Discípulos

Tras los primeros meses de predicación van apareciendo núcleos de discípulos aquí y allí, según los lugares donde Jesús predicaba. Pero ya desde el principio se establece un grupo de discípulos más cercanos a Él.

Era necesario que algunos conociesen más en profundidad la doctrina, al modo que hacían los rabinos; pero, además, conocer a Jesús como persona, ya que conocerle a Él es el centro de toda la salvación. Cristo, poco a poco, se les revelará en su ser más íntimo. Primero como Mesías, después como Hijo igual al Padre.

Hacia final del primer año ya ha encontrado a los doce, aunque aún forman un grupo poco diferenciado de los demás. Los Evangelios nos hablan en estos momentos solamente de siete: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, Felipe y Bartolomé y Mateo el publicano. Los apóstoles Judas y Santiago, hijos de Alfeo, que eran primos del Señor, aunque no los han nombrado, estarían ya con él. Judas Iscariote era judío (de Judea) y frecuentaba a los principales del Templo. Quizá pensaba en él Juan cuando escribió: "Mientras estaba en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver los milagros que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos, y no necesitaba que nadie le diera testimonio acerca de hombre alguno, pues sabía lo que hay dentro de cada hombre"(Jn).

Al volver a Galilea va a realizar una de las acciones más decisivas de aquellos tres años: la elección de los apóstoles. Al llegar a Cafarnaúm, un centurión del ejército de ocupación, hombre de fe, le pide la curación de un siervo, y Jesús se llenará de nuevo de alegría, descubriendo la extensión del nuevo reino a todos los confines de la tierra.

La zona de Cafarnaúm que había sido el centro de la actividad de Jesús en este primer año, lo seguirá siendo en el comienzo del segundo. Allí pasa la “via maris”, carretera romana, centro con guarnición romana y recaudador de impuestos. Es un lugar de cierta importancia; quizá, por eso, Jesús la elige para establecerse, y donde pueden acudir gentes de muchos lugares. Allí se le acerca el centurión romano. Piadoso, pero gentil. Era importante cómo le trataría Jesús después de sus explicaciones sobre el nuevo reino de Dios. El hombre acude con humildad; no quiere comprometer a Jesús haciéndole entrar en su casa, para evitar la habladuría de que Jesús sostiene tratos con paganos; pero tiene fe y ama a su siervo como si fuese de su propia familia.

"Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión y, rogándole, dijo: Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes. Jesús le dijo: Yo iré y le curaré. Pero el centurión le respondió: Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que lo mandes de palabra y mi criado quedará sano. Pues yo, que soy un hombre subalterno con soldados a mis órdenes, digo a uno: ve, y va; y a otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace. Al oírlo Jesús se admiró, y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Y os digo que muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes. Y dijo Jesús al centurión: Vete y que se haga conforme has creído. Y en aquel momento quedó sano el criado"(Mt).

La sencillez de la narración atrae. Jesús se conmueve ante la delicadeza de aquel hombre, y alaba su fe poniéndola por encima de muchos de Israel. Es más, muchos israelitas serán arrojados a las tinieblas exteriores, si no creen y se convierten. En la práctica muestra que el reino es para todos los hombres de buena voluntad.

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias

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