Triduo de Navidad: Tercer día

En los primeros tres días de Navidad celebramos fiestas importantes que marcan un boceto de la Historia del Cristianismo. Hoy celebramos a los Santos Inocentes.

EL BELÉN QUE NECESITA EN TÍ

1. Durante estos días nos hemos puesto en la presencia de Dios para considerar con mayor atención y profundidad el misterio de la Navidad.

El primer día consideramos como en el Principio de todos los Principios, Dios quiso poner un Nacimiento y creó el universo para adornar la cuna. Y así hizo galaxias, y estrellas, y planetas con lunas y millones de luces para alumbrar su Nacimiento. Hizo mares y océanos. Con solo su mirada coloreó todas las especies de flores que había creado.

– Imaginó las figuras: el buey, la mula, la lavandera, los pastores.

– Y, como no tenía prisa, les dio una estirpe: padres, abuelos, bisabuelos…

– Cientos de vidas para crear una vida; centenares de amores para conseguir el gesto, el tono de voz, las facciones de una cara.

Pensó en su MADRE: toda la eternidad soñó con Ella.

– Y, añorando sus caricias, fue dibujando en los antepasados de María como esbozos de esa flor que habría de brotar a su tiempo.

– Igual que un artista que persigue tenazmente la pincelada perfecta, Dios pintó miles de sonrisas en otros tantos labios.

– Y ensayó en otros ojos la mirada limpísima que tendría su Madre.

Si Dios hizo todo esto. Si el bien espiritual es infinitamente superior a todo el mundo material. Pensemos lo que Dios quiere poner en nuestra alma. Pensemos en el universo que querrá poner en nuestra alma: luces, cantos, alegrías, paz…

2. Ayer, consideramos a Cristo como el Primogénito de todas las criaturas; todo fue hecho por él y para él.

El planteamiento cristocéntrico.

UN EXORCISTA: (Gabriele Amorth, Habla un exorcista, p. 21). “Hacia el final de los exorcismos… suelo recitar el himno cristológico de la Epístola a los Filipenses (2, 6-11). Cuando llego a las palabras: “de modo que al oír el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en el abismo”, me arrodillo yo, se arrodillan los presentes y, siempre, también el endemoniado se ve obligado a arrodillarse. Es un momento fuerte y sugestivo. Tengo la impresión de que también las legiones angélicas nos rodean, arrodilladas ante el nombre de Jesús.”

La Navidad es una fiesta de la entrega de Dios al mundo: “Nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado” (Antífona de entrada de la Misa de Navidad). Es la entrega de Dios. Dios encarnado es Dios que se acerca, que se abaja, es Dios entregado. Dios que viene para estar con nosotros, para participar de nuestra vida, para convivir con nosotros.

La manera adecuada de conocer a las personas, no es saber de ellas “cosas”, cualidades, circunstancias, etc., sino tratarlas, enlazar con su vida, participar en sus acciones, formar parte de su existencia. Ciertamente conocer las cualidades de alguien puede ser útil, pero queda siempre en las fronteras de la persona.

DIOS-CON-NOSOTROS y DIOS-EN-NOSOTROS

La filiación divina es en cierto sentido la culminación del amor de Dios, consecuencia de la Encarnación y de la Pasión y Muerte de Jesús. Cristo, al ofrecerse a su Padre por nosotros, hace que Dios Padre nos ame con el amor inmenso con que ama a su Hijo Encarnado.

(Juan Pablo II): “La peregrinación va acompañada del signo de la puerta santa, abierta por primera vez en la Basílica del Santísimo Salvador de Letrán durante el Jubileo de 1423. Ella evoca el paso que cada cristiano está llamado a dar del pecado a la gracia. Jesús dijo: « Yo soy la puerta » (Jn 10, 7), para indicar que nadie puede tener acceso al Padre si no a través suyo. Esta afirmación que Jesús hizo de sí mismo significa que sólo Él es el Salvador enviado por el Padre. Hay un solo acceso que abre de par en par la entrada en la vida de comunión con Dios: este acceso es Jesús, única y absoluta vía de salvación. Sólo a Él se pueden aplicar plenamente las palabras del Salmista: « Aquí está la puerta del Señor, por ella entran los justos » (Sal 118 [117],20).

Niño. Cercano. Imitable. Decidirnos a ser Ipse Christus.

3. HOY CONSIDERAREMOS CÓMO VINO AL MUNDO

Y vino, no con la manifestación externa de su condición divina: precedido de un gran clamor, con el ensordecedor estruendo del trueno, rodeado de nubes y mostrando un fuego terrible; ni con sonido de trompetas, como antiguamente se había aparecido a los judíos, infundiéndoles terror (…); tampoco usó de insignias imperiales, ni se presentó con una corte de arcángeles: no deseaba atemorizar al desertor de sus leyes.

El Señor de todas las cosas apareció en forma de siervo, revestido de pobreza para que la presa no se le escapase espantada. Nació en una ciudad que no era ilustre en el Imperio, escogió una obscura aldea para ver la luz, fue alumbrado por una humilde virgen, asumiendo la indigencia más absoluta, para lograr, en silencio, al modo de un cazador, apresar a los hombres y así salvarles.

