discurso que pronunció en la Sinagoga de Cafarnaúm, al día siguiente de haber hecho el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces:

“En verdad, en verdad les digo, Moisés no les dio el pan del cielo; es mi Padre quien les dará el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es Aquel que desciende del cielo y da la vida al mundo. Le dijeron: “Señor, danos siempre este pan’. Respondióles Jesús: Yo soy el pan de vida (. . .) Si uno come de este pan vivirá para siempre, pues el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo’’ (Juan 6, 32-34, 51).

5.1.2 El sujeto de la recepción de la Eucaristía

Todo bautizado es sujeto capaz de recibir válidamente la Eucaristía, aunque se trate de un niño (Concilio de Trento, cf. DS 1602).

Para la recepción lícita o fructuosa se requiere:
a) el estado de gracia, y
b) la intención recta, buscando la unión con Dios y no por otras razones.

La Iglesia -apoyándose en las duras amonestaciones del Apóstol para que los fieles examinen su conciencia antes de acercarse a la Eucaristía (cf. I Cor. 11, 27-29)-, ha exigido siempre el estado de gracia, de modo que “si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente, no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia” (Catecismo, n. 1415).

Así como nada aprovecha a un cadáver el mejor de los alimentos, así tampoco aprovecha la Comunión al alma que está muerta a la vida de la gracia por el pecado mortal.

El pecado venial no es obstáculo para comulgar, pero es propio de la delicadeza y del amor hacia el Señor dolerse en ese momento hasta de las faltas más pequeñas, para que Él encuentre el corazón bien dispuesto.

En sentido inverso, la Iglesia reprobó el rigorismo de los jansenistas, que exigían como preparación para recibir la Sagrada Comunión un intenso amor de Dios. San Pío X, en su Decreto sobre la Comunión declaró que no se puede impedir la Comunión a todo aquel que se halle en estado de gracia y se acerque a la sagrada mesa con piadosa y recta intención.

Como la medida de la gracia producida ex opere operato depende de la disposición subjetiva del que recibe el sacramento, la Comunión deber ir precedida de una buena preparación y seguida de una conveniente acción de gracias.

La preparación en el alma y en el cuerpo -deseos de purificación, de tratar con delicadeza el Sacramento, de recibirlo con gran fe, etc.- es lo que corresponde a la dignidad de la Presencia real de Jesucristo, oculto bajo las especies consagradas.

También es prueba de devoción dar gracias uno tiempo después de haber comulgado, para bendecir al Señor en nombre de todas las criaturas y pedir la ayuda que necesitamos.

Junto a las disposiciones interiores del alma, y como lógica manifestación, están las del cuerpo: además del ayuno, el modo de vestir, las posturas, etc., que son signos de respeto y reverencia (cf. Catecismo, n. 1387).

La legislación prescribe que “quien va a recibir la Santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos durante una hora antes de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de las medicinas’’ (CIC, c. 919 &1).

5.2 LA PRESENCIA REAL DE JESUCRISTO EN LA EUCARISTÍA
5.2.1 El hecho de la Presencia real

Por la fuerza de las palabras de la consagración, Cristo se hace presente tal y como existe en la realidad, bajo las especies de pan y vino y, en consecuencia, ya que está vivo y glorioso en el cielo al modo natural, en la Eucaristía está presente todo entero, de modo sacramental. Por eso se dice, por concomitancia, que con el Cuerpo de Jesucristo está también su Sangre, su Alma y su Divinidad; y, del mismo modo, donde está su Sangre, está también su Cuerpo, su Alma y su Divinidad.

La fe en la Presencia real, verdadera y sustancial de Cristo en la Eucaristía nos asegura, por tanto, que allí está el mismo Jesús que nació de la Virgen Santísima, que vivió ocultamente en Nazaret durante 30 años, que predicó y se preocupó de todos los hombres durante su vida pública, que murió en la Cruz y, después de haber resucitado y ascendido a los cielos, está ahora sentado a la diestra del Padre.

Está en todas las formas consagradas, y en cada partícula de ellas, de modo que, al terminar la Santa Misa, Jesús sigue presente en las formas que se reservan en el Sagrario, mientras no se corrompe la especie de pan, que es el signo sensible que contiene el Cuerpo de Cristo.

La Presencia real de Cristo en la Eucaristía es uno de los principales dogmas de nuestra fe católica.

Al ser una verdad de fe que rebasa completamente el orden natural, la razón humana no la alcanza a demostrar por sí misma. Puede, sin embargo, lograr una mayor comprensión a través del estudio y la reflexión. Para ello procederemos exponiendo primero los errores que se han suscitado sobre este tema a lo largo de los siglos.

