Contento sin condiciones

El espíritu que transmiten las Bienaventuranzas es que se puede ser feliz en la adversidad

Recuerdo una visita a un señor hospitalizado; estaba muy mal. Le dije: Fulanito, ¿cómo estás? Y, con mucha paz y una sonrisa, me respondió: muy bien, muriéndome, pero muy bien. Añadió que estaba acompañado por la familia, muy bien atendido y cerca de Dios: ¡Muy bien!

Algo parecido le sucede a un compañero sacerdote que está luchando contra un cáncer tremendo. Afirma que estos años son los mejores de su vida. Sonríe siempre, no se queja, lo agradece todo. Ya se ve que hay personas que son felices contra viento y marea. Su alegría no depende de las circunstancias, de que todo les vaya bien, de que gane su equipo. La alegría y la paz la llevan dentro. Son una opción en su vida. Han decidido sonreír a la vida, pase lo que pase.

En la novela de C. Dickens Martin Chuzzlewit destaca un personaje, el criado, Mark Tapley. Este, que ha decido dedicar su vida a servir a los demás, considera que no ha encontrado suficientes obstáculos para que su alegría tenga mérito. Así, a lo largo de un penoso viaje en barco, se dedica a consolar, alentar y ayudar a todo el mundo. Llega un momento, alcanzado el destino, en que todo se pone en contra, incluso está a punto de morir. Es la ocasión ideal para que pueda alcanzar méritos con su alegría. Se dice a sí mismo: “escucha solo lo que voy a decirte: las cosas se presentan todo lo malas que pudieran presentarse, joven amigo. Mientras vivas, no volverás a tener otra oportunidad para demostrar tu alegre disposición. Por tanto, Tapley, ha llegado tu hora de hacerte fuerte, ¡y ahora o nunca!”

Hoy leemos el programa que Jesús nos presenta para ser felices. “Bienaventurados cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos en aquel día y regocijaos”.

Si tú y yo hubiéramos estado allí, qué hubiéramos pensado: esto es de locos, no tiene sentido ¡me voy a casa! Explica el Papa Francisco: “las bienaventuranzas son el retrato de Jesús, su forma de vida; y son el camino de la verdadera felicidad, que también nosotros podemos recorrer con la gracia que nos da Jesús”. Es el mundo al revés, pero los que viven así son felices. Doy testimonio de que es cierto, lo he visto y tocado. En cambio, cuánto fracasado, cuánta gente que, teniendo todas las facilidades materiales, miles de seguidores de Instagram, tienen que recurrir al alcohol, a los estupefacientes, a una vida loca para alcanzar una alegría momentánea, de plástico.

El espíritu que transmiten las Bienaventuranzas es que se puede ser feliz en la adversidad. Es más, que sin la lucha, el esfuerzo y las derrotas superadas no hay alegría. “Nulla dies sine cruce!, ningún día sin Cruz: ninguna jornada, en la que no carguemos con la cruz del Señor, en la que no aceptemos su yugo. …In laetitia, nulla dies sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz (Es Cristo que pasa, 176). También afirmaba san Josemaría que del árbol de la Cruz brota la alegría. Lo valioso cuesta siempre, así es la vida.

La alegría de la que hablamos es la profunda, la que llena y hace amable la vida. Es incondicional, no depende de las circunstancias. Está edificada sobre roca y cuando vienen las tempestades aguanta. Es como esos edificios milenarios bien cimentados, de piedra sólida. Han sufrido lluvias, vientos, saqueos, incluso terremotos. Pero ahí están, un poco magullados, pero firmes.

Creo que ayudan a mantener la calma y la paz el sentido común y el sobrenatural. El primero te dice que tras la tempestad viene la calma, que la noche más cerrada tiene las horas contadas. Que las cosas cuestan. Confiar en el todo gratis es de ingenuos, es propaganda barata que desgraciadamente engancha a muchos apartándoles de la realidad. Luego, la caída es peor. En muchas ocasiones hemos hablado de la educación en el esfuerzo, necesaria para que las nuevas generaciones sean felices. Se escuchan comentarios de expertos que afirman que los jóvenes de hoy están menos preparados que sus padres: vamos para atrás.

Y, la fe en Dios nos dice quiénes somos, nos enseña nuestra valía y que siempre estamos en sus manos. Manos tan grandes, en expresión del Cardenal Ratzinger, que siempre nos sostienen: cuando caemos, lo hacemos en ellas. Esta convicción, esta certeza es nuestra seguridad. Por eso, vivir teniendo presente a Dios, buscando su cercanía, siguiendo el estilo de vida que nos marca es fuente de alegría.

La decisión de no ser el centro, de no buscarse a uno mismo, sino de ser útil, de servir a los demás nos puede ayudar mucho. Seguir la lógica de Dios, la de la entrega, la de dar, la de amar es garantía de bienaventuranza.

Por Juan Luis Selma
www.almudi.org

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