Aprender a decir «no» y poner límites nos permite honrar la voluntad de Dios y prosperar, no solo profesionalmente, también personal y espiritualmente.
En el mundo ajetreado en el que vivimos, la presión para decir «sí» es incesante . A menudo nos vemos abrumados por el deseo de complacer a los demás o de ascender en la escala profesional, lo que nos lleva a aceptar trabajo adicional, nuevas responsabilidades y compromisos que llenan nuestras agendas hasta el tope, sin decir «no».
En el Evangelio de Mateo (5, 3/) Jesús nos enseña: «Que nuestro ‘sí’ sea ‘sí’, y nuestro ‘no’ sea ‘no’. Todo lo demás proviene del maligno». Este consejo va más allá de ser sincero; nos invita a reflexionar profundamente sobre nuestros compromisos: ¿a qué estamos diciendo «sí»? Decir sí a cada oportunidad puede disminuir la calidad del tiempo que pasamos con nuestras familias y la atención que nos damos a nosotros mismos.
Si bien podemos estar avanzando en nuestras carreras (en el mejor de los casos), corremos el riesgo de descuidar las otras dimensiones de la vida que requieren nuestro cuidado: nuestras relaciones, bienestar personal y crecimiento espiritual.
El valor del «no»
La tentación de comprometernos demasiado a menudo nos lleva a pasar por alto el valor del equilibrio. Cuando aceptamos asumir más de lo que podemos manejar, podemos sentirnos temporalmente productivos o incluso indispensables, pero esto puede tener un costo significativo.
Es esencial reconocer que decir no no es un acto de egoísmo; más bien, es un paso esencial para cultivar una vida más plena. Al establecer límites, creamos espacio para lo que realmente importa.
Recupera tu tiempo
Imaginemos los momentos que podríamos recuperar si dijéramos que no: tiempo para estar con nuestros hijos, momentos para orar y reflexionar, e incluso la oportunidad de dedicarnos a pasatiempos que enriquecen nuestra vida. Estas son las experiencias que profundizan nuestro sentido de propósito y satisfacción, mucho más de lo que podría hacerlo una agenda apretada.
Además, considera el impacto que un no bien pensado tiene en nuestras relaciones. Cuando aprendemos a decir no con gracia, no solo protegemos nuestro tiempo, sino que también mostramos límites saludables a quienes nos rodean.
Alentamos a nuestros familiares y amigos a priorizar su bienestar y a perseguir los intereses que también les brindan alegría. Al hacerlo, creamos una cultura de respeto por el tiempo y las necesidades de los demás, lo que permite el apoyo mutuo.
Aprendiendo a discernir
Además, el acto de decir no puede servir como una oportunidad para el discernimiento. Nos impulsa a hacernos preguntas críticas: ¿Qué es lo verdaderamente importante para mí? ¿Cómo puedo servir mejor a mi familia, a mi comunidad y a mi propio bienestar?
Participar en esta reflexión nos permite alinear nuestras elecciones con nuestros valores, asegurando que nuestros síes y noes sean intencionales y significativos.
En definitiva, aceptar el poder de un no bien pensado nos permite honrar el diseño de Dios para una vida equilibrada, en la que prosperemos profesional, personal y espiritualmente. Al final, aprender a decir no con caridad y gracia no es solo un regalo para nosotros mismos, sino también una expresión profunda de amor por aquellos a quienes apreciamos.
Por Daniel Esparza
es.aleteia.org
Tantas veces decimos si a todo por quedar bien sin tomarnos un tiempo de reflexion y debemos sacrificar nuestra paz mental y nuestra presencia con Dios.