Los flageladores

Jesús fue flagelado en el pretorio romano. Pilato se había dado cuenta de su inocencia, pero intenta soslayar la responsabilidad de soltarle o de condenarle, y lo envía a Herodes. Jesús va de Herodes a Pilato, de un juez injusto a otro peor. Ambos se hicieron amigos a costa del inocente. Herodes -muy corrompido- se burla de Jesús, y lo devuelve vestido con la indumentaria que se solía poner a los locos. Pilato se ve obligado a tomar una decisión y, muy a pesar suyo, intenta soltar al Señor aprovechando la gracia que se concedía en la fiesta de soltar a un preso. Pero no consigue librarlo. Lucas nos habla de su decisión de librarlo, pero sometiéndole a un castigo:lo soltaré, por tanto, después de castigarlo[593]. Juan precisa que mandó prender a Jesús para azotarlo[594].

Sabe que se lo han entregado por envidia, pero desconoce el abismo de odio en que están sumidos los acusadores, y se equivoca doblemente al someterle a la flagelación. Por una parte no tenía derecho a aplicarle ningún castigo, más bien debería castigar a los que le entregan a un inocente con mentiras y amenazas. Por otro lado desconoce la ferocidad de las fieras ante la sangre. Intentaba moverles a compasión, o al menos dejar claro que es un intento imposible pretender ser rey después de aquel castigo, pero encuentra el verdadero motivo que les lleva a buscar la muerte para Jesús, y los judíos confiesan la verdad sobre el Señor: se ha hecho hijo de Dios[595].

Pero centrémonos en la flagelación de Jesús. Entre los romanos se imponía la flagelación como castigo aislado o como preparación de la crucifixión. Pilato intentaba lo primero, muchos interpretaron lo segundo, por eso gritarán tan fuerte que lo crucificase. El que sufría este suplicio era atado a una columna y dos lictores le golpeaban con los flagelos. En ocasiones se turnaban hasta seis lictores. Los flagelos llamado por Horacio "látigo horrible", era un mango de madera con correas en cuyos extremos se solían colocar huesecillos o pedacitos de plomo o hierro llamados "escorpiones". Los lictores no tenían límite en sus golpes, como se indicaba en la ley judía, era un suplicio de esclavos prohibido a los ciudadanos romanos. Los flagelos llenaban el cuerpo de tumefacciones, rasgaban la piel y podían llegar a dejar al descubierto las entrañas. Se solía respetar la parte del corazón para que el flagelado no muriese, pero de hecho no era infrecuente que muriesen en aquel tormento. Si seguían vivos quedan desfigurados, y a menudo se desmayaban a causa del dolor de los golpes[596].

No sabemos si los flageladores fueron sádicos o no; quizá se limitaron a cumplir su penoso deber. Es muy posible, sin embargo, que se diese en ellos esa extraña crueldad que se introduce en el hombre cuando se introduce en la rueda de la sangre. Además aquel penado no era un cualquiera, era alguien importante a juzgar por los que le acusaban y por la misma presencia del gobernador romano; la violencia desencadena una pasión difícilmente controlable por el hombre. Es muy posible que Jesús padeciese ese suplicio en todo su horror, acentuado por la sensibilidad de su piel, de la cual había sudado sangre aquella misma noche.Todo el cuerpo de Jesús quedó cubierto como de un manto morado y rojo. Era el manto de una nueva realeza.

Cae el primer trallazo,

En esa carne blanca y sin mancilla se dibujan manchas de sangre, tantas como los extremos duros del látigo.

El cuerpo de Jesús se estremece.

No acabamos de darnos cuenta, cuando cae otro golpe y otro…

El ritmo de los chasquidos se acelera.

El soldado pega cada vez más deprisa, con todas sus fuerzas.

Mientras, entra un segundo verdugo en acción. Este también apresura sus golpes, y después entra otro; así van incorporándose todos.

Como los hombres en los pecados de sus vidas.

Cada golpe deja marcada la piel con tantas heridas rojas

No es la ejecución impasible de una sentencia.

Hemos perdido la noción del tiempo.

No sabemos lo que dura esta insensatez nuestra.

Las espaldas de Jesús se hacen rápidamente una sola llaga.

Son una superficie roja.[597] .

La sangre escurre hasta el suelo, se le va la cabeza produciendo vértigos. Sus piernas no pueden sostenerle. Y si no estuviese atado tan alto por las muñecas, se derrumbaría en el charco de su propia sangre. La ley judía prohibía dar más de cuarenta golpes, en esta ocasión nadie ha contado. El cuerpo debió quedar extendido en el suelo del pretorio. Aún le quedaban muchos tormentos por padecer, pero era el comienzo de la Pasión física de Nuestro Señor, según el modo que el mismo había profetizado diciendo que el Hijo del Hombre será entregado a los gentiles, quienes le azotarán[598]. Varias veces había hecho mención especial de esos azotes, pero verlo es muy distinto que oírlo, y nos duele la contemplación del suplicio

Mirar la flagelación de Jesús lleva a tener compasión por Él, pero también conduce a ver como se hace solidario de todos los que sufren tormentos de manos de otros hombres. Un autor poco creyente y pesimista respecto a la condición humana decía que "el hombre es un lobo para el hombre". No es verdad esta afirmación, pero en muchas ocasiones los hombres han demostrado una crueldad con otros hombres peor que la de los lobos. Es lógico que exista un sistema penal que castigue los delitos, pero conviene que se atempere la fuerza del castigo para que no sea una violencia descontrolada, tanto por los delincuentes como por los que aplican las penas.

