En una fría noche del mes de diciembre de 1841, un hombre alto, pero encorvado por el peso de los años, marchaba por la calle apoyándose en su bastón. Bajo el brazo llevaba un violín envuelto cuidadosamente en un pañuelo. Llegó a la plaza de Fontaines. Vio que había luz en las casas de aquel barrio y desenfundando su viejo violín, lo afinó un momento, se lo colocó en el hombro y comenzó a tocar una melodía con unas notas tan discordantes que las gentes que pasaban a su lado aceleraban el paso por no oírle.
El viejo violinista, al ver la actitud del público, dejó de, tocar y, desalentado dijo: «¡Dios mío, ya no puedo tocar!» Y el anciano rompió a llorar.
En aquel instante pasaron junto al viejo violinista tres jóvenes cantando alegremente una preciosa canción. No vieron al anciano y tropezaron con él. Los tres jóvenes, respetuosamente, le pidieron perdón y le dijeron: «¿Os hemos hecho daño?» «¡No!», respondió el anciano. Pero uno de los jóvenes vio el violín apoyado en la pared y preguntó al anciano: «¿Sois músico?» «Lo fui en otro tiempo», dijo con pena el violinista, y las lágrimas corrieron por sus mejillas.
El anciano miró a los tres jóvenes y les pidió por amor a Dios una limosna. Los tres jóvenes metieron cada uno la mano en el bolsillo y entre los tres sólo tenían ochenta céntimos. Pero uno de ellos sonrió con aire de triunfo, y dijo: «Amigos, buscaremos dinero, que es lo que nos hace falta. Tú. Adolfo, coge el violín, y tú, Gustavo, acompáñale con tu voz, y yo haré la cuestación.
Bajo los dedos del joven violinista salieron las deliciosas y alegres notas del «Carnaval de Venecia». En aquel instante todas las ventanas se abrieron. Todos los transeúntes se pararon. Cuando terminó de tocar se oyó una salva de aplausos del público que se agolpaba alrededor de los tres jóvenes. Aquel pequeño concierto fue escuchado por el público con verdadero gozo y placer. La gente estaba embargada de emoción y alegría. Las monedas empezaron a caer en el sombrero del anciano violinista.
A continuación uno de los jóvenes, llamado Gustavo, cantó la preciosa balada de «Venid, gentil señora». La voz de aquel joven tenor era maravillosa, dulce y potente a la vez. Cuando terminó de cantar, el público ovacionó con entusiasmo al joven tenor y empezó a pedir que cantara más. Entonces se pusieron los tres jóvenes de acuerdo para tocar y cantar el terceto de «Guillermo Tell», de Rossini. El joven violinista volvió a colocar el violín encima de su hombro y se arrancó con las maravillosas notas musicales de Rossini Los otros dos jóvenes le acompañaron cantando. El anciano, al oír las notas musicales de su violín y las voces de los dos acompañantes, se puso delante de ellos y empezó a marcar el compás con tal maestría que los tres jóvenes quedaron sorprendidos de la dirección musical. La multitud quedó arrobada escuchando aquella deliciosa música. Al final, aplaudieron con entusiasmo y el dinero caía en el sombrero con abundancia. Todo el dinero recaudado lo entregaron integro al anciano. Este, con voz emocionada, les dijo: «Yo me llamo Chappuir, soy alsaciano, y durante diez años he sido director de orquesta en Strasburgo. Desde que salí de mi patria, la enfermedad y la miseria me han perseguido. Con este dinero podré volver a Strasburgo, donde tengo amigos que me ayudarán. Allí recuperará mi hija la salud. Dios bendecirá los talentos que habéis puesto tan noblemente al servicio de mi persona. Seréis grandes entre los grandes.»
Y así sucedió. Los tres jóvenes que entonces eran alumnos del Conservatorio de Música llegaron con el tiempo a tener fama extraordinaria en los medios musicales. El que se llamaba Gustavo Roger fue extraordinario tenor. El segundo de los jóvenes fue violinista de fama y el tercer joven que postuló ante el público fue el gran compositor Carlos Gounod, el autor de «Safo», de «Romeo y Julieta» y de otras óperas y composiciones musicales de extraordinario éxito.
Explicación Doctrinal:
Cuando se oye una buena música, una música llena de armonía y belleza, vibra el alma de emoción, de gozo, de alegría y hasta de dolor.
La música, por la finura de su armonía, es una de las artes más maravillosas que Dios ha puesto para bien del hombre. La música produce en el hombre un sentimiento de gozo y felicidad que no se puede explicar. Sólo sentir.
Oír buena y selecta música no es un entretenimiento, es una necesidad del espíritu, porque el espíritu necesita vibrar de emoción y placer ante el dulce manantial de las armonías musicales.
Acostúmbrate a oír buena música. Sobre todo la música de los grandes maestros como Vivaldi, Haydn, Mozart, Bach, Handel, Gluck, Gounod, Beethoven, Schubert, Chopin, Mendelsohn, Berlioz, Verdi, Puccini, Rossini, Arriaga y tantos otros maestros.
Gusta también de aprender canciones y melodías. Es hermoso cantar bien con los amigos. Es una delicia. Y las gentes escuchan con sumo agrado.
Norma de Conducta:
Gusta siempre de la buena música.
Muy bello, esperanzador, en todos los tiempos hay problemas y cosas buenas.La belleza nos lleva a Dios, porque es uno de sus atributos. Los jóvenes hicieron buen uso de sus dones y unieron su humanidad, a lo divino de la caridad.