EL TESTIMONIO DE LA SAGRADA ESCRITURA

a) La promesa de la Eucaristía

La verdad de la Presencia real y sustancial de Jesús en la Eucaristía, fue revelada por Él mismo durante el discurso que pronunció en Cafarnaúm al día siguiente de haber hecho el milagro de la multiplicación de los panes:

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, pues el pan que yo le daré es mi carne, para la vida del mundo. Entonces comenzaron los judíos a discutir entre ellos y a decir: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ Jesús les dijo: En verdad, en verdad les digo, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdaderamente comida y mi sangre verdaderamente es bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él’’ (Juan 6, 51-56).

b) La institución

Esa promesa de Cafarnaúm tuvo cabal cumplimiento en la cena pascual prescrita por la ley hebrea, que el Señor celebró con sus Apóstoles, la noche del Jueves Santo. Tenemos cuatro relatos de este acontecimiento:

Mateo 22, 19-20

“Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y, dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad y comed, esto es mi Cuerpo. Y tomando un cáliz y dando gracias se lo dio, diciendo: Bebed de él todos, que esta es mi Sangre del Nuevo Testamento que será derramada por muchos para remisión de los pecados”

Lucas 22, 19-20

“Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Y el cáliz, después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en mi Sangre, que es derramada por vosotros”

Marcos 14, 22-24

“Mientras comían, tomó pan y, bendiciéndolo lo partió, se lo dio y dijo: Tomad, esto es mi Cuerpo. Tomando el cáliz, después de dar gracias, se lo entregó, y bebieron de él todos. Y les dijo: Esta es mi Sangre de la alianza, derramada por muchos”

I Corintios 11, 23-25

“Porque yo recibí del Señor lo que les he trasmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo, que se da por vosotros, haced esto en memoria mía. Y asimismo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi Sangre; cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria mía…. Así pues, quien come el pan y bebe el cáliz indignamente, será reo del Cuerpo y la Sangre del Señor”.

Es imposible hablar de manera más realista e indubitable: no hay dogma más manifiesto y claramente expresado en la Sagrada Escritura. Lo que Cristo prometió en Cafarnaúm, lo realizó en Jerusalén en la Última Cena.

Las palabras de Jesucristo fueron tan claras, tan categórico el mandato que dio a sus discípulos –“haced esto en memoria mía” (Lucas 22, 19)-, que los primeros cristianos comenzaron a reunirse para celebrar juntos la ‘fracción del pan’, después de la Ascensión del Señor a los cielos:

“Todos -narran los Hechos de los Apóstoles- perseveraban en la doctrina de los Apóstoles y en la comunicación de la fracción del pan, y en la oración” (Hechos 2, 42).

San Pablo mismo testimonia la fe firme en la Presencia real de la primitiva cristiandad de Corinto: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la Sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es comunión del Cuerpo de Cristo? (…) Porque cuantas veces coman este pan y beban el cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que Él venga. De modo que quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (I Cor. 10, 16; 11, 26-27).

5.2.2 Modo de verificarse la Presencia real

Habiendo dejado expuesta la verdad de la Presencia real de Cristo en la Eucaristía, hablaremos ahora del modo de realizarse. Es importante recordar, sin embargo, que las verdades de fe se creen no por su evidencia racional, sino porque nos han sido reveladas por Dios, que nunca nos engaña. Por ello, y siendo la Eucaristía una insondable verdad de fe, no se trata de ‘probar’ la Presencia real de Cristo -es un misterio inalcanzable a la razón-, sino de dar una congruente explicación filosófica de lo que ahí sucede.

A. La transubstanciación

El Magisterio de la Iglesia nos enseña que “en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía. . . se produce una singular y maravillosa conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo, y de toda la substancia del vino en la Sangre; conversión que la Iglesia católica llama aptísimamente transubstanciación” (Concilio de Trento, DS 1642; cf. Catecismo, n. 1376).

En efecto, el término transubstanciación (trans-substare) expresa perfectamente lo que ocurre, pues al repetir el sacerdote las palabras de Jesucristo, se da el cambio de una substancia en otra (en este caso, de la substancia ‘pan’ en la substancia ‘Cuerpo de Cristo’, y de la substancia ‘vino’ en la substancia ‘Sangre de Cristo’), quedando solamente las apariencias, que suelen denominarse -como veremos más adelante- con la expresión ‘‘accidentes’’.

