Reunidos alrededor de una mesa familiar para hacer la oración de fin de año, el abuelo tomó la palabra y todos hicimos silencio, nos pidió llevarnos la mano al pecho y sentir cada latido del corazón, luego nos llevó a preguntarnos ¿quién nos regala esos latidos? En ese instante fuimos conscientes del milagro y la fragilidad de la vida.
Al finalizar el año y estar a punto de iniciar uno nuevo es fácil que nos envuelva al ambiente de fiesta, la comida, la bebida y la convivencia con amigos y familia, y en ocasiones ese ambiente no se presta para hacer una pausa para la reflexión personal sobre el año que termina y el que llega, hay que rescatar la memoria del Dios que acompaña cada latido del corazón.
El Papa Francisco nos recuerda: “Si falta la memoria de Dios, todo queda rebajado, todo queda en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden la consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener. Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro (…) Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no a imagen y semejanza de las cosas, de los ídolos.”
Recordar los beneficios recibidos, los esfuerzos, los encuentros y enriquecimientos, así como las lecciones, experiencias, sin sabores y errores cometidos es distinto si lo hacemos con la memoria de la presencia de Dios en nuestras vidas, de esa memoria viene el agradecimiento, primero por la vida, y luego por los incontables dones y oportunidades recibidas durante el año.
La memoria de Dios en nuestras vidas nos lleva a alabarlo, a darle gracias y a dar testimonio de su amor y misericordia, de llenarnos de su alegría y de esa manera poder llevarlo a otros. Nuestra memoria se convierte entonces fácilmente en nuestra oración, y también en nuestra seguridad y paz en el camino que tenemos por delante.
El primer día del año caminado entre una arboleda me impactó avistar decenas de pájaros negros con el pecho amarillo tendidos, muertos, para ellos no hubo inicio de año nuevo, el frío, el aire, no sé qué les ocasionó la muerte, y sólo a las aves de ese tipo, las demás revoloteaban alegres como todos los días entre los árboles a pesar del fresco matinal. Nuevamente la fragilidad de la vida inscrita en el tiempo.
Los latidos del corazón son algo tan insignificante, tan delicado y al mismo tiempo son la diferencia entre estar vivo o estar muerto, son una metáfora de las pequeñas cosas que a veces damos por descontadas y no agradecemos, cada gesto, cada servicio y atención, cada encuentro con los demás que no apreciamos porque son más importantes nuestras cosas, perdemos nuestro rostro divino y nos desfiguramos.
Consideremos como propósito de año nuevo la invitación del Papa: “Pidamos al Señor que todos seamos hombres y mujeres que custodian y alimentan la memoria de Dios en la propia vida y la saben despertar en el corazón de los demás. Amén.”
Oscar Fidencio Ibáñez Hernández
@OFIbanez
Casado, padre de 3 hijos, profesor e investigador universitario, y bloguero. Ingeniero Civil, Maestro en Ingeniería Ambiental y Doctor en política y políticas ambientales.
Mexicano, católico, autor entre otros textos de «El Espíritu Santo en tiempos de Twitter: Documentos del Concilio Vaticano II para tuiteros. Celebrando el #AñoDeLaFe»
Admirador de la Creación en todas sus dimensiones. Nací en La Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte (Hoy, Ciudad Juárez, Chihuahua).
Os dejo enlace a mi blog que versa sobre la actualidad en bibliografía teológica de última hora. Os puede servir de gran ayuda:
http://teologiaenactualidad.blogspot.com.es/
Hermosa reflexión Oscar! gracias por recordarnoslo! un abrazo