Los pecados de escándalo son más comunes de lo que pensamos, por eso conviene entenderlos y detectar si hemos caído en ellos a fin de evitarlos permanentemente
Quizá suene extraño, pero los pecados de escándalo existen. Dice el Catecismo de la Iglesia católica que el escándalo:
«Inspiró a nuestro Señor esta maldición: ‘Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar’ (Mt 18, 6; cf 1 Co 8, 10-13).
También es cierto que es posible caer en esas faltas sin saber; lo que, ciertamente, reduciría la culpabilidad del pecado. Sin embargo, es necesario entender cómo podemos escandalizar a los demás para evitarlo permanentemente.
Respetar el alma del prójimo
Encontramos que el Catecismo de la Iglesia católica define el escándalo de la siguiente manera:
«El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave si, por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave».
La autoridad agrava el pecado
Otro factor que aumenta aumenta la gravedad tiene que ver con la autoridad de quien lo causa:
«El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. […] ‘El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros’. ‘Por eso Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7, 15)'».
¿Cómo se puede provocar el escándalo?
Por supuesto, hay muchas maneras para provocar un escándalo, ya sea por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión:
Se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a “condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos del Sumo legislador” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941).
Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que “exasperan” a sus alumnos (cf Ef 6, 4; Col 3, 21), o de los que, manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.
Hay que evitar provocarlo siempre
Por eso es importante tener muy clara nuestra escala de valores y hacer caso de nuestra conciencia, porque con nuestro comportamiento, palabras u omisiones podemos orillar a pecar a los más débiles, pequeños o sensibles.
Y una última advertencia del Catecismo:
«El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. ‘Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!'» (Lc 17, 1).
Por Mónica Muñoz
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