Esas especies consagradas de pan y de vino permanecen de un modo admirable sin su substancia propia, por virtud de la omnipotencia divina.

La transubstanciación se verifica en el momento mismo en que el sacerdote pronuncia sobre la materia las palabras de la forma (‘esto es mi Cuerpo’; ‘éste es el cáliz de mi Sangre’), de manera que, habiéndolas pronunciado, no existen ya ni la substancia del pan ni la substancia del vino: sólo existen sus accidentes o apariencias exteriores.

B. Permanencia de la Presencia real

“La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsisten las especies eucarísticas” (Catecismo, n. 1377).

La permanencia de la Presencia real es una verdad de fe, definida contra la herejía protestante que afirmaba la presencia de Cristo en la Eucaristía sólo in uso, es decir, mientras el fiel comulga (Concilio de Trento, cf. DS 1644).

Según la doctrina católica, la Presencia real dura mientras no se corrompen las especies que constituyen el signo sacramental instituido por Cristo. El argumento es claro: como el Cuerpo y la Sangre de Cristo suceden a la substancia del pan y del vino, si se produce en los accidentes tal mutación que a causa de ella hubieran variado las substancias del pan y del vino contenidas bajo esos accidentes, igualmente dejarían de estar presentes la substancia del Cuerpo y de la Sangre del Señor.

Por eso, cuando el sujeto recibe el sacramento, permanecen en su interior la substancia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, hasta que los efectos naturales propios de la digestión corrompen los accidentes del pan y del vino (alrededor de 10 ó 15 minutos); es entonces cuando deja de darse la Presencia real de Cristo.

En vista de esa permanencia, a la Santísima Eucaristía se le debe el culto de verdadera adoración (o culto de latría), que se rinde a Dios (Catecismo, n. 1378-9).

5.3 LA EUCARISTÍA COMO SACRIFICIO

Habiendo concluido la explicación de la Eucaristía como sacramento, la estudiaremos ahora bajo su otra consideración: la Eucaristía como sacrificio, es decir, la Santa Misa.

Aunque el sacramento y el sacrificio de la Eucaristía se realizan por medio de la misma consagración, existe entre ellos una distinción conceptual. La Eucaristía es sacramento en cuanto Cristo se nos da en Ella como manjar del alma, y es sacrificio en cuanto que en Ella Cristo se ofrece a Dios como oblación (cf. S. Th. III, q. 75, a. 5).

El sacramento tiene por fin primario la santificación del hombre; el sacrificio tiene por fin primario la glorificación de Dios.

También santo Tomás señala que el sacramento de la Eucaristía se realiza en la consagración, en la que se ofrece el sacrificio a Dios (cf. S. Th. III, q. 82, a. 10, ad.1). Con estas palabras indica que el sacrificio y el sacramento son una misma realidad, aunque podemos considerarlos por separado en cuanto que la razón de sacrificio está en que lo realizado tiene a Dios como destinatario, mientras que la razón de sacramento contempla al hombre, a quien se da Cristo como alimento.

La Eucaristía como sacramento es una realidad permanente (res permanens), como sacrificio es una realidad transitoria (actio transiens). Se entiende como sacramento la Hostia ya consagrada -en la comunión, en la reserva del sagrario, en la exposición del Santísimo, etc.-; se entiende como sacrificio en la Santa Misa, esto es, cuando se lleva a cabo la consagración.

ESQUEMA:

IN FIERI (‘hacerse’)- dinámica — actio transiens — Misa (doble consagración)
IN FACTO ESSE (‘hecho’)- estática — res permanens – Sagrario, Comunión

5.3.1 La esencia del Sacrificio de la Misa

La estructura de la Misa “comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
-la reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
-la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión” (Catecismo, n. 1346)

La esencia de la Santa Misa como sacrificio consiste en la consagración de las dos especies, que se ofrecen a Dios como oblación (cf. S. Th. III, q. 82, a. 10). Con la doble consagración se manifiesta la cruenta separación del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en la Cruz.

“La divina Sabiduría ha hallado un modo admirable para hacer manifiesto el Sacrificio de nuestro Redentor, con señales inequívocas que son símbolo de muerte, ya que gracias a la transubstanciación del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre de Cristo, las especies eucarísticas simbolizan la cruenta separación del Cuerpo y de la Sangre” (Pío XII, Enc. Mediator Dei).

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Un comentario

  1. Muy bueno, pude aclarar muchas dudas sobre la comunion y los sacramentos, cuando se busca la santificacion humana.

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