Los viejos estorban tanto que ya ni les decimos así. Como que la vejez nos da miedo. ¿O no?
Los ancianos ahora son “adultos en plenitud” o, de perdida, “gente de la tercera edad”. En los discursos de los políticos, los viejos se vuelven patrimonio nacional bajo el bonito título de “nuestros abuelitos” o el cursísimo “cabecitas blancas”.
En el mejor de los casos, los viejos se convierten en un buen chiste o algo por el estilo. En otros casos, son objeto de lástima social o botín político. Pero normalmente nada más son un estorbo. “Señor fulano, como ya tiene 60 años está despedido”, “¡Ay, abuelo! ¿Por qué no te callas?”, “Tú no opines, ¿sí?, es que ya se te va el avión”.
Pues no manches. Porque ese desprecio a los ancianos nos va a llegar a nosotros. En lugar de valorar toda esa sabiduría que atesoran los viejos, ahora resulta que son un bulto de huesos que apenas puede moverse.
Seguramente tú no tratas con desprecio a tu abuela, pero qué tal tu cuate el Roñas. Ese si que no tiene vergüenza. Está del nabo. Le grita, le da flojera platicar con ella, hacerle un favor, acompañarla un ratito el sábado o, de perdida, no esconderle la dentadura. Pero eso sí, el Roñas va a los asilos a visitar a “nuestras cabecitas blancas” que han sido recluidas en esos lugares por sus desalmadas familias.
No nos hagamos. Como el Roñas, hay muchos que se hacen guaje en su casa y ven en sus abuelos una verdadera carga. No se puede ser luz de la calle y oscuridad de la casa. Y no digo que no vayan a visitar a los ancianos a los asilos, nada más que primero está la familia, y no es eslogan publicitario.
Si aún vive, ¿por qué no inviertes unas horas del sábado para platicar con tu abuelo? Además de que le harás pasar un buen rato, seguro aprenderás un buen de cosas. A lo mejor piensas que es pura pérdida de tiempo, tiempo que podrías dedicarle a tu novia (o), a tus cuates o a la consola de video juegos.
Nada más no olvides que tú también llegarás a esa edad —a menos que el alcohol acabe contigo antes de los cuarenta— y que vas a extrañar un rato con la gente que te quiere.
Y no lo hagas por lástima o por obligación. Es un acto de cariño que puedes aprovechar muy bien. Imagínate nomás cuántas cosas no sabrá tu abuelo de mil temas. Por más que esté chocheando y no tenga idea de internet, ese señor domina la vida o, por lo menos, te lleva ventaja. Pregúntale y verás.
me encantó el post! muy cierto! a veces pensamos en ir a hacer caridad a otro lado y nos olvidamos que las personas que más pueden estar necesitando compañía pueden estar al lado nuestro