La historia es rica en mostrar torturas y vejaciones de unos hombres con otros verdaderamente crueles. No son cosa del pasado. La segunda guerra mundial tuvo la diferencia con las anteriores en que se programó friamente la tortura de pueblos enteros hasta extremos que parecen inconcebibles en los campos de exterminio nazis; pero después de la guerra se siguió en los gulags comunistas técnicas de violencia iguales o peores. No eran explosiones de violentas producidas por la pasión, sino que se producían entre pueblos que se llamaban a sí mismos civilizados. En toda guerra se desata una vena cruel, que parece increíble en tiempos de paz, pero a ésta se añadía la justificación teórica de sistemas de pensamiento alejados de Dios que consideraban al hombre poco menos que un animal o una cosa. Por otra parte en nuestros días se ha extendido el crimen abominable del aborto y la frialdad ejecutora de la eutanasia, todo ello nos presenta un cuadro de crueldad humana verdaderamente escalofriante.

Si miramos más de cerca las causas de estas atrocidades veremos la tendencia a la violencia que, como Caín, odia por envidia al hermano, es una tendencia siempre presente en el hombre. Pero además vemos que el hombre cuanto más se aleja de Dios se vuelve más cruel con los hombres. Si el alejamiento es efecto de pecados personales es responsable el pecador, y puede llegarse a niveles de degradación extraordinarios. Pero hay realidad peor, es la que se advierte en las últimas explosiones de crueldad: han sido justificadas por sistemas de pensamiento muy inteligentes. Los sistemas ateos o anti-Dios son terribles contra los hombres. Mirando algunos sistemas de pensamiento, que actúan como fermento en muchas cabezas hoy, se pueden intuir nuevas crueldades muy duras si la misericordia de Dios y la cordura de los hombres no lo remedia.

Cristo se solidariza con todos los que han sufrido tormentos de parte de otros hombres, si alguno padece algun dolor de este calibre le consolará saber que Jesucristo padeció algo semejante. El cristiano debe solidarizarse a su vez con Cristo padeciendo con amor tantas cosas que contrarían y a veces duelen hasta el extremo.

Es posible que muchos tengan que padecer de una manera similar a la de Jesús; pero lo habitual será padecer mortificaciones en la vida ordinaria. En toda vida existen flagelos y flageladores. Todo hombre experimenta los picotazos de los escorpiones que no matan, pero duelen: el cansancio del trabajo, excesos en el clima, imprevistos, enfermedades y cosas peores…son flagelos. Pero también existen flageladores, gentes con intención de herir: un jefe tiránico, un hijo rebelde, un amigo traidor, la calumnia, un insulto de un enemigo… sus golpes serán más o menos fuertes, pero varía el sufrimiento según el modo como se reciben esos latigazos. Como dice con una buena dosis de buen humor el autor de Camino: Le hacía decir el Señor a un alma que tenía un superior inmediato iracundo y grosero: Muchas gracias, Dios mío, por este tesoro verdaderamente divino, porque ¿cuándo encontraré otro que a cada amabilidad me corresponda con un par de coces? [599].

Al mirar a Cristo flagelado con crueldad es más fácil tener paciencia ante esas contrariedades, que pueden ser muy grandes o pequeñeces, pero que duelen. Cristo podía apartarlos o apartarse, pero los sufre de un modo externamente pasivo. En realidad no es pasivo, pues pone amor en sufrir con paciencia para redimir a los hombres, paga por los culpables siendo inocente; da ánimo a los que padecen flagelaciones para que no desesperen, ni se revuelvan violentamente. Cristo invita a vencer el mal con el bien, el dolor con el amor.

Estar con Jesús es, seguramente, toparse con su cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que El permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera (…) Es la hora de amar la mortificación pasiva, que viene -oculta o descarada e insolente- cuando no la esperamos. (…) Así esculpe Jesús las almas de los suyos, sin dejar de darles interiormente serenidad y gozo[600]. Los dificultades -las flagelaciones- son permitidas, o queridas por Dios para ir moldeando el alma en una obra de arte, de modo que lo que era sólo una piedra informe, quizá de material noble, acabe siendo una escultura llena de belleza y armonía, acabe siendo otro Cristo.

Hasta en lo humano mejora el que sabe llevar las flagelaciones y los flagelos como Cristo. Se fortalece el carácter que, al mismo tiempo, se hace más dulce adquiriendo ternura y comprensión si sabe no perder la paciencia. La prudencia es más diestra y sagaz, más valiente y certera. Los sentidos se someten al dominio de la razón sin locuras y alucinaciones. Se trata a los demás con una justicia más humana, no solamente legal y cumplidora. En definitiva se vive más y mejor de amor, porque se han limado las aristas de la personalidad como los cantos rodados de los ríos: Chocas con el carácter de aquél o del otro…Necesariamente ha de ser así: no eres moneda de cinco duros que a todos gusta. además sin esos choques que se producen al tratar al prójimo, ¿cómo irías perdiendo las puntas, aristas y salientes -imperfecciones, defectos- de tu genio para adquirir la forma reglada, bruñida y reciamente suave de la caridad, de la perfección? si tu carácter y los caracteres de quienes contigo conviven fueran dulzones y tiernos como merengues, no te santificarías[601].


[593] Lc 23,16

[594] Jn 19,1

[595] Jn 19,7

[596] Fillion. Vida de Jesucristo. p.350

[597] Juan Antonio Gonzalez Lobato. Caminando con Jesús. p. 193

[598] Lc 18,32; Mt 20,19; Mc 10,34

[599] Camino, n. 109

[600] Beato Josemaría Escrivá. Amigos de Dios. n. 301

[601] Camino. n. 20

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