BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Domingo 28 de octubre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Esta mañana, aquí, en la plaza de San Pedro, han sido proclamados beatos 498 mártires asesinados en España en la década de 1930 del siglo pasado. Doy las gracias al cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las causas de los santos, que ha presidido la celebración, y dirijo mi saludo cordial a los peregrinos que han venido para esta feliz circunstancia.
La inscripción simultánea en el catálogo de los beatos de un número tan grande de mártires demuestra que el testimonio supremo de la sangre no es una excepción reservada solamente a algunas personas, sino una posibilidad real para todo el pueblo cristiano. En efecto, se trata de hombres y mujeres diversos por edad, vocación y condición social, que pagaron con la vida su fidelidad a Cristo y a su Iglesia. A ellos se aplican bien las palabras de san Pablo que resuenan en la liturgia de este domingo: "Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe" (2 Tm 4, 6-7). San Pablo, detenido en Roma, ve aproximarse su muerte y hace un balance lleno de agradecimiento y de esperanza. Está en paz con Dios y consigo mismo, y afronta serenamente la muerte, con la certeza de haber gastado toda su vida, sin escatimar nada, al servicio del Evangelio.
El mes de octubre, dedicado de modo particular al compromiso misionero, se concluye así con el luminoso testimonio de los mártires de España, que van a sumarse a los mártires Albertina Berkenbrock, Manuel Gómez González y Adílio Daronch, y a Francisco Jägerstätter, proclamados beatos durante los días pasados en Brasil y en Austria. Su ejemplo testimonia que el bautismo compromete a los cristianos a participar con valentía en la difusión del reino de Dios, cooperando a él, si fuera necesario, incluso con el sacrificio de la vida.
Desde luego, no todos están llamados al martirio cruento. Pero hay un "martirio" incruento, que no es menos significativo, como el de Celina Chludzinska Borzecka, esposa, madre de familia, viuda y religiosa, beatificada ayer en Roma: es el testimonio silencioso y heroico de tantos cristianos que viven el Evangelio sin componendas, cumpliendo su deber y dedicándose generosamente al servicio de los pobres.
Este martirio de la vida ordinaria es un testimonio muy importante en las sociedades secularizadas de nuestro tiempo. Es la batalla pacífica del amor que todo cristiano, como san Pablo, debe librar incansablemente; la carrera para difundir el Evangelio que nos compromete hasta la muerte. Que en nuestro testimonio diario nos ayude y nos proteja la Virgen María, Reina de los mártires y Estrella de la evangelización.
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Después del Ángelus
Saludo con afecto a los fieles de lengua española. En particular, saludo a mis hermanos obispos de España, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles que habéis tenido el gozo de participar en la beatificación de un numeroso grupo de mártires del pasado siglo en vuestra nación, así como a los que siguen esta oración mariana a través de la radio y la televisión. Damos gracias a Dios por el gran don de estos testigos heroicos de la fe que, movidos exclusivamente por su amor a Cristo, pagaron con su sangre su fidelidad a él y a su Iglesia. Con su testimonio iluminan nuestro camino espiritual hacia la santidad, y nos alientan a entregar nuestras vidas como ofrenda de amor a Dios y a los hermanos. Al mismo tiempo, con sus palabras y gestos de perdón hacia sus perseguidores, nos impulsan a trabajar incansablemente por la misericordia, la reconciliación y la convivencia pacífica. Os invito de corazón a fortalecer cada día más la comunión eclesial, a ser testigos fieles del Evangelio en el mundo, sintiendo la dicha de ser miembros vivos de la Iglesia, verdadera esposa de Cristo. Pidamos a los nuevos beatos, por medio de la Virgen María, Reina de los mártires, que intercedan por la Iglesia en España y en el mundo; que la fecundidad de su martirio produzca abundantes frutos de vida cristiana en los fieles y en las familias; que su sangre derramada sea semilla de santas y numerosas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. ¡Que Dios os bendiga!