« (…), sería importante redescubrir el silencio como momento ideal para percibir la musicalidad del lenguaje con el que nos habla el Señor. Un lenguaje muy semejante al de un padre o una madre: tranquilizador, lleno de amor y ternura.
El Papa Francisco comentó que había reflexionado «no tanto en lo que el Señor dice» sino en «cómo lo dice», es decir, explicó con una semejanza, «no tanto en la letra cuanto en la música».
«¿Cómo nos habla el Señor? Quizá pueda parecer extraño oír a un Dios grande decir: «Yo soy el Señor, tu Dios, y te tengo asido por la diestra, como el papá a su hijo. Y te digo: ¡no temas! Yo acudo en tu ayuda». Es precisamente como el padre que corre hacia su hijo cuando, de noche, tiene una pesadilla, y le dice: «¡No temas! Yo estoy a tu lado».
«Jesús nos habla del mismo modo. «Se acerca» a nosotros.
«Cuando miramos a un papá o a una mamá que se acercan a su hijo, vemos que se hacen pequeños, hablan con voz de niño y hacen gestos de niños». Quienes los ven desde fuera, pueden pensar que son ridículos. Pero «el amor del papá y de la mamá tiene necesidad de acercarse», de «abajarse al mundo del niño». Y aunque el papá y la mamá hablaran normalmente, el hijo les comprendería; «pero ellos quieren imitar el modo de hablar del hijo. Se acercan. Se hacen niños. Y así hace el Señor».
El Papa Francisco recordó a «los teólogos griegos» que, «hablando de esto, decían una palabra muy difícil: “sincatábasis”, que es la “condescendencia” de Dios que acepta convertirse en uno de nosotros».
«El Señor habla de este modo. E, incluso, hace como los padres, que a sus hijos «dicen cosas algo ridículas —¡mi juguete!—, y cosas por el estilo». En efecto, «también el Señor dice: gusano de Jacob, tú eres como un gusano para mí, una cosa pequeñísima…, pero te quiero mucho». Este «es el lenguaje del Señor, un lenguaje de amor, de padre, de madre».
Ciertamente, debemos escuchar la palabra del Señor, lo que nos dice; pero también debemos escuchar «cómo lo dice». Y debemos hacer como Él, o sea, «hacer lo que dice, pero hacerlo como lo dice: con amor, con ternura, con “condescendencia” hacia los hermanos».
«Siempre me ha impresionado el encuentro del Señor con Elías, cuando el Señor habló con Elías». Estaba en el monte, y cuando lo vio pasar «el Señor no estaba en el granizo, en la lluvia, en la tormenta, en el viento… El Señor estaba en una brisa suave» (cf. 1 Re 19, 11-13).
«En el original se usa una palabra bellísima, que no se puede traducir con precisión: estaba en un hilo sonoro de silencio.
«Un hilo sonoro de silencio: así se acerca el Señor, con la sonoridad del silencio que es propia del amor». Y dice a cada hombre: «Tú eres pequeño, débil pecador, pero yo te digo que te he convertido en trillo (para trillar) nuevo, de dientes dobles. Triturarás los montes y los desmenuzarás, y los cerros convertirás en tamo. (pelusa o polvo muy fino), y el viento se los llevará, y una ráfaga los dispersará».
Así, él «se hace pequeño para hacerme fuerte. Va a la muerte, en señal de esa “condescendencia”, para que yo pueda vivir».
Francisco: (12-XII-2013)