Hagamos presente el derecho y la justicia

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: Isaías 49,1-6

Escuchadme, islas; prestad atención, pueblos lejanos: El Señor me ha llamado desde el vientre de mi madre, desde el seno ha pronunciado mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, con la sombra de su mano me guardó; hizo de mí una flecha aguzada, en su aljaba me escondió. Y me dijo: Tú eres mi siervo, Israel, en quien me glorificaré. Yo decía: En vano me he afanado, para nada he gastado mis fuerzas. Pero mi derecho está en las manos del Señor, mi recompensa en mi Dios.

Y ahora ha hablado el Señor, que desde el seno me formó para ser siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a él y reunir con él a Israel -pues glorioso era yo a los ojos del Señor y mi Dios era mi fortaleza-; y dice: Poca cosa es que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de nuevo a los supervivientes de Israel. Yo te he puesto como luz de las gentes, para que llegue mi salvación hasta los extremos de la tierra.

Evangelio: Juan 13,21-33

Al decir esto, se sintió profundamente conmovido y dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me entregará».

Los discípulos se miraban unos a otros, pues no sabían de quién hablaba. Uno de los discípulos, el preferido de Jesús, estaba junto a Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que le preguntara a quién se refería. Entonces él, recostándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?».

Y Jesús respondió: «Aquel a quien yo dé un trozo de pan mojado».

Mojó el pan y se lo dio a Judas, el de Simón Iscariote. Y tras el bocado entró en él Satanás. Jesús le dijo: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales supo por qué le dijo esto. Algunos pensaban que, como Judas tenía la bolsa, Jesús le decía que comprase todo lo que se necesitaba para la fiesta, o que diese algo a los pobres. Judas tomó el bocado y salió en seguida. Era de noche. Tan pronto como Judas salió, Jesús dijo: «Ahora ha sido glorificado el hijo del hombre y Dios en él. Si Dios ha sido glorificado en él, Dios lo glorificará a él y lo glorificará en seguida».

«Hijos míos, voy a estar ya muy poco con vosotros. Me buscaréis, pero os digo lo mismo que dije a los judíos: Adonde yo voy no podéis ir vosotros.»

Simón Pedro le preguntó: «Señor, ¿a dónde vas?».

Jesús respondió: «Adonde yo voy, no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde».

Pedro dijo: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti».

Jesús le contestó: «¿Que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que tú me niegues tres veces.

Reflexión para este día

El profeta Isaías insiste en las características del “del Siervo de Yahvé, del Ungido del Señor”. Hoy destaca vocación del Ungido: “Ser luz y salvación para todas las naciones”.

“El Señor me llamó en las entrañas maternas. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.

Esta es la luz esplendorosa que ilumina nuestra celebración de la Pasión del Señor: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”. Jesús asumió la voluntad del Padre y se constituyó en “artífice de la salvación” de la humanidad entera. Supo responder al Padre hasta el último suspiro. Así, nos respondía a nosotros, mendigos de perdón y salvación.

En el Evangelio de hoy, Jesús predice a los Apóstoles lo que en breve le va a suceder: Su arresto, la traición de Judas y la negación de Pedro. Se lo anuncia en un ambiente de despedida y rebosante de emoción.

“Jesús, profundamente conmovido dijo: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Pedro, te aseguro que me negarás tres veces”.

Jesús les había dicho que ellos “serían sus testigos y luz del mundo”. Ahora tiene que experimentar la conmoción y el desgarro de la cobardía y traición de sus íntimos. El Señor vive la dolorosa experiencia de la traición y el abandono de los suyos. Les había mirado y elegido con amor desde “el seno materno”, y han tenido miedo de vivir el compromiso de esa llamada de Jesús.

Los cristianos de la actualidad somos los llamados, los convocados por el Señor. Con nuestro sí, libre y responsable, hemos decidido creer y seguir a Jesucristo. Pero debe certificarlo nuestra conducta real. Me permito hacer unas preguntas:

¿Tenemos miedo, cobardía de pensar, sentir y manifestarnos como cristianos auténticos?.

¿Somos fieles a nuestro seguimiento de Jesús, guiándonos por la verdad de su Evangelio?.

¿Nos relacionamos con los demás, nos acercamos a los más pobres con los mismos sentimientos de Jesús?.

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