Feliz año Nuevo. Pero, ¿sé ser feliz?

Darnos cuenta de que, poco a poco, vamos siendo capaces de hacer felices a los que queremos; ver que nos vamos superando en la capacidad de amar es genial

Hace unos días escuché a mi amigo Fernando Alberca, gran pedagogo, una bonita definición de la felicidad. Más o menos venía a decir que uno es feliz cuando percibe que es querido más de lo que se merece y cuando descubre que puede amar más de lo que pensaba. Siempre es el amor lo que nos marca, lo que realmente importa en la vida. Descubrir que uno es querido más de lo piensa que se merece es mucho más importante que el dinero, el éxito, la salud. Darnos cuenta de que, poco a poco, vamos siendo capaces de hacer felices a los que queremos; ver que nos vamos superando en la capacidad de amar es genial.

Hoy terminamos un año. Las empresas hacen balance. ¿El 2023 ha sido un buen año para mí? ¿Cómo lo puedo saber, medir, contrastar? Pienso que es una pregunta que debe ser respondida con seriedad, con profundidad. No podemos ir gastando la vida a lo loco o sin sentido. No basta correr, moverse mucho, atiborrarnos de sensaciones y de emociones, sin preguntarnos si eso nos llena, si es realmente lo que deseamos.

Como dijo el filósofo Aristóteles: “La felicidad es el significado y el propósito de la vida, el fin de la existencia humana”. No podemos renunciar a ella; sería un sinsentido. Tampoco podemos engañarnos; si no la gustamos, si no la deseamos o intuimos que la podemos alcanzar, dejaremos de ser humanos; nos corromperemos, viviremos como animalitos consentidos. Máquinas sin alma, robots seremos.

Los estándares de felicidad publicitados son falsos, equívocos. No es verdad que una colonia cara y sensual, un vestido provocativo, un cochazo o un crucero, un cuerpo cien, una aventura o un pelotazo, aunque toque “el gordo”, me garanticen la felicidad. Pueden dar un poco “de alegría Macarena”, pero pasan enseguida y, muchas veces, dejando un fuerte regusto amargo.

La dicha, la satisfacción, la alegría, lo que nos hace felices no se consigue con cosas, no se adquiere en las grandes superficies ni en Amazon. No es un logro propio, algo merecido, una conquista, sino un regalo, un don. Tiene algo de mágico como el amor. No es programable. Es gratuito. De pronto te sientes desbordado por algo inmerecido, fantástico, misterioso. Nos faltan adjetivos para describirlo. Es algo divino.

Estamos en Navidad, en la fiesta de la luz, de la alegría. Por la calle se ven rostros felices. Ayer, yendo a confesar a la parroquia, atravesé las calles céntricas de la ciudad; había colorido, ilusión, bullicio. Muchas familias con niños chicos; los mayores felices, viendo cómo se divertían los pequeños. El alma de esa alegría es el don, el regalo, la gratuidad que supera con creces el egoísmo. Navidad es un regalo: Dios nos da a su Hijo, Jesús se pone en nuestras manos, María nos ofrece a su Hijo y José se da a los planes de Dios. Los pastores llevan sencillos presentes y los Reyes oro, incienso y mirra.

¿En el balance del 2023 he sabido ver los muchos regalos que he recibido? ¿Estoy agradecido? No podemos escudarnos en la triste actitud del quejoso, del reivindicativo, del que no se siente querido. Dios no ha dejado de amarte, de regalarte. Igual, por tu ceguera y egoísmo, no te has dado cuenta. Pero es imposible que deje de quererte.

“El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz». Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré”. Es la promesa divina que leemos en la misa del primer día del año.

“Si conocieras el don de Dios” le dijo Jesús a la Samaritana. “El Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres. Es un Padre que ama ardientemente a sus hijos, un Dios Creador que se desborda en cariño por sus criaturas. Y concede al hombre el gran privilegio de poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio” comenta san Josemaría.

Ser feliz no significa que todo salga como me gusta, tampoco que esté siempre radiante. Bastan algunos destellos de amor, una lucecita que rompa la oscuridad, una dedada de miel, una mirada de cariño. Y eso lo tenemos.

También siempre podremos dar más de lo que pensamos. Basta un poco de esfuerzo, un olvidarnos de nosotros, un poco de esperanza. Con el amor de Dios que recibimos, con su gracia, con los dones naturales que nos ha dado, podemos mucho más. Nos sorprenderemos de lo mucho que podemos hacer a base de lo poco. Tenemos todo un año por delante para dar, para darnos a los que queremos, para hacerles felices. Contamos con la bendición de Dios.

Por Juan Luis Selma
www.almudi.org

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