BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 10 de septiembre de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
La tradición ha denominado a San Pablo como “el Apóstol” por excelencia. También él en sus cartas se dio a sí mismo este título. Ahora bien, Pablo distinguió entre los apóstoles que le precedieron y su propio caso. Su concepto de apostolado, por tanto, no quedó restringido al grupo de los Doce Apóstoles. ¿Qué es lo que, según san Pablo, permitió a otros y a él llamarse apóstoles? Ante todo, haber visto al Señor. Se debió dar un encuentro determinante con Jesucristo, lo cual quiere decir que el apostolado es un don, no una presunción. En segundo lugar, el apóstol es un enviado, el portador de un mensaje. Por este motivo, san Pablo se define como “apóstol de Jesucristo”. El tercer requisito es anunciar el Evangelio, con la consiguiente fundación de Iglesias. El apostolado no es un privilegio, sino un encargo que compromete la entera existencia del que lo desempeña. Hay una especie de identificación entre el Evangelio y el evangelizador. Ambos corren la misma suerte. Es la fuerza de los hechos lo que revela la identidad del apóstol. Esto se verificó magníficamente en San Pablo, que dedicó a su misión apostólica toda su energía, cumpliendo su ministerio con fidelidad y alegría. Buscó en todo momento, como afirma en su primera carta a los Corintios, hacerse “todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (9,22). Que este formidable ejemplo nos sirva siempre de provecho y estímulo.
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Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular, a los “Pueri cantores” de la Escolanía de la Catedral de Burgos, a los Amigos del Hogar de Minusválidos, de La Guardia, a los fieles de la Parroquia de Santa María de Mataró y a los miembros del Colegio San Francisco de Asís, de Santiago de Chile. Que Dios os bendiga.