Al enseñarnos valores, se nos habla del amor (caridad en su auténtico significado) y muchos otros que consideramos como las mayores virtudes. En la enseñanza cristiana, se presentan la fe, esperanza y caridad como teologales. Pero hay un valor humano al que distingo preferentemente, porque pienso que nos lleva a todas las virtudes: la lealtad.
Tengo fe porque confío en que lo que se me dice es cierto, tengo esperanza por la misma razón y tengo amor porque confío en que ambos, yo mismo y el ser-objeto de dicho amor somos ambos leales. Soy generoso con mi tiempo, con mis afectos, mis conocimientos y con mis cosas porque soy leal al valor supremo de la caridad.
Ser leal, es ser congruente entre lo que se tiene como valor humano y lo que se hace en la vida diaria. Ser leal es mantener en absoluta consonancia lo que se dice, se ofrece, se promete o se jura, y lo que se hace en la práctica. Ser leal es no solamente la antítesis de la traición sino de la falla de conducta por debilidad de carácter.
Quien es leal respeta sus compromisos para con su Dios, su gente y consigo mismo. Si digo amar, la lealtad me obliga con el ser amado a mantener ese amor en hechos cotidianos («obras son amores, no buenas razones»), pero me obliga también ante mí, para ser leal conmigo mismo.
La lealtad es el cumplimiento de la «simple» palabra dada, ya no digamos la comprometida por escrito en promesas y convenios de cualquier tipo. Un ser leal, sella compromisos con un abrazo o apretón de manos, que valen más que cualquier documento, porque sobre todo es leal a su palabra.
Incumplir compromisos adquiridos voluntariamente solo se justifica por la impotencia de hacerlo: nadie está obligado a lo imposible, es principio de derecho.
Como en toda escala de valores, la lealtad es primero con los principios morales y legales y luego con las personas. Hay quienes confunden la lealtad con la sumisión y la connivencia, y así, por «fidelidad» o «lealtad» a un jefe o un amigo, actúan en contra de la ley o la moral. Esto no debe ser; quien pide lealtad a costa de principios no la merece, pues contradice la propia escala de valores.
Quien es leal, cumple sus compromisos con todos en la vida real; no es asunto de discurso «bonito» o de frases petulantes. En los hechos vitales, o se es leal o no se es, no hay términos medios; por eso Cristo nos dice a sus seguidores: «el que no está conmigo está contra mí». Moralmente hablando no existe la neutralidad, todo acto volitivo sobre los deberes adquiridos (como el amor) o asumidos (como la ciudadanía) o está bien o está mal hecho.
La lealtad es el valor, la virtud que más admiro, y la deslealtad es la falla humana que más tristeza me provoca. Si una enfermedad no se cura, si un acto fortuito esperado no se cumple, si una simple comida no tiene el sabor esperado, causan desilusión, desencanto, hasta allí.
Pero la deslealtad, cuando alguien en quien confiamos nos hace trampa, nos engaña, nos traiciona, saca provecho de nosotros, entonces la frustración, el enojo que puede llegar a la rabia que esa deslealtad nos causa es la mayor desilusión humana: «confié en ti y me fallaste».
Cuando damos lealtad y la esperamos en reciprocidad, basamos todo en la confianza, que como dice un viejo principio, tan difícil es de ganar, tan fácil de perder y tanto más difícil de recuperar. No ganemos la desconfianza de nuestro próximo, de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestros compañeros, de nuestros asociados en la empresa o labor que sea, seamos leales.
Hay que ser leales (cumplidos) en todo, para conservar la confianza y el respeto (y hasta admiración, si se quiere) de los demás. Debemos llevar la lealtad a los detalles pequeños, ya que quien es leal en lo poco lo será en lo mucho; si nos permitimos pequeñas debilidades de fallarle a los amigos, poco a poco nos iremos «justificando», con la excusa que sea, fallas e infidelidades más grandes, con las mayores traiciones a la vuelta de la esquina.
Lealtad en los compromisos, es la base para no caer en la debilidad de pasar de la pequeña traición a la grande. Si me permito pequeñas fallas de lealtad y soy consciente de ello, y de cómo voy traicionando la confianza ajena de menos a más, termino por devaluarme y desconfiar de mí mismo.
Por eso debo aprender de mis debilidades y evitarlas, mantener y enriquecer la confianza, más que en otros, en mí mismo, como persona confiable, leal a mis compromisos, respetable ante mí mismo y ante los demás.
Por Salvador Ignacio Reding Vidaña
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