Si hubiese nacido con esplendor y rodeado de grandes riquezas, los incrédulos hubieran atribuido a esa abundancia la transformación de la tierra. Si hubiese escogido la gran ciudad de Roma, entonces la más poderosa, de nuevo habrían creído que la potencia de la Urbe fue la que cambió el mundo. Si hubiese sido hijo del emperador, habrían atribuido el bien conseguido a la nobleza y poder de esa cuna. Si fuese hijo de un gran hombre de leyes, lo hubiesen achacado a la sabiduría de sus prescripciones.

¿Qué es lo que hizo en cambio? Escogió todo lo que es pobre y sin valor alguno, lo más modesto e insignificante, para que fuese evidente que sólo la Divinidad ha transformando el mundo. Precisamente por eso, eligió una madre pobre, una patria todavía más pobre, y Él mismo se hizo pobrísimo.

No existiendo un lecho donde se le reclinase, el Señor fue colocado en un comedero de animales, y la carencia de las cosas más indispensables se convirtió en la prueba más verosímil de las antiguas profecías. Fue puesto en un pesebre para indicar expresamente que venía para ser alimento, ofrecido a todos, sin excepción. El Verbo, el Hijo de Dios, al vivir en pobreza y yacer en ese lugar, atrajo hacia Sí a los ricos y a los pobres, a los sabios y a los ignorantes (…).

A través de su Humanidad, el Verbo de Dios se muestra así para que a todas las criaturas, racionales e irracionales, se les abriese la posibilidad de participar en el alimento de salvación. Y pienso que a esto aludía Isaías cuando hablaba del misterio del pesebre- conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento (Is 1, 3) (…).

Se nos pone aún más de manifiesto por qué quien siendo rico en razón de su divinidad, se hizo pobre por nosotros, para hacer más fácilmente asequible a todos su salvación. A esto se refirió también San Pablo cuando dijo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza (2 Cor 8, 9). (…).

– Pues bien, para que Jesús naciera en la tierra, el Padre le preparó un pesebre. Esto parece algo raro.

– Si nosotros hubiéramos tenido que prepararle a Jesús un lugar para que naciera, quizá lo hubiéramos hecho de una manera muy distinta. No sé qué palacio hubiéramos ido a escoger; el divino Padre buscó un pesebre, una gruta estrecha, sucia, mal oliente, que era morada de animales…

– Porque es preciso que nos demos cuenta que el lugar donde nació Jesús, no es el Belén estilizado de nuestros nacimientos, con palomas, ángeles y borreguitos bien limpios. No. Aquello era un lugar demasiado prosaico.

– Ahora bien, si el Padre le preparó a su Hijo un pesebre, ¿por qué nosotros no se lo hemos de preparar?

– Si tuviéramos que prepararle un palacio, diríamos: no puedo; pero cuando vemos que lo que se necesita es un pesebre… eso si se lo podemos ofrecer.

– Eso si lo tengo; sí, mi corazón es semejante al lugar donde nació Jesús: pobre, sucio, vacío, desprovisto de todo…

– Así nació Jesús hace veinte siglos. Así quiere nacer siempre.

– El gusto de Jesús de nacer en un lugar muy pobre, muy humilde, muy pequeño, es para nosotros un consuelo, porque tenemos la seguridad de que no se desdeñará de nacer en nuestros pobres corazones.

– Por consiguiente, debemos pensar que no son obstáculo nuestras miserias, ni nuestra pequeñez, ni nuestra nada para que Jesús nazca en nuestros corazones. Lo único que El quiere es buena voluntad, como le cantaron los ángeles cuando nació.

– Luego, ¿qué se necesita que hagamos? Una sola cosa, querer, tener buena voluntad. Si queremos Jesús nacerá en nuestras almas.

– ¿Qué tenemos muchas miserias? No importa. El eligió para nacer un lugar de miseria.

– ¿Qué tenemos muchas faltas? No importa. El lugar donde Jesús nació estaba sucio.

– ¿Que no tenemos virtudes para adornar nuestras almas? No importa. Escueto y vacío estaba el lugar donde Jesús nació. Y algo más…

-Ni el pesebre. Ni San José, ni los ángeles ni los pastores, ni los Magos hubieran bastado a Jesús. Necesitaba un regazo maternal. Un corazón tiernísimo como el de una Madre.

-Cuánta ternura.

-Igual nosotros. Aprovechar los nacimientos. Hacernos más niños.

La Navidad es ante todo un misterio de infancia. Pero todos hemos crecido demasiado.

¿Han visto cómo esperan los niños a los Reyes?

«No olvideís nunca que este mundo odioso –palabras de Bernanos- se mantiene en pie por la dulce complicidad -siempre combatida, siempre renaciente- de los santos, de los poetas y de los niños. ¡Sed fieles a los santos! ¡Sed fieles a los poetas! ¡Permaneced fieles a la infancia! ¡Y no os convirtaís nunca en personas mayores!

Preparemos pues a Jesús un amor maternal. Amándolo así, con esa delicadeza, con esa ternura y desinterés propios del corazón de una madre.

+ Que nuestro corazón sea un Belén completo. Que la humildad y la confesión dispongan el pesebre. Que la fidelidad haga que esté en nuestros corazones. Que nuestro amor de niños y nuestra ternura de Madre formen el regazo adecuado.

En cuanto a los ángeles, Dios se encargará de enviarnos en esa noche bendita, a un buen coro de ellos que cantarán en nuestro corazón: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!.

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