Una conciencia bien formada es la última trinchera, la definitiva, que hemos de defender en la batalla de la libertad. Una conciencia que, en el caso de los cristianos, está configurada por la mente y sentimientos de Cristo.
En la película Origen (Inception, 2010) su director, Christopher Nolan, nos propone una trama sugerente en la que los protagonistas se introducen en los sueños de las personas para modificar su conducta e inducirles a actuar de determinada forma. La tesis es muy interesante y nos plantea de lleno el problema de la libertad. ¿Hasta qué punto somos libres en nuestras decisiones? ¿Cuánto hay de inducción en lo que hacemos? ¿Hasta dónde trabaja el subconsciente y hasta donde nuestra consciencia a la hora de actuar?
Está comprobado el poder de la publicidad subliminal y su influencia en el campo de las ventas. De hecho, en diversos países hay una legislación que la prohíbe en defensa de los derechos de la infancia. Y todos somos conscientes de la gran cantidad de decisiones que tomamos de manera impulsiva, no reflexionada, en nuestro día a día. Nada de eso nos sorprende.
Pero este fenómeno ha dado un salto cualitativo con la llegada de Internet y del Big Data, en el que las empresas pueden rastrear nuestras interacciones con la red y conseguir muchos de nuestros datos, incluidos algunos de los que no somos conscientes. Entre otras razones porque, aunque nosotros seamos cuidadosos y no aportemos datos personales, todas las personas con las que interactuamos sí aportan información sobre nosotros, lo queramos o no. Es fácil reconocerlo en la publicidad tan personalizada que nos llega en cuanto abrimos una web o en las noticias que se suponen de interés seleccionadas personalmente para nosotros por los algoritmos de Google.
La ficción de la película Origen se queda corta comparada con la realidad de hasta qué punto podemos ser manipulables. El problema no es solo que tengan todos nuestros datos y, por ello, puedan saber perfectamente cómo pensamos o incluso a qué partido político vamos a votar en las próximas elecciones antes de que nosotros lo hayamos decidido. Lo saben. Pero igual que ocurre en las compras en las que ese conocimiento lo aplican para inducirnos a adquirir determinados productos, en el resto de los ámbitos de la vida, también pueden influirnos para que pensemos y actuemos en la dirección que otras personas deseen.
Por eso la última trinchera de nuestra libertad está en la conciencia.
Esto es radicalmente importante para nosotros como cristianos.
Un cristiano está configurado por Cristo. Como diría san Pablo tiene los mismos pensamientos y sentimientos que Cristo. Ve el mundo y actúa desde los valores del Evangelio, que no son algo abstracto, sino que se encarnan en Jesús de Nazaret. Y, como ha ocurrido siempre, esta forma de entender la vida es radicalmente distinta a la que el mundo plantea. Muchos de nuestros hermanos dieron su vida, y muchos la siguen dando, por no traicionar esos principios. Son los mártires que supieron que había que obedecer a Dios antes que a los hombres, por poderosos que estos fueran.
Pero ¿qué ocurriría si quien quisiera hacerte pensar de determinada forma pudiese meterse en tu mente y hacerte pensar que sus pensamientos son los tuyos? ¿Cómo distinguir los sueños de la realidad? ¿Cómo distinguir tus deseos de los que te inserten desde tu móvil?
Porque el móvil ha dejado de ser un simple aparato que nos permite comunicarnos con otras personas y es mucho más que un dispositivo con diversas aplicaciones útiles para nuestra vida. Literalmente se ha convertido en nuestra memoria ─¿quién necesita aprender datos si están todos en la red?─, en el están nuestras relaciones, ─allí es donde se vive y nos interconectamos unos con otros─ y hasta nuestra inteligencia se ha externalizado ¿para que esforzarnos si puede hacer nuestros trabajos ChatGPT?─.
Muchos sueñan con un chip insertado en nuestro cerebro que nos permita hacer todo eso sin necesidad de tener el dispositivo fuera, pero la realidad es que ya estamos funcionando con el móvil y todas sus aplicaciones como una parte externalizada de nuestro ser.
Por eso la batalla de la libertad se libra en nuestro interior. Hemos abierto la puerta por la que pueden entrar en nuestros pensamientos, en nuestros sueños, en nuestros deseos. Y, como en la película de Nolan, acabamos pensando que son realmente nuestros los que nos han metido en nuestra cabeza cuando teníamos la guardia bajada. Por eso una conciencia bien formada es la última trinchera, la definitiva, que hemos de defender en la batalla de la libertad. Una conciencia que, en el caso de los cristianos, está configurada por la mente y sentimientos de Cristo.
Debemos ser conscientes del reto que tenemos como educadores y pertrechar, especialmente a nuestros jóvenes, con una conciencia recta, una vida espiritual profunda y unas virtudes que configuren todo su ser. Solo entonces podrán navegar en los procelosos mares que ofrece Internet sin naufragar.
Por Javier Segura
www.almudi.org