El sí de Dios

SanJose.encuentra.com.intSentada en una capilla improvisada para San José, padre de Jesús y esposo de la Santísima Virgen María en la Catedral de San Patricio en Nueva York, mi cabeza no podía dejar de dar vueltas.

Cada vez que llego a Nueva York me gusta visitar la catedral, sobre todo la capilla de adoración perpetua. Esta vez, ha sido diferente, pues no pensaba hacer una visita a la catedral ya que iba en un viaje relámpago de trabajo.

Había salido de la librería Barnes & Noble de la Quinta Avenida.  Había comprado  un libro de una de las mejores editoras de revistas en español y escritora de una novela con la cual me reuniría ese mismo día.

Caminando de regreso a mi hotel, me equivoqué al doblar en una calle cuando de repente ahí estaba. La imponente catedral. La miré y sentí que todos los santos de la historia que ahí habitan me llamaron. “Ven”.

Yo iba muy apresurada. Alguien ya me estaba esperando en mi hotel. Entonces una voz que seguramente era la de mi ángel de la guarda me dijo:

“¿Qué te van a quitar diez minutos haciendo una visita al Señor?”

No lo dudé y entré en la iglesia.

La Catedral impacta. Ahí, en medio de la gran manzana, con un tráfico enloquecedor y un ritmo de caminar que te hace sentir como si estás corriendo en una maratón,  está Dios vivo. Dios en medio de una humanidad agitada por el mundo y que poco lo ve.

Ahí, el ruido se esfuma y solo sientes que estás en la ciudad de Dios.

Con urgencia mi corazón me recordó la capilla de adoración y con paso seguro y directo me dirigí a ella.  Se me vino el corazón al suelo cuando vi que estaba cerrada por motivos de renovación.  Al dar la vuelta, vi algo que no había notado antes. Eran cuatro sillas un poco desordenadas frente al Santísimo Sacramento. Sobre él, estaba una estatua de San José. Sentí una dulce voz interior que me dijo: “Llegaste. Siéntate”. Me senté.  Lo miré. ¿Él me miraba?

Mi cabeza seguía pensando, dando vueltas en mil cosas. Cosas mundanas. Cosas que muchas veces, no pueden tener cabida en Dios.  Jugaba con mi teléfono. De repente, me incorporé en la silla. Miré al Señor. Miré a San José y recuerdo haber pensado:

“Estoy aquí y sigo allá afuera. Pero me has llamado tú. Hoy, no pensaba en ti. Vine a lo mío. No quiero pedirte nada. Ya te he pedido tanto. Ya has respondido. No sé qué hago aquí y si algo quiero pedirte hoy, es que se haga tu voluntad Dios mío y no la mía”.

Releo mi texto y comprendo que tengo años de querer hacer la voluntad de Dios. Comprendo que esto quiere decir que deseo seguir a Cristo e imitar su conducta, su forma de vivir en el mundo.

Seguí sentada en silencio después de decir aquella frase cuando mi teléfono sonó para avisarme que debía irme.

A las 4:30 de la tarde yo y mi agente literario estábamos sentadas esperando a la editora de una de las más prestigiosas editoriales en Estados Unidos. Yo iba tranquila. Más bien, mi Voluntad ya no era mía sino la de Dios.

No recuerdo cuánto tiempo estuvimos sentadas con esta editora. Me hacía preguntas y yo respondía con serenidad. Sentía que alguien estaba a mi lado. Conmigo. Ella es una mujer talentosísima a quien le gusta trabajar con celebridades. Mi agente literario me lo advirtió. Al hacerlo mi abandono fue aún mayor pues me dije:

“Yo no soy una celebridad, ¿que le va a interesar mi propuesta?”

Recuerdo que después de decirle mi edad y expresarle porqué yo seguía adelante contra todo pronóstico, sin saber en realidad que estaba abogando por mi proyecto exclamó:

“Lo quiero publicar, lo voy a publicar”.

Creo que ha sido uno de los momentos más asombrosos de mi vida. Dios me dijo que sí en Nueva York. Dios me envío escoltada por San José. Esa certeza no me la quita nadie porque para mí él es mi Padre y Señor, como lo era para Santa Teresa de Jesús.

En esa oficina del piso 65 de la Gran Manzana Dios lo hizo todo. Gané mi primer contrato como escritora. Mi libro verá La Luz en el otoño del año 2018.

Comprendí el valor de la confianza, del abandono en Dios, de la cercanía del buen san José. Salí feliz, impresionada, con el salmo 27 en los labios: «Confía en el Señor, ¡ánimo, arriba! espera en el Señor.»

FIRMASHEILA

Sheila Morataya
Austin, TX
sheilamorataya.co

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